sábado, 1 de noviembre de 2014

Cansancio




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Tan pecholobos con la corrupción y tan achicopalados con la muerte, que bien recientes están los duelos y quebrantos de la nación ante el tránsito del perro “Excálibur”.

Nuestra muerte ilumina nuestra vida.
Va a ser verdad que lo poco (lo último) que quedaba de casta se fue, en ambos bandos, por la gran boca vacía de la guerra civil.

Ahora a la muerte la vemos venir y la llamamos cansancio.

Por eso los nuevos tanatorios tienen diseño de casas de reposo (baño y masaje), con estatuas de jardín que son copias en alabastro de Jadraque de las de mujeres de vida alegre que en el quicio de las whiskerías pasan por diosas griegas. Ya se supone que es para que la gente no llore de miedo.

Y, sin embargo, el alabastro de Jadraque no evita la pregunta terrible de las pompas fúnebres (“¿La profesión del cadáver?”) que sucede a la pregunta ontológica que en vida se hizo el muerto: “¿Cuál será nuestro último pitillo?”

Dejaos coger, que es la manera de que los toros se descubran en la suerte de matar –recomienda Pedro Romero a sus discípulos en la escuela de Tauromaquia de Sevilla.

Nuestra manera de dejarnos coger es acercarnos al camposanto en noviembre, un mes que tiene, dice Foxá, la hermosura de ser promesa en los ojos de fiebre de las corzas en celo y en las cortezas de los árboles llenas de futuras mariposas.

Las rosas de noviembre tienen una anemia de estufas.

Y hay que agradecer este sol de Todos los Santos. (“Si a uno lo dejan en su nicho con sol, parece que la instalación es menos impresionante.”)

La fiesta de los muertos es la muerte como nostalgia y no como fin de la vida, lo que equivale a afirmar, dice Octavio Paz, que no venimos de la vida, sino de la muerte. Pero en días como éste deseamos encontrar en la muerte una revelación que la vida no nos ha dado: la de la verdadera vida. Al morir.

Al final, Gila llevaba más razón que un santo: lo mejor es no morirse nunca.

Se lo digo yo, que me he muerto varias veces.