jueves, 13 de marzo de 2025

Moeckel


Rafael de Paula


Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Nada más nombrar a Edward Messe secretario de Justicia, lo primero que hizo Ronald Reagan fue contarle unos cuantos de esos chistes de abogados que tanto gustan en América. El primero que le contó, éste: “¿Sabes por qué se ha decidido utilizar abogados en lugar de ratones para la experimentación en laboratorio? Por tres motivos: el primero, porque hay muchos, casi tantos como ratones; el segundo, porque es imposible que ningún científico se pueda llegar a encariñar con ellos; y el tercero, porque había cosas que los ratones se negaban a hacer.”


Un ratón no se hubiera tirado al ruedo de las Ventas para echarse al Cid a hombros y sacarlo por la Puerta Grande.


Pero Moeckel, cuyo proverbial sentido de la justicia poética consiste en mezclar el Aranzadi con las Escrituras, es lo que se dice un “ratón colorado”, dicho sea como se dice, en buena literatura costumbrista, y para ponderar la listeza en grado único, “perro verde”, “mirlo blanco” o “paloma azul”. Para empezar, ¿qué hace un alemán pleiteando en Sevilla?


El alemán recae en el trabajo como el español en el pecado, y esto es lo que el pecador español nunca llegará a perdonarle al trabajador alemán.


Me pregunto con asombro por qué cada año, al volver la primavera, siento esas violentas ganas de marcharme al Sur –escribe Nietzsche en una carta a Peter Gast.


Primavera, Sevilla y Moeckel, su ratón colorado.


Moeckel ratonea al Bautista (Teddy) las bolsas de las bodas, bautizos y comuniones, donde el cantador de “Ponte de rodillas” –de rodillas sobre su cama, contra la resistencia de sus familiares, se puso don Jacinto Benavente cuando sintió llegar el Viático– acostumbra pasar el platillo de los derechos de autor.


Moeckel ratonea los alifafes plásticos de Umbral, que se pone a hacer ahora oposición antifranquista con las bragas de la nieta a propósito de una subasta de cuadros de Franco que no son de Franco, pero que Umbral no lo sabe. (Franco, gran trasnochador, por cierto, y mejor fisonomista, sólo pintaba para estar de pie mientras hacía la digestión.)


Y Moeckel ratonea la zarza lobera de la Fundación Pepito que organizó el festival venteño a beneficio de Rafael de Paula, la música callada –¿ratonera?– del toreo: mano a mano de Joselito y Morante, sin novillero –como Dios manda– que los aguante. La Fundación aduciría razones artísticas para prescindir del novillero reglamentario. Mal hecho. Primero, porque ellos, Joselito y Morante, explotaron de novilleros en festivales. Y luego, porque no. “Porque sólo hasta tres personas, como máximo, pueden conjuntar una cosa gitana –le dijo la Imperio a Ruano–. Más ya es una verbena.” ¿Y menos? Menos ya es una comedia.