sábado, 7 de julio de 2012

La copa hiperbólica

La copa de Krusty

Los economistas, vencidos por los mercados, suman los botellines ingeridos en el torneo para medir el incremento del PIB. Otros, más sentimentales, y sin reparar en que el ser humano ha pasado la historia sin ganar nada salvo quizás alguna guerra, consideran que debemos mirar la copa como Meryl Streep miraba a Clint Eastwood cuando regresó: como nuestra única y fugaz posibilidad de ser felices

Hughes

España acabó la Eurocopa pidiendo la hora. Casillas, quizás ajeno al hecho de que no fue el árbitro el autor de ninguno de los cuatro goles, le pedía “respect for the rival”, sin reparar en que existía la posibilidad técnica de que sus palabras (a gritos) fueran captadas por alguno de los centenares de periodistas que allí se encontraban. Tras ello, los campeones hicieron pasillo al perdedor y sólo por el férreo curso de lo protocolario pudieron dejar de dar caricias a los italianos y disponerse a recoger la copa. Después, para olvidar las lágrimas de Pirlo, bebieron noche y día.

En Madrid, al día siguiente, a un niño le preguntaban qué quería ser de mayor:

-Yo Iniesta, porque es ejemplar.

Después, como la especulativa escalada de la prima de riesgo, la prosa periodística desbocó un juicio sobre Del Bosque que sólo cabe calificar de justo y ponderado. Entre la prensa y el marqués se empezaron a interponer palabras. En pocos días se ha elogiado su conservadurismo, su progresismo, su prudencia, su mesura, su catolicismo, su sentido del deber, su ugetismo, su institucionalismo, su refrescante sentido de la informalidad, su apertura de miras, su familiaridad, su cercanía, su justa distancia, su callada nobleza, su mando en plaza, su bigote normal, su calva cincuentona, su semblante hidalgo, su exquisito tacto, su competitividad europea, su española postura, su civismo mudo, su paternalismo sin gestos, su gestualidad calmada, su patronazgo, su liderazgo, su diplomacia, su marquesado, su segundo plano y su comprometida lucha con el colesterol. Incluso algunos periodistas lanzaron admirativas indirectas sobre su miembro.




La izquierda fetén, la derecha mariana, el centrismo budista y la transversalidad magenta aparcan sus diferencias irreconciliables para hablar de él. Del Bosque es marqués de la excellence, pero podría ser ministro, académico o mamá de Tarzán.

Recordando la genialidad del niño Panero, que a sus padres preguntaba cuando daban la luz: ¿Adónde va lo oscuro?, la infanta Leonor preguntó a los del fútbol qué había dentro de la copa. Con ello, la niña quitaba hierro simbólico al trofeo. De un modo distinto, algunas aficiones gamberras  rechazan el simbolismo de la copa y despiden a sus jugadores antes de la final, desromantizándola, con el grito de “queremos la copa llena de farlopa”.

En las fotos, el trofeo despide el reflejo distorsionado del que la mira. Por ello, la copa está resultando un poco esperpéntica.

Los economistas, vencidos por los mercados, suman los botellines ingeridos en el torneo para medir el incremento del PIB. Otros, más sentimentales, y sin reparar en que el ser humano ha pasado la historia sin ganar nada salvo quizás alguna guerra, consideran que debemos mirar la copa como Meryl Streep miraba a Clint Eastwood cuando regresó: como nuestra única y fugaz posibilidad de ser felices.

Hay quien ya lamenta que Dragó haya quedado de único intelectual antifutbolero y pide un Krugman (azote de lo austero) contra la ejemplaridad.


Un marqués contra el colesterol