miércoles, 20 de junio de 2012

Deportes donde hay que pensar



Jorge Bustos

Cuando a ustedes les hablen de un deporte eminentemente mental, donde “lo importante es sobre todo la cabeza”, ya pueden dar por descontadas unas agujetas del carajo al día siguiente de decidirse a practicarlo. Se dice por ejemplo que Rafa Nadal gana sus homéricos torneos en virtud de una inigualable capacidad de concentración que desquicia a los adversarios, todos ellos tocados al parecer por la varita torcida de la oligofrenia. El hecho de que con los bíceps del tenista mallorquín podrían reponerse los remaches oxidados del puente de Brooklyn resulta secundario para tanto exégeta bombástico como puebla el periodismo deportivo, siempre dispuesto a compensar su falta endémica de hondura a base de derrochar cursilería.

Veamos, la mente es importante en cualquier deporte desde que se descubrió que el aparato locomotriz viene gobernado por impulsos electromagnéticos con sede en el cerebro. Pero vamos, que por deporte mentalmente exigente uno, en puridad, entendía el ajedrez, y no: lo que de verdad requiere cabeza parece que son juegos tan sudoríparos como el tenis o el ciclismo. El ciclismo ha perdido crédito en el ámbito profesional a medida que lo ha ido ganando desaforadamente en el civil. De hecho, en las modernas metrópolis del primer mundo el ciclismo ha adquirido una cualidad no ya ética sino redentora, una categoría teológica además de teleológica, lo que quiere decir –para aquellos de ustedes que no se hayan quemado las pestañas estudiando en verano las síntesis tomistas– que la bici, además de llevarte a los sitios, te santifica civilmente por el camino. Tan es así que se medita incluir, junto a la aspiración garantizada a la felicidad, el Derecho a Montar en Bici en la Carta Magna yanqui, con cláusula de adhesión para las constituciones europeas. Entre nosotros un decidido partidario de la bicicleta es Gallardón, quien viendo cómo se las gastaban en Ámsterdam y en París acondicionó aquí un carril-bici que contornea el mapa de la capital. El domingo no supe negarme a la propuesta de mi primo:

¿Te vienes a recorrer el Anillo Ciclista? Hasta la Casa de Campo y volver, es facilito.

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