Bandera con El Cid de Juan Cristóbal en Briviesca, Burgos
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Tomás Gómez no lee a Cebrián, que está contra las banderías y por un gobierno de coalición (¡Mariano, ríndete!), y se fue con Paquito Clavel a una exposición de botijos para tirar de la falda a frau Merkel.
–Queremos dinero para atún.
He ahí, botijo en mano, la petición de Gómez, que se alimenta de túnidos, a frau Merkel, que no sabe qué es un botijo (“Trinken aus der Fische?”) y tampoco quién es Gómez, que amenaza con consecuencias.
La idea del alemán currando y el español mirando seduce a cualquiera, y yo he visto a Gómez feliz, sentado en el Bernabéu, viendo correr a Khedira.
¿Consecuencias? Sólo veo las futboleras, pues al final nos encontraremos con Alemania, como en pura justicia poética le ha pasado a Grecia. No sé si entonces Villar haya arreglado lo de la orla roja en el escudo de “La Roja”, pero yo estrenaré bandera, que ya no es la del toro de Osborne, ese animal en trance de extinción, sino la del Cid de Juanito Cristóbal, que vengo de verla colgada en todos los pueblos de Burgos.
–En su tiempo, sólo el Cid tiene victorias –dijo Menéndez Pidal a Ruano.
Pues eso, victorias. Y victorias cidianas, del Cid que se sacó de la manga el bohemio Juanito Cristóbal, Juan González del Valle para el registro civil.
–¿Para qué voy a leer el Poema? El Poema no lo han leído más que don Marcelino Menéndez y Pelayo, don Ramón Menéndez Pidal, don Alejandro Pidal y ni un solo Menéndez y ni un solo Pidal más.
Ese toro de Osborne y este Cid de Juanito Cristóbal son nostalgia emblemática de aquel águila de Patmos, que no se deja enterrar. Y ahí está el bando de Cebrián.
Águila de Patmos en Bilbao