jueves, 6 de marzo de 2025

Guerra para Amador




Javier Bilbao


Decía un locutor radiofónico eternamente airado que cierto político le recordaba a él mismo «cuando era gilipollas». Y la pregunta inevitable que cabe hacerle entonces no puede ser otra que: ¿está seguro de que dejó de serlo? El reproche a los demás encierra ahí el que hace a su propio yo del pasado, cuyo rostro ve en todos los que le rodean a la manera en que al Hombre de Lunares del Escuadrón Suicida se le hacía omnipresente el de su madre. ¡No soporto en ti mis propios defectos, lo que yo he sido! Va por ahí afeándole en proyección freudiana a aquel con quien se cruce, como si todos fuésemos personajes de una obra interpretados por el mismo actor o él, acaso, encarnase una versión a escala de todos los demás, quintaesencia de nuestra común humanidad destilada en un pequeño frasco. Rememorando su juventud se recuerda como un obtuso vehemente al servicio de una causa equivocada, mientras que ahora sí tiene toda la razón, ahora sí debemos escucharle todos con atención y hacerle caso, ahora sí… Al menos hasta que su yo del mañana diga otra cosa. Que la dirá, porque no calla. Se podrá aducir que rectificar es de sabios, que pensar es cambiar de idea, que las personas evolucionan, maduran y tienen derecho a cambiar, así como son diferentes las circunstancias en cada momento que nos obligan a posicionarnos en una u otra dirección. Bien, seguramente, pero si uno está tan seguro de haber estado tan rotundamente equivocado en el pasado… ¿No debería ello animarle a ser más cauteloso en el presente? ¿Es realmente una fuente de autoridad el haber estado décadas instalado en el error? ¿Tenemos que prestar atención a quien dijo sandeces las nueve ocasiones anteriores porque a la décima, ya por descarte, cree que dará en el clavo si sostiene lo contrario?    


Vienen estas cavilaciones a cuento de un reciente artículo de Savater, ardientemente belicista, donde me encuentro varias afirmaciones cuestionables hasta llegar a esto: «Pero el retorno de Trump a la Casa Blanca pone en duda el combativo Destino Manifiesto que convirtió a los USA en flagelo de las expectativas totalitarias. Hemos cambiado de sheriff en la película histórica que hoy interpretamos, ya no está el excelente Ronald Reagan —que tanto indignaba a los imbéciles— ni el enérgico Wojtyla en el Vaticano, ni el comprensivo Gorbachov: ahora se ha estropeado el panorama y no sabemos bajo qué alas refugiarnos». Un momento… ¿Los que se indignaban con Reagan eran imbéciles? Buena ocasión para bucear en la hemeroteca del filósofo donostiarra, que además de una admirable oposición al terrorismo etarra tiene en su haber un notable talento literario. A ver qué nos contaba del presidente norteamericano en los ochenta, cuando gobernaba y cuando realmente importaba apoyar sus políticas y no tanto cuarenta años después. Ya se sabe que tras la guerra todos son generales…


Vaya por delante que no hablamos, evidentemente, de algún tuit escrito desde un bar, o de declaraciones improvisadas en entrevistas, donde uno a veces no da con la palabra adecuada, sino de textos meditados y publicados a lo largo de los años en periódicos de reverencia como El País. Así que aquí, por ejemplo, nos contaba que «cuando Reagan cabalga por Centroamérica o la CIA interviene en sabotajes antisandinistas podrán invocar a gritos las libertades democráticas, pero sus fechorías tienen tan escasamente que ver con ellas como el señor Andropov con la solidaridad de la clase obrera». Por este otro lado no se andaba con medias tintas en su denuncia «del ajado vaquero Reagan, dispuesto a transformar el tópico papel americano de ‘gendarme del mundo’ por el de matón, retrógrado en política social, agresivamente fosilizado en ideas y costumbres, despiadado en la aplicación feroz de la lógica plutocrática». En este artículo , tras considerar a la OTAN una «organización caduca y desarbolada» que «sirve para cada vez menos» y «hoy ya no es de recibo» (recordemos que en 1984 sí existía el Pacto de Varsovia y la URSS) entonces remata: «porque lo evidente es que en la OTAN ya no cree a estas alturas casi nadie, y por eso Reagan tiene que chasquear de cuando en cuando el látigo para conservar la disciplina e impedir la desbandada».  


Podemos suponer que entonces no consideraba excelente al 40ª presidente y que ahora la creencia atlantista ha ganado una nueva alma. Y es que con Savater uno tiene la impresión de que a lo largo de su trayectoria ha procurado decir sobre cada asunto una cosa y su contraria: «¡así en algún momento acertaré!», intuimos escuchar a su voz interior. No recordaremos, por benevolencia, lo que escribió allá por 1980 de Herri Batasuna, pues es indudable el coraje que más tarde demostró enfrentándola, pero sí resulta curioso señalar cómo en este artículo nos cuenta que «Gibraltar es el único problema que indudablemente España no tiene» y unos años después es tajante: «El único problema territorial de España es Gibraltar». El peñón bipolar. Igualmente, sobre la corrupción del PSOE se ha manifestado en diversas ocasiones, pero eso no le impidió posteriormente firmar una petición de indulto en 2022 para el socialista José Antonio Griñán por los 700 millones saqueados con los ERE.


