En Logroño, por ejemplo
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En América, por los treinta, la década de los teléfonos blancos en las comedias de Hollywood, a nuestro Julio Romero de Torres, el que pintó a las mujeres morenas, no le pedían los millonarios yanquis otra cosa que lo más difícil, es decir, desnudos, muchos desnudos, y riéndose (“junto a la chavala modelo que nos alegró la velada”), le explicó el motivo a Ruano:
–¡Aunque les salen caras, no se hacen viejas!...
¿Por qué gustan tanto a los hombres (¡las que más!) las Campos, Teresa y Terelu?
Porque, al contrario que las viejas estrellas de Hollywood, no se hacen viejas, pues envejecen como nosotros, y el único ideal que le va quedando en España al hombre de nuestro tiempo (un lúser con bicicleta) es cobrar la pensión y arrimarse a alguien con quien recogerse para envejecer a su lado. Después de todo, envejecer está al alcance de cualquiera (¡la democratización del glamour!), y por algo vivimos en un país cuya Constitución garantiza, ella sabrá cómo y por qué, la diversión a los viejos.
Si de la diversión ya se ocupa la Constitución, la española sólo deberá ocuparse del caldo de gallina del español, y que la gallina sea de corral, que a eso sí se comprometen las Campos.
Las Campos no van de “incomprendidas” que dicen que están de vuelta, pero que quieren lo mismo que si estuviesen de ida. Y tampoco parecen Antígonas de Sófocles, como tantas que se cuelan en la cola del supermercado con el cuento de que se han dejado las verdinas (que luego son arvejos, o “arbeyos”) al fuego.
Las Campos son de al pan, pan, y al vino, vino, es decir, las verdades del barquero que tanto gustan al español de una pieza, que es el español que amenaza con votar a Pablemos porque pegan voces (“dicen verdades”) en ese parnasillo gramsciano de Berlusconi ninguno de cuyos aedos (Cintora, Monedero, Escolar) sabe una papa de Gramsci.
Las Campos son “como el domingo por la tarde” de este español fin de época que en la crisis de niñez de sus vejeces todo lo que pide es un caldo de gallina.