Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En su mesacamilla de la Casa Blanca ofrece Donald Trump su nuevo sombrero (“Trump tenía razón en todo”) a un revistoso del puchero (reportero, en jerga taurina). El revistoso: “No lo aceptaré”. El Presidente: “Es un tipo un poco rígido. Acepta otras cosas, pero no un sombrero gratis”. Y lo lanza.
–A free hat!
La escena es una genialidad digna de Billy Wilder en “The Front Page”: he ahí a un presidente de los Estados Unidos corriendo detrás de su propio sombrero. Se tiene la impresión general, dice Chesterton, de que es desagradable tener que correr tras el propio sombrero: “¿Por qué iba a serlo? Un hombre que corre tras su sombrero no es ni la mitad de ridículo que un hombre que corre tras su mujer.”
En América, el periodismo rampante es de ideología progresista (Gordon Liddy: progre es todo aquél que se siente en deuda con el prójimo y propone saldarla con tu dinero), en lucha a muerte contra la libertad de expresión porque la libertad de expresión, dicen, y lo dicen en serio (se lo dijo a Vance en su cara una revistosa de la TV), fue la causa… ¡del nazismo!
–Los rojos no usaban sombrero –fue el eslogan publicitario de “Sombrerería Brave”, en Montera, 6, en el verano del 39.
Antes, en plena guerra, “Mundo Obrero” había anatematizado al sombrero como prenda fascista, pero Pemán dio un día en Córdoba con un mendigo que pedía limosna para comprarse un sombrero. “¿Y no le valdría más comprarse una rosca que no un sombrero?” A lo que el mendigo replicó:
–Entonces, señorito, ¿cómo voy a “saludá”?
Luri tiene recogido por ahí el cuento de Freud, Jung y Ferenczi de visita en Nueva York; al pasar por Hester Street, Freud se compró un sombrero, y sus acompañantes lo imitaron inmediatamente; al salir de la tienda, Freud se ajustó el sombrero y, volviéndose hacia Jung, suspiró: “¡Ah...! ¡La vida es un sombrero nuevo!” Jung, desconcertado, le preguntó: “¿Un sombrero nuevo? ¿Por qué un sombrero nuevo?”. Freud se encogió de hombros y le contestó: “¿Cómo lo voy a saber? ¿Es que además tengo que ser filósofo?” Estas palabras dejaron a Jung perplejo. A la mañana siguiente se encontró en el comedor con Ferenczi; aún no había bajado Freud, así que aprovechó para dejar caer su propio suspiro: “¡Ah...! ¡La vida es un puente colgante!”. Ferenczi le respondió: “¡Claro que sí! ¡Eso mismo me he dicho yo esta misma mañana mientras le pedía a la rubia que saliera de la bañera!” Si ponemos a Freud el sombrero de Trump, a Jung el de Putin (con perdón) y a Ferenczi el de Macron, podremos hacernos una idea bastante aproximada del curso del negocio con las cosas de Ucrania. Pero ¿y la rubia de la bañera de Ferenczi (por cierto, otro enamorado de una mujer mayor que él)? En nuestra fantasía freudiana, sólo podría tratarse de Rosie, nombre casero de la tiranuela lacada de la UE, reducto occidental de la censura donde a los ganadores de elecciones que no son de su cuerda se los arresta. “A free hat!”
[Viernes, 28 de Febrero]