Hughes
Fue sólo un gol, de un partido cualquiera, un Real Madrid-Rayo, pero también algo más. Razón tenía Ignacio Ruiz Quintano cuando lo llamó «gol de Charlot».
Vinicius empieza encarando al defensor, se mete en el área, recorta y entonces, sin conseguir librarse de él, le sale otro más corpulento; entonces, asustado, como si hubiera salido de la cueva un oso, recula sobre sus pasos de un modo que resulta divertido y mientas le huye, pies para que os quiero, mira aquí y allá, trata a su vez de reconducirlo, de llevarlo a alguna parte.
Ha sacado al corpulento defensa de su zona y Vinicius, con los pasos muy ligeros, amaga por un lado y sale por el otro, como si la pelota fuera una muleta que el rival siguiera ciegamente.
Está dando un rodeo tan oportuno que el defensa, inseguro ya, torpes sus pasos, topará de bruces con otro defensor que acude en su ayuda.
Los supera Vinicius «encontrándolos», como si hubiera concertado una falsa cita. Se dan uno contra otro en el doblar de una esquina y quedan desactivados igual que muertos en un videojuego.
Los defensas le van detrás a Vinicius como policías de cine mudo: voluntariosos, ceñudos, casi furiosos y él, con un aire zumbón los burla transformando su primera agresividad en cómico desconcierto.
Tras el choque, solo Vinicius otra vez, vuelve a enfrentarse al primer defensa, que esperaba en el área bien arremangado. Entonces, comienza su show de bicicletas, como un malabarista que enseña la pelota en puro ilusionismo, porque mientras la enseña la oculta, hace imposible llegar a ella. El defensa lo mira atónito y en sus ojos aparece una x de dibujos animados. Falta un tartazo en la escena. Vinicius ha mareado al rival, que queda turulato, pero también se vale de él porque lo convierte en obstáculo para el portero; saca entonces su disparo, desde abajo y muy rápido, como un revólver. Por eso lo celebra con pistolas imaginarias. También, nos dice, soy el más rápido del Oeste.
En el mismo gol nos ha dado la persecución chaplinesca, el trile, el malabar, el enredo, una lidia de bombero torero, y el final del western…
Vinicius va mucho más allá del regate, que es solo un gesto más. Correcaminos, Buster Keaton, ¿de qué huye y por qué? Es un escapista, un fugitivo, un actor físico… Su fútbol nace de un tartazo que le diera a un defensa antes de echar a correr.
Al verle esquivar los riesgos sentimos vibrar la estructura trepidante e infantil del pilla-pilla.
Su fútbol es artístico más allá de la forma, la geometría o la finura técnica. Él lo convierte en una comedia física que ejecuta con su gran sonrisa. Su extroversión y expresividad también son de cine mudo, para que su gesto hable mucho por él.
¿No tiene su gesto la mueca flexible de la pantomima? Se ríe y llora excesivamente en cada jugada, gran Satchmo deportivo…
Es el individuo solo, feo, en los márgenes del campo, el vagabundo chapliniano (origen de favela) frente a los enviados de la autoridad y el orden. Hay una escapada de lo cotidiano, de lo habitual, de lo reglamentado, de lo pensado y de lo colectivo… Y Vinicius, con sus regates-gag, con sus jugadas slapstick, hace de héroe charlotiano, y desde abajo se burla de lo establecido, individuo carnavalesco, regateador satírico, extremo-trickster que revienta las cajas acorazadas de la costumbre del fútbol…
Su fútbol es pureza de la imagen sobre cualquier narrativa. Sobre el flujo que es el partido él inserta otra cosa, una comicidad orgánica, física, rebelde.
Un narrador que comentaba el partido para una televisión extranjera comenzó a reír durante la jugada. En lo deportivo apareció el humor. Antes del ¡gol! vino el ¡oh! y antes el ¡jajaja! Vinicius le da al deporte una comicidad burlesca, payasesca y cuando tiene éxito sume a los rivales en un total desconcierto. Su éxito pasa inevitablemente por una pequeña ridiculización.
Aire, torbellino, caos renovador, benévolo y humorístico…
Cada gol suyo es una conquista, como si empezara sin nada y acabara con todo, coronado de verdad y triunfo. ¿Cómo no iba a celebrar sus goles?
¿Qué puede molestar de él? Su fuerte es una habilidad que no tenemos los demás, un ingenio que desbarata, una inteligencia que engaña siempre al otro, que se aprovecha, que invierte… Arquetipo de robador, de figura antisocial que burla, trastoca, vulnera…
¡Ay si en lugar de tristes formularios narrativos sonara un piano de vodevil de fondo! Veríamos más claro que los defensas son policías panzudos que impotentes le persiguen y entenderíamos qué brutal resulta la patada, no por violenta, sino por destruir súbitamente el encantamiento, la fugaz felicidad de la acción. Por romper algo infantil y cinemático.
Ahora que todo es plomizo, sospechoso, falto de vuelo o imaginación, malvado, pecuniario y triste ¡qué alegría es Vinicius!
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