jueves, 12 de enero de 2012

En la fraga de Wenceslao


Jorge Bustos

Me he subido un momento a Galicia a beber albariño y a comer marisco, puesto que los meses con erre son los de buen marisco gallego y no se nos ocurre mejor modo de allanar algo la cuesta de este enero que va para etapa del Tour pero de esas que piden a gritos a un Eufemiano Fuentes. Pero también, colateralmente, estamos aquí para escribir sobre cosas que no se pueden contar desde Madrid. Costó lo suyo llegar, porque la bovina de la trócola del buga se me petó a la altura de La Bañeza, provincia de León, geografía de mal fario desde que crió a Zapatero, y luego estuve dos veces a punto de quedarme sin gasolina, al punto de meditar seriamente orinar en el depósito por pura desesperación. Pero pagando se arregla todo –que se lo digan al chófer de los ERE– y aquí estamos.

Y lo primero que hemos hecho ha sido visitar la Fundación Wenceslao Fernández Flórez que con tanto celo difusor como veneración arqueológica mantiene Antonio Montero en la propia fraga de Cecebre, ese “tapiz de vida apretado contra las arrugas de la tierra” donde el genial escritor y periodista se retiraba para batir a casi todos sus contemporáneos en obras insuperables de estilo, humor y lirismo. Los jóvenes licenciados en Periodismo, con las cabezas irreparablemente jibarizadas en las prensas academicistas de las facultades de Ciencias de la Información y sus anémicos planes de estudio, y quizá tres cuartas partes de los tertulianos sin cuya sabiduría matutina y vespertina apenas acertaríamos los pobres profanos a prender la luz del baño para aliviarnos la vejiga, no sabrán de WFF más allá del título escolar de su obra más celebrada, El bosque animado. Y ahora se empieza a conocer a Chaves Nogales y a Julio Camba, mucho menos a Ruano y siempre poco a Pla. En esta nómina inalcanzable descubre uno el repóker de ases del periodismo español. Ninguno destapó el GAL, ni falta que les hizo, pero todos tienen su retrato enmarcado en un pasillo del Congreso –Chaves creo que no, y no sabemos a qué espera Posada, que es hombre leído– y sus fogonazos de magnesio sobre los inveterados problemas de España seguirán deslumbrando a los inquietos autodidactas que se pasen por el forro angular a Marshall McLuhan y el libro de estilo de la Agencia EFE.

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