Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Dejarse abrazar por Sánchez y correr a rendirse a Trump fue todo uno en Zelenski, el Manolescu de nuestro tiempo.
–Esta avería no es del barco, esto es de la Sevillana [la compañía eléctrica] –contaba de Agustín el Meli [torero, cantaor y criador de gallos de pelea] el Beni de Cádiz, dicho por Antonio Burgos.
George Manolescu fue un “joven y elegante rumano que con sus estafas cortó la respiración de Europa”, y Thomas Mann lo tomó de modelo para sus “Confesiones del aventurero Félix Krull” sobre la cultura del engaño en la República de Weimar. Era tal su coquetería, que Manolescu legó su cráneo a Lombroso, quien lo rechazó, tajante, con una postal: “Quédese con su cráneo”.
Weimar, que fue tragedia, repítese ahora como farsa. Europa siempre ha vivido del toque. Una noche Curro Fetén llamó “colegas” a Paco de Lucía y a un sablista del Sacromonte que se había sumado a la mesa; el guitarrista arqueó una ceja: “Porque los dos vivís del toque”, le aclaró Fetén. Europa vivió de tocar las pelotas en América y en África y ahora cree que podría tocarlas en Rusia desde Ucrania, que es, por sus tierras rarunas, como “la leyenda de la ciudad sin nombre”, pero los rusos son ariscos. Están armados hasta los dientes de chips de lavadora (palabra de Ursula von der Leyen), para defendernos de los cuales Macron, metido en los zapatos de De Gaulle, nos ofrece su paraguas nuclear (¡recuerden el Rainbow Warrior!) por ochocientos mil millones de euros a extraer de nuestros bolsillos, y aquí es donde entra nuestro moderno Manolescu, que vende minas como uno de mi pueblo vendió participaciones de lotería de un número inexistente y tuvo la mala suerte de ser agraciado con el Gordo. Papel de barba con derecho de pernada sobre las minas de Ucrania tendrían ya Starmer (“Abajo quedas tú, Inglaterra, / vieja raposa avarienta”...), Macron y Ursula/Rosie, todos a espaldas del Tío Sam, ese millonario gilipollas que visita las bodegas de Jerez y te compra la Giralda. Para los liberalios con segunda vivienda en los Sudetes, este geocomercio cutre es el contractualismo de Hobbes, que combinado con el proviso de Locke nos predispone a la guerra nuclear que lleve a Macron y a B-H Lévy (¡Alejandro y Aristóteles!) a bañarse en leche de burra, a lo Jack Lang en Venecia, en San Petersburgo.
¿Y España? Por España no pasa el tiempo. “La España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación”. Un país ridículo y estéril que chapotea en el lodo terminal de una cultura muerta. Un país de “whifflebirds”, nombre inventado, según Frances Stonor Saunders, por un intelectual de Nueva York para denominar a un ser que “vuela hacia atrás en círculos cada vez más cerrados hasta que llega a su propio ano y se extingue”.
–Pensar que eres tú / el que empuja / pero es a ti al que te empujan…
[Viernes, 7 de Marzo]