Dimitri Merezhkosky
Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Los desnudos de la gallega de Cancún, fabril –¡y manufacturero!–, y de la tenienta de alcalde de Lepe, de una excelencia que va a poner a las viragos progresistas hechas unos basiliscos, marcan la tendencia de la renovada pasión ibérica por el nudismo como solución a nuestros problemas vestimentarios, lo cual indica que, según la lógica celta de Julio Camba, estamos a dos pasos de que se nos proponga adoptar la indigencia como remedio de los económicos.
En “El domingo de los dioses”, Foxá nos contó cómo, con la caída de los dioses, murió el desnudo en el Occidente. Cómo en las catacumbas de San Calixto de Roma aparecen ya vestidas las doncellas que representan a las estaciones del año. Cómo Apolo intenta salvar la belleza del cuerpo en el joven San Sebastián, desnudo, pero torturado por las saetas. (Porque el dolor da castidad a la hermosura.) Y cómo la belleza femenina se cobija en la Magdalena.
–Verdaderos viñedos de pudor suben a la cintura de las estatuas.
El Renacimiento fue también un intento de resucitar a los viejos dioses de Grecia y de Roma, que habían volado, al avance de las legiones, a hacer su nido en los árboles de la Selva Negra. Foxá trae a colación la descripción que el filósofo religioso Dimitri Merezhkosky hizo del asombro de los labriegos del Lacio sacando de entre las raíces de los olivos los senos de mármol de las Venus, semejante al de los labriegos de Lepe sacando de entre las arenas de la playa las curvas de Lola –¡anatomía de Lola!–, su tenienta de alcalde, que, después de todo, es de Córdoba (cuando en España se es algo, se es “después de todo”, y sólo entonces es cuando se ha triunfado) y quiere ser Miss Lepe Urbana.
Ruano recordaba que Julio Romero, refiriéndose a “La salida del baño”, le decía cómo lo que le parecía más difícil era el desnudo. Y luego, comentando que en América, donde había estado en los locos años veinte, no le pedían otra cosa que desnudos:
–¡Aunque les salen caras, no se hacen viejas!
En la elegía final, anota Ruano: “Ya no volveremos a verlo con su aire pícaro de señorito andaluz, envuelto en su capa, con un piropo en los labios y andares de ‘bailaor’. A Julio Romero lo ha ‘desangelado’ la muerte: pero es esa muerte de Córdoba, dulce y perezosa, elástica y tibia como una de las mujeres de sus cuadros.” Y manda a callar:
–¡Silencio, gitanas!