domingo, 22 de enero de 2012

De los demás y de su edad


Desde la edad que me adorna la mayoría de los adultos me parecen unos niños. Ésta es la señal inequívoca de que ya soy mayor. La mayoría de los ciudadanos en activo son menores que yo. Es una pura cuestión estadística.


Y muchísimo menores que yo, unos adolescentes a mis ojos, me parecen los empleados del Estado para atemorizar y extorsionar: la policía y los inspectores de cualesquiera otra forma de manifestación del monstruo que nos tiene secuestrados a todos. Esto, lo de que sean unos niños, no les hace menos dañinos y peligrosos, al contrario, los hace más eficaces, pero en cuanto al respeto, aparte del que exige la consideración y la buena educación, la verdad es que merma, que ya no imponen el respeto que les tenía hace cuatro días a aquellos adultos con pistola y que representaban la ley toda.

Ahora que las fuerzas empiezan a fallar, que el tiempo se acelera, que se revisa la vida, la de hace cuatro días, cuando, como los niños adultos de ahora, me tomaba en serio.

Ahora, digo, que los niños no saben que lo son y que no hay nada más serio para ellos que el juego. Ahora, en un mundo gobernado por niños que se creen importantísimos y que sólo respetan a los de mi edad si han triunfado absoluta e incontestablemente. Si los de edad madura tienen todo lo que ellos sueñan con conseguir cuando tengan la edad que uno tiene.

Ahora no sé ni quién soy, ni qué quise ser de mayor, ni qué
hacer en esta guardería en la que me encuentro.