domingo, 2 de marzo de 2025

Mena



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Hubo un tiempo en que se alimentaba de cañas y croquetas del velador de “Charlot”, en el Multicentro de Serrano. Al verlo venir con su cara de “gag” entraban ganas de darle una buena noticia, para que se despenara, sólo que, no siendo Mena, ¿quién tiene una buena noticia todos los días? A mí siempre me recordó al ciempiés de un cuento que contaba el señor Jeromo, pemaniano contador de cuentos:


Pues güeno... Parece ser que los animales chicos iban en el piso alto del Arca: la hormiga, el lagarto, el ciempiés, el bichito de lú... Y abajo, separados por un techo de madera, los animales grandes: el león, el toro, el camello, la jirafa. Llega, en esto, la primera noche, la hora de dormir, y el señor Noé por todo el Arca tocando parmas: “¡Ea, señores, señores. A acostarse, que es muy tardísimo!...” Se mete cada animalito en su cama, y se disponen a dormir. Pero, en esto, los del piso bajo empiezan a oír sobre el techo de madera, uno tras otro, una serie de golpes, iguales y seguidos: pum, uno; pum, dos; pum, tres; pum, cuatro... Hasta que el león, harto ya de golpes, levanta la cabeza y le dice a la jirafa: “Mira, picha, tú que tienes el cuello largo, a ver si sacas la jeta por la ventana y te enteras de lo que pasa arriba, que no se puede pegar un ojo...” La jirafa, muy obediente, alarga el cuello por el ventanuco, lo estira hasta el del piso alto y registra lo que ocurre. Mientras tanto, siguen oyéndose en el techo los golpes, seguidos e iguales, como los de un batán: pum, dieciséis; pum, dieciesiete; pum, dieciocho... Hasta que, al fin, la jirafa encoge el cuello, y con los ojos llenos de resignación ante lo irremediable, le comunica al león el resultado de su pesquisa: “Ná, hijo.. ¡el ciempiés, que se está quitando las botas!”


Quien no se ría con un cuento así nunca entrará en ese Reino de los Cielos del que fue acomodador Mena.


Y ahora, la muerte, esa cosa tan bonita, que decía Ruano hablando de la de Ramón. Y tan latosa: “Te ponen esos zapatos que apretaban, con los que dolían los pies. ¡La eternidad sin poder dar un paso a gusto! Es una falta de consideración. Es la manía de no consultar a los muertos. Ni siquiera puede uno decir: ‘¡Hombre, que no me pasen a ese pelmazo!’ ¡Claro, con eso de que el muerto, por aburrimiento, no habla!” El propio Ramón había hecho suyo el gran deseo de Corot: “Espero de todo corazón que se pueda pintar en el cielo.” Hoy hay que representarse ese cielo con Mena sobre una nube haciéndole absurdas objeciones al Creador. ¿A qué esperarán para ponerle a Mena, que ya tiene nube en el cielo, una calle en Madrid?