viernes, 14 de noviembre de 2014

De los nombres de las calles



Vicente Llorca

Hace algunos años, uno acostumbraba a acudir a un centro de Getafe por la mañana, en donde impartía unas improbables nociones de literatura.

Para llegar al centro había que cruzar un vasto descampado, destartalado y sin gracia, anejo a una plaza de toros moderna, que estaba siempre cerrada, y a unas escaleras que no conducían a ninguna parte. En una esquina, un monolito de estilo sideral, en la misma estética de centro comercial que había causado furor en la periferia de Madrid, anunciaba en socorrido rótulo el nombre de la misma: “Plaza de las Brigadas Internacionales”. 

A este solar devastado habían llegado, tantos años después, los que unos kilómetros más abajo participaron, bajo las férreas órdenes del francés André Marty, en las jornadas del Jarama o del Cerro Pingarrón –lugares de los que posiblemente el autor del monolito nunca había oído hablar.

Rebuscando en las calles de la nueva barriada, poco a poco, uno descubría la mano de algún inspirado concejal de cultura de la villa, de los que yo acostumbraba a dejar para septiembre si por desgracia caían en mis manos, y me repetían como saber único el soniquete de la Arcadia.

La cultura de nuestro ignoto concejal demostraba un vasto optimismo republicano. Y una improbable formación histórica; inferior por ejemplo a la que mi abuela y sus amigas, sin ir más lejos, hacían gala a la hora del chocolate. (Ellas sí habían conocido a los nominados).

Así con el tiempo, y ciertas horas de asueto, uno descubría que un amplio panteón republicano se había inscrito en la nomenclatura de aquella barriada nueva al este de la ciudad, bajo el horizonte distante del cerro de los Ángeles, lugar aún sólito de peregrinación de las familias de la zona. Las calles ostentaban los arcádicos nombres de los introductores de la lírica en España: Federica Montseny o Dolores Ibarruri; Margarita Nelken y Francisco Largo Caballero; Santiago Carrillo o el doctor Juan Negrín; José Díaz o Buenaventura Durruti; Indalecio Prieto o una Avenida de la Segunda República… En un alarde de erudición la concejalía había incluido los rótulos de Rosa Luxemburgo, Hellen Keller o de Mika Feldman, dioses foráneos de los que el barrio tenía noticia, sin duda.

Aún hoy ignoro por qué le habían dedicado una rúa a Margarita Nelken. Si por las armas o por las letras. En el Concejo debían de tener al parecer como libro de cabecera el famoso discurso cervantino, donde nuestro buen hidalgo demostraba la primacía de aquéllas sobre éstas. (No va usted a comparar, concluía Cervantes, escribir otro libro más de caballerías que haber estado en Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos” en la inolvidable expresión de Alonso Quijano. Que nuestros concejales repetirían en los plenos, creo).

Si era por las armas quizá recordaban la amenaza del anarquista García Oliver -el insólito ministro de Justicia de los últimos gobiernos de la República- el cual, acusado por la Komintern de crímenes ajenos, había amenazado con “implicar a todos los integrantes de las checas, empezando por Margarita Nelken y sus jóvenes socialistas unificados”. Para advertir a continuación al presidente del Tribunal Supremo que le denunciaría como “ejecutor de la indignidad jurídica más grande que se haya cometido: la de haberse constituido, usted como presidente, un tribunal en la cárcel Modelo de Madrid y haber juzgado a unos presos, haberlos oído y condenado a muerte, cuando ya llevaban más de 24 horas ejecutados por Margarita Nelken y su grupo de jóvenes”.

Quizá fuera por las letras, entonces.

Margarita Nelken, había militado –en escritos que nuestros concejales quizá desmenuzaban con fruición- en el partido literario de la prosa naturalista y de la costumbre de la paz. Ante la defección de Don JoséOrtega y Gasset – que abandonaba la Arcadia, la escritora había comentado:

"Hay muchas maneras de ayudar al fascismo y a su advenimiento; no es la menos eficaz la incubación, en torno a una revista 'selecta', de delicuescentes cultivadores de la deshumanización del arte… ¡Descanse con toda paz don José Ortega y Gasset, en el  extranjero y en compañía de su familia¡"

La revista Claridad, órgano de los socialistas en donde nuestra activista escribía con asiduidad, ya había dado el pésame a la ardua polémica de entreguerras. “Descanse en paz, doña Literatura Pura”.

Decididamente la concejalía de Getafe era partidaria del pacifismo eterno y de las teorías de Lukács, el húngaro, sobre el realismo literario. Quizá ellos también hablaban en prosa, sin saberlo.

La figura literaria que desde luego cultivaban, descubrí no sin cierta sorpresa más tarde, era la de la ironía. Sólo la ironía podía llevar a que la calle dedicada a Santiago Carrillo hubiera sido convertida por un fino estilista en “Paseo de Santiago Carrillo”. Se advertirá la sutileza de la alusión peripatética, en alguien tan aficionado a los mismos. La Avenida de la Segunda República era una calle anodina, en curva y que no llevaba a ninguna parte… Quizá fuera casual, no obstante, en una barriada en donde el sentido se demoraba tanto en aparecer, en medio de edificios anónimos.

Que le hubieran dedicado otra calzada a Pedro Checa, el joven agente de la NKVD, tenía también su ambigüedad literaria. “¿Se la habrán dedicado por Pedro o por Checa?“, se preguntaba mi amiga Irene, que alguna mañana me acompañaba por aquellos periplos de la Nomenklatura.

Menos sutileza encontrábamos en que la calle Andrés Nin, el mártir poumista, fuera seccionada, perpendicularmente, por la rue José Díaz, el secretario del PC. Hay encuentros que por lo menos en la eternidad deberían evitarse… Del resto del repertorio poco podía ya decirse. La calle Indalecio Prieto era más bien estrecha. Nada brillaba en la avenida Juan Negrín. No había ninguna logia –por lo menos a la vista– en el paseo de Diego Martínez Barrio; y esto decepcionó ya del todo a Irene, que dio por agotada la peregrinación. 

Nadie había propuesto la “avenida Laurenti Beria” por ejemplo, me dijo, y ello revelaba una clara falta de imaginación por parte de los concejales. (Ni la mucho más sonora, que yo entonces propuse, de “Plaza de la Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha con la Contrarrevolución, la Especulación y el Abuso de Poder”, nombre de la organización de la Cheka de 1918, que esa sí que hubiera tenido su eufonía y su aquél. )

Menos mal que ese mismo día encontramos, cercano, el local de la “churrería San Isidro”, y esto nos redimió un poco de tanta literatura. La salvación ocurre en un instante, comentó Irene, y hacia allí nos dirigimos, salvados.