jueves, 1 de mayo de 2014

Lisboa



Hasta aquí llegó la socialdemocracia

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Los alemanes pueden ser tan irresponsables como los españoles.

    Tenían en Múnich el mejor equipo de fútbol, obra de Jupp Heynckes, un señor del Rin, pero los socialdemócratas del Bayern (Rumenigge y sus pelucos, Breitner y su libro rojo de Mao…) querían más, querían glamour, que quiere decir gramática, o sea, magia. Y la socialdemocracia no reconoce otra magia que la de Guardiola, extensión futbolera de Zapatero, para quienes la poesía de la gramática es la gramática de la poesía, y ellos se entienden.
    
El Bayern prescindió de Heynckes, que tuvo el mal gusto de devastar futbolísticamente Barcelona, y contrató por un Perú a Guardiola, que se tomó un año sabático en Nueva York para aprender el alemán de Leibniz, videovotar (¡democracia líquida!) por la independencia de Cataluña y seguir en plan Zelig a Obama igual que había seguido a Zapatero.

    –Pep me preguntaba por Merkel, yo le preguntaba por Keita, y él inquiría por China

    Ya en Múnich, Guardiola desplegó la Teodicea de su tiquitaca (“jugamos el mejor de los ‘fupboles’ posibles”), ante el que sólo Ribèry, el jugador más feo del mundo, al decir de Elena Valenciano, puso mala cara.
    
En los medios todo era alegría caballeresca en un bosque (el bosque es el Ser de Alemania) de decorado: alegría de combatir, de cazar, de cortejar y… de poseer, edsa alegría de advenedizo. Hasta que llegó el Madrid de Sergio Ramos, que “en su p… vida” había ganado en Múnich, y, a cabezazos, abrió un claro en el bosque que ríanse ustedes del “Lichtung” de Heidegger y su relámpago de destrucción camino de Lisboa, capital de la Décima.

    Consuélense los alemanes: por la misma regla de tres, en vez de a Heynckes por Guardiola, podían haber cambiado a Merkel por Zapatero, pletórico de glamour tras su primera legislatura, y ahora el claro del bosque lo tendríamos todos no en el Allianz de Múnich, sino en el “Kohllosseum” o “Elefantenklo” de Berlín, capital de Europa.

    Y todos calvos, claro.