lunes, 17 de noviembre de 2014

Doña Nubia y el Parque de los Sueños Justos



Alberto Salcedo Ramos

Doña Nubia Torres acaba de fabricar un nuevo muñeco de trapo a imagen y semejanza de su hijo menor. Ahora le da los toques finales: en una de las manitas engarza un retrato del muchacho y en la otra, una nota breve: “Omar Eliécer Muñoz Torres. Desaparecido el 15 de abril de 1993 en el municipio de Bello, Antioquía. Apenas tenía 18 años”.

El muñeco está vestido con una ropa idéntica a la que llevaba el joven el día que fue desaparecido. Mañana será entregado en adopción a una familia británica.

Frente a su máquina de modista, doña Nubia informa que la imagen de Omar Eliécer ha viajado por varios países. Está en Brasil, en Estados Unidos, en España, en Suecia.

Todo el que adopta los muñecos contribuye a honrar a su hijo y a hacer visible ante el mundo el dolor de muchas madres colombianas que padecieron la misma tragedia. Mientras ella esté viva, advierte, no permitirá que la muerte de su muchacho sea olvidada.

En principio doña Nubia se sintió culpable de la desaparición de su hijo, pues fue ella quien, aquella tarde de 1993, le regaló dinero para salir a comprar gaseosa. Si el muchacho hubiese permanecido en casa –decía –, los paramilitares que ese día incursionaron en el barrio para asesinar a los habitantes de manera aleatoria ni siquiera se habrían enterado de su existencia.

-Yo deseaba morirme.

Eso sí: quería que alguien le hiciera el favor de matarla, ya que a ella le faltaba valor para suicidarse. A veces fantaseaba con la idea de que un rayo la partiera en dos mientras caminaba por el barrio.

Una amiga la increpó por ser tan injusta consigo misma. Otra le sugirió juntarse con familiares de víctimas para ver si al conocer sus testimonios de resistencia se procuraba un poco de consuelo. Doña Nubia le hizo caso, y además buscó ayuda sicológica. Abandonó su casa en Bello y se fue para Medellín a empezar una nueva vida con el oficio que aprendió desde la adolescencia: la modistería.

Cuando principiaba a sentirse mejor, la Fatalidad volvió a visitarla: su marido, Alberto Muñoz, quien estaba echado a la pena desde el momento en que Omar Eliécer desapareció, se dejó morir de hambre, literalmente. Entonces doña Nubia volvió a deprimirse.

Una noche soñó que sembraba almendros. A la mañana siguiente dedujo que Dios le había enviado un mensaje: si por cada desaparecido se plantara un árbol, sería posible crear un gran bosque que hiciera visibles a las víctimas. El nombre que se le ocurrió para bautizar el lugar fue “el Parque de los Sueños Justos”.

En seguida se puso en la tarea de buscar en Medellín a madres de desaparecidos. Al principio, hace siete años, eran apenas tres. Ahora hay más de sesenta.

Cada madre inventa un árbol como alegoría del hijo que le fue arrebatado. El bosque es imaginario, agrega, porque no habría en el mundo un espacio físico donde cupieran todos esos cedros gigantes que ellas consagrarían a la memoria de sus muchachos.

-Una no pare un hijo para que se lo maten y luego se olviden de él como si nada.

El Parque de los Sueños Justos está habitado por muñecos de trapo elaborados a imagen y semejanza de los desaparecidos. Todos llevan en las manitas una fotografía y una información breve.

 -¿Nunca pensaron incluir en ese texto informativo la identidad de los asesinos?
-¿Para qué? Eso no ayuda.

-¿Usted sabe quiénes fueron?

-Casi todas sabemos, pero nada ganamos mencionándolos. Fueron unos locos o fueron los locos del bando contrario, ¿y qué? Mi hijo tuvo la mala suerte de salir a la calle cuando unos locos de esos andaban llevándose a los pelados para demostrarles a los locos del otro lado que ellos eran los mandamases. Usted sabe cómo es eso en Colombia.

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