lunes, 16 de octubre de 2017

Sábado de glorias




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Se anunciaba un sábado de fútbol (“el opio del pueblo”, cuando los progres no controlaban el negocio), y lo fue: Liverpool-United, Getafe-Real y Atleti-Barça.

    Lo de Liverpool salió un muermo para fumar hierba (ni un jugador capaz de combinar con pases de más de dos metros), a pesar de Klopp y Mourinho en los banquillos. Mourinho es arisco como un Afonso de Maia, pero Klopp es simpático como un alemán en Es Cubells, la cala ibicenca donde uno lo encontró este verano devorando un raón (un raón es un salmonete pasado por el “Wish You Were Here” de Pink Floyd). Un “remake” insufrible de la guerra de posiciones (¡tempestades de tedio!) en pantalón corto.

    Getafe, siendo lo mismo, fue otra cosa. Getafe es el helipuerto de Dios en la “tournée” de Jardiel y el fusilamiento miliciano del Corazón de Jesús. Camba se comprometió a hacer de Getafe una “nación” como la catalana a cambio de un millón de pesetas. Y el sábado, con el Real, Getafe fue la épica de Canelita “ensuerado” (¡el sargento Arensivia de la Roja!) y fue el debut golero de Cristiano en la Liga. Allí estaban los “Oceans Eleven” de Telerroures con sus trajes de delegación soviética en Yalta, que hasta Valdanágoras se confunde con el señor de negro de Mingote, una progresía antigua, triste y cansada. En el Getafe jugaba Juan Cala, cuyo nombre amenizaba con resonancias volterianas la siesta rouresiana de diálogo y tolerancia.

    Parece ser que Roures es rico por seguir el consejo que Engels recibió de su mamá: acumular algo de capital, en lugar de escribir sólo sobre él. Unos dicen que es trotskista, y otros, que masón, pero he conocido a tantos masones tontos que con la masonería uno tiene las mismas dudas que Fernández Flórez: si no es la masonería la que recluta tontos, sino los tontos los que se alistan en la masonería, ¿cómo alcanza ésta a ser una sociedad poderosa, capaz de torcer el destino de los pueblos?

    No sé si Roures será masón, pero, desde luego, tiene pasta. Habla bien de Flóper y mal del Rey Felipe. Su negocio es ideología servida en copa de balón por unos imitadores de caballeros de San Wenceslao en traje de enterrador soviético. Podrían hacerse suyas las declaraciones de Marínez Sierra a Alberto Guillén:
    
¿Mi fortuna? Es verdad. Yo he hecho una fortunica, dándome de mojicones con la suerte. Yo soy obstinado. Tengo mucho carácter. Tengo que intentar una cosa mil veces, pero la consigo, siempre la consigo. No, no tendría miedo de repartirla a los pobres. Yo la volvería a hacer, aun bajo los comunistas (…) El Rey me ha hecho llamar varias veces a su palco y yo me he negado a ir. Cuando me han nombrado en comisión a Palacio tampoco he ido. Yo no soy monárquico. El Rey lo sabe.
    
Más entretenido que los otros dos fue el Atleti-Barça, con el Wanda atestado de banderas españolas, espectáculo que obligó al realizador a emplearse a fondo en el arte de la evanescencia.
    
¿Y los pitos a Piqué? ¿Es que los atléticos van a ser como los madridistas? –interrogó milicianamente la Anablanco de Telerroures (dicen que cubrió en directo la presentación de Di Stéfano como jugador blanco) al pobre Clemente Villaverde, delegado de la cosa del cerezismo, que sólo consiguió balbucear un “¡Hombre, yo…!”
    
Y en el Barça se estrenaba como portavoz Guillermo Amor. “O tempora, o mores”.


Melonada calixtina

EL SÍNDROME CALIXTO

    Se coge algo sublime y se le hace lo que Calixto Bieito ha hecho con todas las obras maestras del teatro: destrozarlas. Es su forma de “épater le bourgeois”. En ese síndrome incurrió el Bayern cuando entregó el mejor equipo que había en Europa, el Bayern de Heynckes, a los limpiaparabrisas tiquitaqueros de Guardiola, el hombre que susurraba a Roures. ¡El Calixto de Sampedor! (Algo parecido a lo que Mendoza, bajo los trinos pajaroideos de Julio César Iglesias, hizo con Floro, el artífice del Queso Mecánico). El Bayern se desgermanizó y fue arrollado espectacularmente por el Madrid de Ancelotti, que tampoco era una cosa del otro mundo. Los alemanes despidieron a Guardiola y contrataron a Ancelotti, “el arrollador”, cuya “dolce far niente” ha llevado a los directivos bávaros a comerse su orgullo para regresar al punto de partida: ¡Heynckes!