sábado, 4 de octubre de 2014

Finito en Madrid. ¡La que lió don Fernando!

Albero de estreno

José Ramón Márquez

Primera corrida de toros en la Feria de Otoño. Los esmerados empresarios que atesoran la taquilla de Madrid, esos Choperón Father & Son, imagino que con la aquiescencia de ese divertido layetano llamado Abella, que no debe ser confundido con Abejas, y a quien todos sus seguidores conocemos como Abeya, idearon como plato de gusto un cartel con dos de los triunfadores de San Isidro y un casi triunfador de The Maestros para dar cuenta de un encierro de la que fue ganadería fetiche hasta no hace tanto del Fool on the Hill de Galapagar, quien llegó incluso a indultar la vida de un toro de esa vacada, el recordado Idílico, padre genésico, señor de las adelfas, visir de El Grullo hasta su extraña muerte, nunca bien aclarada.

La apuesta de la tarde era de lo más segura. Bien es verdad que el aficionado de número, que siempre anda con la mosca tras de la oreja, comentaba en corrillos y correos que a ver qué toros era capaz de traer Cuvillo a Madrid, de si le pasarían la corrida en caso de traer lo característico de la casa y que a ver si a los toreros de las fáciles orejas de mayo, baratas puertas grandes, no se les iban a tornar las cañas en lanzas.

La cosa, por la parte ganadera, se disipó nada más que salió el primero, un grandón que atendía por Polvorillo, número 41, de 11/08, o sea que tenía un puñado de años. A Polvorillo lo protestaron con saña hasta los más pastueños espectadores capitaneados por nuestro Don Fernando, y no le protestaban porque se cayese deslomado o derrumbado, sino porque se veía que el animal estaba aquejado de obesidad mórbida y para él era un sufrimiento darse una simple carrerita. Las gentes, sin atender a los sentimientos de Polvorillo, le denostaron y clamaron al Trinidad del palco -hoy se llamaba Julio, al parecer- por que echase al toro al negociado de don Ángel Zaragoza, eficiente puntillero al que los peones no dejan cumplir su misión en la Plaza. El Trinidad mantuvo al bicho y a cambio el bicho se mantuvo en sus trece del deslome y el trote cochinero. Todos contentos, pues. El resto de lo que vino después siguió un guión en el que había un poco de intriga, pues como cada toro salía de su padre y de su madre en conformación física, capa, peso y cabeza parece que se miraba con atención a la puerta que custodia el heredero del Buñolero, don Manuel Pérez Moreno, para ver qué prodigio o invención ganadera asomaba la jeta al abrirse el portón, y así salieron toros de diversas topografías, unos más grandes, otros más gordos, otro anovillado que se tapaba por la cara, y de diversos guarismos, el 8 ya explicado antes, y también el 9 y el 0, para que no se diga. Saldo ganadero que demuestra a las claras lo difícil que debe haber sido para Cuvillo juntar esta redada de seis para Madrid.

La verdad es que los toros no han dado mucho de qué hablar en cuanto a méritos propios. Los cuvis, aquejados de blandura que lo mismo era tendinitis, lo único que han conseguido es que los picadores se hayan llevado el sueldo a casa currando más bien poco. En cualquier caso digamos que la corrida no se dio ni mucho menos entera con los cuvis anunciados, ya que varios de  ellos, el segundo, el quinto y el sexto, fueron sacados de la Plaza por los bueyes. Deleznable corrida de Núñez del Cuvillo, pues, representada perfectamente por el cuarto, un castaño listón con el número 146 a quien bautizaron premonitoriamente con el nombre de Espantoso, como espantosamente tediosa fue la presencia en el ruedo de los hijos de Idílico.

La terna se componía de Juan Serrano, Iván Fandiño y Manuel Luque: Sabadell, Orduña y Gerena.

