Abc
Erasmo de Rotterdam escribió el “Encomio de la estulticia” y la justicia poética ha hecho que hoy patronee a los becarios de la Unión Europea.
En España, esos becarios son como los vendimiadores de la estulticia en el sentido erasmiano: “bobería y poco saber”. Condenados por el sistema educativo a limpiar váteres en Londres o Berlín, el plan de Wert, el Rectificador, era que empezaran a limpiarlos ya (sin esperar a la licenciatura), y para ello les sisó, con retroactividad y de tapadillo, como parece ser norma de la casa, la subvencioncilla de 150 euros que servía a los estudiantes para aplazar en tierra extraña la mendicidad.
Y lo peor fue el sentimentalismo de la explicación ministerial: el dinero iría a parar a los pobres de solemnidad.
O a las indemnizaciones de los presos de la insurgencia septentrional agraciados con la piñata Parot.
A mí la trapisonda de Wert me pillaba con una niña en Alemania, adonde viajó en septiembre contando con un dinero que de pronto le negaban. Le he dicho que así era en la mili, si llevabas boina verde: te soltaban en un monte y tenías que buscarte la vida. Como Aznar quitó la mili, a Wert no le quedaba otro remedio que quitar las becas para seguir haciendo hombres.
Claro que lo que hacen con las becas podrían hacerlo con los bonos del Tesoro, que a eso se va reduciendo la garantía del Estado, una vez perdida la de la Iglesia, y pienso en esos ahorrillos episcopales esfumados en preferentes (pro-“rateadas”) del padre Piquer y aquel oso de San Corbiniano (¡escudo papal de Benedicto XVI!) que resultó ser el oso verde de Cajamadrid.
Contra esta cultura del recorte nada prevalece: a la exposición, en Madrid, de Martín Chirino (último de los “grandes” vivo) no asistió una sola autoridad cultural del Ministerio, de la Comunidad o del Ayuntamiento.
Sólo Sonsoles, “goéthica” y “lotteana”.
Y es que hasta el viejo Wert empieza a parecerme un triste recorte del joven Werther.