Dicho todo lo anterior, no pasan de ser cuestiones menores en comparación con el asunto que titula este artículo que están leyendo y que abordaba el primero de Savater que citábamos. No hará falta explicar a estas alturas la trascendencia de la guerra de Ucrania, sobre la que el cofundador de UPyD se posiciona aquí clamando por su continuidad pues «Trump nos ha salido rana, que como todos los bravucones que hemos conocido está deseando postrarse ente un bruto mayor» y entonces elogia con arrobamiento la política exterior estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial en adelante, faro de libertad y azote de totalitarismos: «fueron los norteamericanos los que detuvieron la expansión comunista en Asia, en Hispanoamérica y desde luego en Europa. Sus métodos no fueron siempre dulces o aceptables para las almas socialdemócratas, por eso en países como el nuestro les granjearon más antipatías que agradecimiento».


Un momento… ¿Quiénes fueron esos ingratos en países como el nuestro? Porque en este artículo leíamos: «el imperialismo yanqui —es decir, una desatada avidez económica cada vez menos realista, adobada con anticomunismo paranoico— fue ayer y es hoy una permanente amenaza para la regeneración social y política de los países latinoamericanos. Norteamérica ha apoyado a los peores sátrapas del continente (Somoza, Batista), ha intervenido con sus marines directamente en Nicaragua o Santo Domingo, ha intrigado para derrocar Gobiernos legítimamente democráticos». ¿Realmente la misma persona escribió ambos textos? Uno empieza a pensar que Savater es en realidad el nombre de algún proyecto literario colectivo, que hay ahí más negros currando que en una plantación de Virginia.


Ahora bien, si aceptamos que el autor de libros como Las razones del antimilitarismo y otras razones, Contra las patrias o El mito nacionalista es una sola entidad biológica, aunque con múltiples voces internas según podemos ver, entonces cae ya en una insalvable contradicción al reclamar espíritu belicoso a unos europeos que percibe comodones y poco dados al sacrificio, que solo quieren «seguir bailando, no empezar a luchar» (incluso cita a Kagan, paladín neocon y marido de Victoria Nuland). ¿Luchar y morir en nombre de qué?


En este artículo desdeñaba de raíz las apelaciones que tradicionalmente han avivado el ardor bélico: «Hoy, lo nacional —revestimiento legitimatorio teocrático del Estado en cuanto se resiste a la transparencia crítica— y su correlativo detestable, el pueblo, se apoyan todavía descaradamente en la vertebración militar. Ser patriota (es decir, en esta jerga ser el buen ciudadano, el ciudadano acrítico y partidista, el menos ciudadano realmente de todos) es estar dispuesto a luchar por la patria, a morir y matar por ella. Todavía se habla de ‘servir a la patria’ para designar ‘ir al Ejército’, como si arando un campo o asistiendo a un partido de fútbol se la sirviera menos». Partidario de «hacerle la guerra a la guerra», nuestro autor siempre ha repudiado toda estructura militar, como aquí: «El desarrollo del militarismo, el predominio de la lógica militar en los presupuestos de los países y en los corazoncitos ideológicos de los súbditos, el equilibrio del terror, etcétera, son los principales obstáculos a la realización del proyecto democrático auténtico. La carrera de armamentos y la lógica militar son tan totalitarias como la más feroz invasión rusa imaginable y amenazan mucho más que esta última hipótesis a las democracias occidentales (…) No puede haber ni táctica ni estrategia que nos impida a los antimilitaristas dejar bien claro que nos son tan repugnantes los cohetes nucleares soviéticos como la bomba de neutrones yanqui, y no puede aceptarse sin más ir codo a codo con quien no lo reconozca programáticamente así. En efecto, hay dos bloques: por un lado, están en un mismo bloque EE.UU. y la URSS, prepotentes dueños imperialistas y militaristas del mundo». Y para qué seguir citando… Ahora, sin embargo, aquel que difiera de su posición en la guerra de Ucrania es un «bobo mayor», nos explica. No importa cuántas volteretas dé, los que no le den la razón en cada momento siempre serán tontos. ¡Faltaría más!


Pero 47 años escribiendo en El País —hasta que descubrió que su línea editorial era afín al PSOE— avalan que sería injusto catalogar su trayectoria como meramente errática: lo que a Savater siempre le ha gustado en último término es el individualismo liberal disgregador de todo lazo comunitario y trascendental, desdeñando la naturaleza social del ser humano, pues toda forma de colectivismo y sacralidad ha sido sospechosa a sus ojos: «La defensa de la patria frente al enemigo externo o interno, la protección de la sagrada integridad nacional, cuando no la militarización de la civilización occidental, los derechos humanos o la solidaridad revolucionaria, continúan funcionando como motivos superiores y más nobles de compromiso bélico frente a cualquier otra motivación desmovilizadora de orden burgués o individualista. Y así vamos». Pero cuarenta años después, cuando España y otros países europeos tienen esos valores angloliberales e ilustrados que él tanto reivindicó, entonces ahora también vamos mal. ¡Tontos fuisteis por hacerme caso! Parece que nos reconviniera ahora; aquello de que alistarse en el ejército es un servicio a la patria semejante a ver un partido de fútbol era solo una broma… ¿Cómo, que la gente ya no quiere morir por la Nación porque todo eso de las banderas y el patriotismo es un camelo? pues que mueran por la ciudadanía democrática, el patriotismo constitucional, Von der Leyen y la legislación climática de la UE, nos dirá, sucedáneos desangelados sin alcohol, cafeína y azúcar que, sencillamente, nunca movilizarán a nadie hasta esos niveles de entrega de la propia existencia que ahora Savater reclama a los jóvenes europeos. De esa manera quizá vivan lo suficiente para leer otro artículo suyo donde Trump pase de ser un «brabucón» a ser «excelente» y, los que hoy se indignan con él, unos «imbéciles».


Leer en La Gaceta de la Iberosfera