De Juan Serrano recuerdo que, a principios de la temporada, dijo Vicente Llorca que este año había que seguir al Fino. Yo no le hice caso, pero me acordé de su profecía esta tarde cuando Finito dio en el recibo de capote a su segundo la más plástica y pura interpretación de toreo a la verónica que se ha visto en toda la temporada en Madrid. Ha sido una sola verónica por el lado izquierdo, un cartel de toros -de cuando los carteles los hacían pintores aficionados a los toros-, una fugacísima visión del toreo más caro, más exquisito y más inspirado que verse pueda, con la suerte cargada, embebiendo la embestida del cuvillejo y con toda la gracia toreadora, que es un don que Dios da a quien le da la gana en su infinita sabiduría. La verdad es que la cosecha así vista es algo magra, pero vale más una buena de verdad que los cien mil trapazos de todas las tardes. Al Fino, se ve que por no desentonar, los del programa le hacían acreedor de una oreja en su única actuación madrileña del año 2013. Digamos que es una mentira piadosa puesta ahí por vaya usted a saber  qué razón.

Iván Fandiño ha toreado mucho este año por todas partes y no sé si eso es lo mejor para su carrera -carrera, no cartera-, pues da la sensación de estar sin ideas y muy espeso. Si su primero fue un auténtico juampedritis que sustituyó al cuvi, más tonto que Pichote como corresponde a su deleznable cuna, y que encima se paró en la fase muleteril, su segundo, un sobrero bis de El Torero que a su vez sustituía a un impresentable mulo de Fermín Bohórquez que ha conseguido poner de acuerdo a toda la Plaza, espoleada por la firneza de Don Fernando, en que ese bicho debía irse de vuelta a los corrales, ha sido el toro de la corrida y el que ha dado la medida perfectamente del momento de Iván Fandiño. El toro, Lince, número 47, era un toro muy del gusto de Madrid, demandando el cite de largo y con ganas de galopar. Cantó sus bondades casi desde que salió al ruedo, acudiendo dos veces con alegría al caballo. Fue muy bien lidiado por Pedro Lara y muy bien banderilleado por Miguel Martín a cuyo cite acudió codicioso, y ahí ya se atisbaron las que serían las grandes cualidades del toro: su tranco alegre, su bonita embestida y el ceñirse un poco en el viaje. Sin echar cuentas de las condiciones del toro y sin plantearse generosamente que podía lucirle y lucirse armó su faena en una sucesión de pases muy insulsos buscando la cercanía, que no es precisamente lo que el toro demandaba. Se le fue el toro, sin paliativos.

Luque, cuyo padre en cierta ocasión me invitó generosamente a un café, lleva como capote el velamen del Eagle, buque escuela de los guardacostas norteamericanos, y yo creo que esa cantidad de percal, que viene fenomenal para hacer una tienda de campaña, no es buena para que nazca el toreo bueno de capa. Por ahí anduvo Luque con su capotón haciendo sus cosas, como corresponde a un triunfador de San Isidro y luego pilló el muletón, que también es un rato grande y, acaso recordando lo bien que le trataron los de la solanera, se fue allí a ver si enjaretaba una faenilla con la que rebañar otra olvidable orejilla. Esta vez no pudo ser. Del sexto no puedo decir nada porque me largué de la Plaza al morir el quinto, que teníamos que ir a Fuenlabrada a ver a Rubén Nieto pelear por el título de Europa del super ligero, por lo que pido las debidas disculpas a la parroquia. Y al llegar a Fuenlabrada...

Fuenlabrada

 Don Fernando liderando las protestas de la tarde

 Si el aficionado tuviera una escoba...

 Los donuts

 El nido de Abella

 Aires del Sur

 Toro arreglado

 Los Notas del palco

 El toro que arruinó a Fandiño

 Luque Jr., Simón Casas y Luque Sr.

 Puerta de salida de Las Ventas en el momento en que Luque,
 triunfador de San Isidro, iniciaba la lidia del sexto

 Pies, para qué os quiero

 El barbecho venteño

La primavera en Manuel Becerra