miércoles, 13 de junio de 2012

El torero gudari

Cartel de Bilbao, 2010
Urdiales, Cid y Padilla

Jorge Bustos

La última polémica nacida en los verdes valles de Euskadi, fértiles en pendencias, ha versado sobre el toros sí o el toros no, estando los guipuzcoanos de Cestona por lo primero y por lo segundo su alcaldesa de Bildu, quien no ha tenido más remedio que transigir con la expresión de la voz popular y seguir programando novilladas en fiestas. Es lo malo de apostar por las-vías-exclusivamente-políticas-y-democráticas: después de darnos a todos el turre de la representatividad mayoritaria de vascos y vascas, cuando ya estamos prácticamente convencidos van, convocan de una vez un referéndum vinculante y el resultado contradice con toda insolencia el programa previsto de construcción nacional. Nada, que quieren toros, en quebrantamiento flagrante del catecismo racial del padre Sabino, el tío que ha salpicado los parques vascongados de mayor número de estatuas:

Interrogad al vizcaíno qué es lo que quiere y os dirá “trabajo el día laborable e iglesia y tamboril el día festivo”; haced lo mismo con los españoles y os contestarán pan y toros un día y otro también, cubierto por el manto azul de su puro cielo y calentado al ardiente sol de Marruecos y España.

Pero los vizcaínos, me temo, ya no van a la iglesia y las tamborradas no son privativas de sus dominios, como fácilmente comprobamos paseando una tarde cualquiera por la Puerta del Sol, por no recordar los pitidos recientemente registrados en un estadio de fútbol de la capital. Si la fórmula peculiar del volkgeist vasco acaba resumiéndose en toros, pitos y anticlericalismo, nosotros habremos de profundizar en la sospecha –abrigada desde los primeros viajes a Álava, Vizcaya y Guipúzcoa– de que no va quedando en la Península sitio más español que el País Vasco.

La mejor corrida de toros que llevo vista en mi vida fue una de victorinos homicidas en la negra arena de Vista Alegre, a 90 machacantes la entrada, y en la plaza no cabía un alfiler, en el supuesto de que los alfileres de Bilbao tengan el mismo tamaño que los demás. Si Bildu desea seguir vendiéndose como la purísima propiedad conmutativa que suma a los vascos y a las vascas sin alterar el producto final de una Euskal Herria grande y libre, debe apresurarse a propalar que la Fiesta Nacional se originó realmente en una finca prerromana ubicada entre Azpeitia y Mondragón, e identificar la bravura con la cantidad de RH apreciable en las venas del toro de lidia. No les costará trabajo teniendo en cuenta que la mixtificación histórica es especialidad de la casa, como el bacalao o las cocochas.

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