domingo, 8 de octubre de 2023

Feria de Otoño. Manuscrito hallado en los chiqueros de Las Ventas. Márquez & Moore

 

Ganadería El Pilar, S.L.
D. Moisés Fraile Martín
Puerto de la Calderilla. 37600 TAMAMES (Salamanca)

Estimado señor Fraile: le adjunto, por si fuera de su interés, un documento que se ha hallado en los corrales de la Plaza de Toros Monumental de Las Ventas tras la corrida del día 7 de octubre y que parece ser dirigido a usted.

 


 

“MANUSCRITO HALLADO EN LOS CHIQUEROS DE LAS VENTAS


Querido amo Moisés: soy Dudarado, el negro listón bragado corrido marcado con el número 137 que una vez amagó de embestir en un cercado asustando a los vaqueros. No sé si habrá usted tenido tiempo de conversar con nuestro amado mayoral sobre las cosas que nos están pasando en la Plaza de toros de Madrid, a la que nos mandó el otro día. Ahora mismo estoy aterrado por si esos silbidos que llegan desde la Plaza al toril donde me tienen metido desde esta mañana y le pongo estas letras para explicarle lo que va sucediendo y que usted tenga noticia de primera mano hasta donde esto llegue, en el caso de que me toque salir a la Plaza.


El viaje lo hicimos bien los siete desde Salamanca y para nosotros, que nunca habíamos salido del Puerto de la Calderilla, fue muy bonito ir mirando los paisajes nuevos que veíamos por ciertos resquicios que había en los cajones en los que se nos transportaba, especialmente al pasar cerca de Ávila y ver la muralla de piedra de la que habíamos oído hablar una vez a unos hombres con gorra, estando en un cercado. Llegamos a Madrid a buena hora y por fin pudimos salir de los estrechos cajones para entrar en unos corrales con unas redes en la parte de arriba, donde nos recibieron unos cabestros parecidos a los de nuestra ganadería sólo que mejor alimentados, que atendían a lo que les iba diciendo un tal señor Florito. Luego pasaron por allí unos doctores a echarnos un ojo, para cuidarse de nuestra salud, que nos miraban y nos miraban y se hacían cruces de palabras y de miradas, porque no acababan de estar muy conformes con nuestro aspecto. En seguida la tomaron con nuestro hermanillo Bastardero, el negrito listón del que siempre hacíamos la broma de que le había tocado el número 13 cuando nos herraron aquella fría mañana de marzo de hace ya cinco años, que hay que ver cómo pasa el tiempo. Decían que era muy esmirriado y que a ver cómo le iban a meter para que las gentes no le protestasen y que algo se les ocurriría.


Pues bien, amo Moisés, la cosa es que nos dejaron tranquilos en aquel corral y se fueron echando sus cuentas, pero ahí ya les escuché yo decir que a mí me tocaría hacer de sobrero. Luego, no sé cuánto tiempo pasó, nos estuvieron bazuqueando otra vez y había gentes tras de unos burladeros y ahí unos que nos ponían verdes, otros que nos defendían, otros que sólo miraban, una confusión y luego esos se fueron y volvió el tal Florito con sus bueyes, que hay uno bien simpático, para ir separándonos mediante unas puertas que se abrían y se cerraban y acabar metiéndonos en esta oscura mazmorra, que la tiene bien limpia el señor Florito, por cierto.


Ahí nos hemos tirado ni sé el tiempo, con este delicado olor a Zotal, hasta que se ha comenzado a oír bullicio y hemos sentido que se abría la puerta en la que estaba Potrillo, el colorado del número 91. Este toro le tenía que haber tocado a un tal Daniel Luque, pero por no sé qué le tocó a un paisano nuestro que se llama Damián Castaño.

Hasta el sitio donde yo estaba llegaron ciertos gritos de desaprobación del pobre de Potrillo, que con lo tímido que era se estaría muriendo de vergüenza de las cosas que le decían. Llegaban gritos a oleadas y creo que un tal señor Sandoval agujereó la espalda de Potrillo dejándole hecho un cisco. Luego no sé qué le harían pero no se sentía nada. Estábamos en ascuas y de nada nos enteramos hasta que sonó el ruido de unas trompetas y unos tambores y se oyó la voz de Bastardero que se despedía de nosotros. Rápidamente se escucharon las protestas y el griterío poniendo verde a Bastardero desde que pisó el ruedo, que el pobre las estaría pasando fatal y encima de lo que le gritaban pretendían que se pusiera bravo con el caballo, que es no conocer la timidez de Bastardero pensar que iba a andar peleando y luchando, que en la finca ya sabe usted que por no discutir se apartaba del comedero. Ahí andaba un señor muy compuestito y con pinta de tener buena educación llamado Juan Ortega que estuvo a ver si Bastardero le embestía, pero a esas alturas él sólo quería que le dejasen en paz y andaba por la Plaza tan tranquilo como cuando paseaba junto a las adelfas para buscar la fuente.


