Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La “gripe española” era americana, pero como España, sin una guerra que llevarse a la boca, fue la que más la jaleó, “española” se quedó.
Ahora tenemos el primer caso de ébola conocido fuera de África, y la ministra de Sanidad sale de salmantino luto (ése, desde luego, no es el color de Snoopy) a decir, con muchos infinitivos, al modo de los indios de Hollywood, que sólo saber que no saber nada, dejando el balón en el tejado de los tertulianos, que son como la prensa del 18, pero con voz de odre, y que conseguirán que el ébola pase a los anales de la Wikipedia como la “peste española”.
Si se tiene en cuenta que la primera industria del país es el turismo, dar al ébola rango de andancio en las tertulias es lo más parecido a lo de los alegres muchachos de Sadam incendiando, en su huida de los americanos, los campos de petróleo.
¿De qué huimos los españoles?
Los españoles llevamos huyendo de nosotros mismos desde 1812, cuando la Constitución de Cádiz, utópica, según Marañón, a fuer de gaditana, y que al final, en chispazo de Pemán, sólo fue un tanguillo legal: “Los españoles serán justos y benéficos”. Dos pataditas… ¡y olé!
Todos nuestros separatismos no son sino maneras de huir de nosotros mismos, con la mala pata, para los separatistas, de confundir España con Madrid, que tampoco es Cádiz.
Cádiz fue la tercera ciudad de Roma (la primera en obtener la ciudadanía, por sus sales y bailarinas), y Madrid, una capital muy grande con un río muy pequeño que impide una política española de gran estilo, cosa que el culto Mediterráneo y el heroico Atlántico aprovechan para silbar, como la sierpe del Génesis, al oído de las ciudades costeras: “Podéis ser como dioses”.
Pompeyo Gener, fraternal portavoz de la ciencia catalana, “descubrió” en la atmósfera madrileña falta de helio y de argón, y por tanto, gran detrimento de células grises en los nativos.
¿Otro “Prestige”? “E-bolá!” El “exterminio encubierto”, que dice la Colau.