Tras un nuevo sonido de esas horribles trompetas sentimos que se abre el cerrojo de Liebrez, el del 169, que sale corriendo con lágrimas en los ojos porque ya se imagina que lo que hay donde la luz no le va a gustar. Y menos aún le gusta que las personas se pongan a rechiflarse de él y a reírse de sus trazas según aparece en el ruedo. Ya sabe usted, amo, que éste era el más soso de la ganadería y que cuando estábamos por las noches reburdeando en el cercado a este no había quien le sacase un chiste y ni siquiera algo ingenioso y que la mayoría de nosotros nos apartábamos de su lado por su condición tan poco divertida y tan ceniza. Creo, por lo que me llegaba, que un tal Pablo Aguado anduvo en las proximidades de Liebrez y que no le sacó ni una gracieta. aunque luego se oyeron muchos silbidos junto al sonido de unos cascabeles.

 
Cuando abrieron la puerta para que saliera Guantero, el negrito listón del número 75, se despidió de nosotros diciendo: “¿Por qué nos odian tanto?, y es verdad que a ninguno de los que iban saliendo nadie les hacía aprecio de ningún tipo y más bien nos llegaban voces donde la masa enfurecida pedía que nos mandasen al matadero a todos y también a nuestros padres y madres directamente desde Tamames, a cualquier matadero, al de Santa Marta de Tormes o mismamente al de cerdos de Béjar. Acaso rabioso por tanta iniquidad, Guantero se metió un guantazo con el caballo y se quedó tirado a lo largo en el suelo como un lechón y cuando se levantó creo que no sabía ni donde estaba. Estuvo echando el rato con ese Damián Castaño y las gentes se enfadaron porque se cayó, como si ellos no tropezasen nunca, y otra vez la misma cosa y todo el mundo diciendo no sé qué de “casta”, que no tengo ni idea de lo que será eso, pero que no me suena nada bien. 


Medicillo, ¿se acuerda usted cuando el destete?, el colorado del 163, salió tan ufano a recibir otra ración de poca comprensión y de hostilidad. Y otra vez la gente con lo de esa maldita “casta” y con lo de la “bravura”, sean lo que sean esas dos palabras que a mí no me dicen nada. Y allí se oían unas cosas tremendas poniendo a Medicilo de vuelta y media de que si era enano, de que si era un medio toro o una birria, y no vea usted, amo, lo que se oía por allí. Y luego empezaron a gritar “¡miau!” cada vez que el querido hermano se arrancaba con tan pocas fuerzas y a mí se e partía el alma encerrado, pero por otra parte tan feliz de que mi puerta no se abriera.


Y después, tras la fanfarria espantosa, se despidió de nosotros el 83, Resistón, con lo apuesto que era y lo bien que le hacía el ojo de perdiz, y le recibieron lo mismo, y unos gritaban que estaban hartos, otros insistían en que usted llevase a toda la ganadería al matadero y dedicase la finca al ganado lanar, otros abogaban porque nuestro hierro amado, esa bella conjunción gráfica de Moisés y Pilar, se extinguiese a la mayor brevedad y otros porque no volviéramos nunca a Madrid, ciudad áspera y hostil que desde hoy detesto. De pronto se oyó como un bisbiseo y muchos gritaron “¡Pum, petardo!”, aunque creo que eso iba más bien dirigido a Juan Ortega*, que es el que andaba con Resistón.


Yo, a Dios gracias, he salvado la vida y soy el único de los siete que vinimos de Tamames que no ha sido objeto de burla y de mofa, que es muy triste ver morir a tus hermanos sin que nadie les eche cuentas, como si fueran charoleses, que igual el lío del charolés era una buena solución que usted debía ir pensando.


Reciba mi más cordial saludo, amo Moisés, y mi agradecimiento por la manutención de estos cinco años que, si quiere que le diga la verdad, podía haber sido algo más generosa.

 


Firmado: Dudarado

Por la transcripción, José Ramón Márquez.

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*El torero Juan Ortega es ingeniero agrónomo y, según el Godard de Gijón, "habla como un actor de Hollywood"