jueves, 26 de octubre de 2023

Contestación a unos miserables II




 Hughes


El conflicto entre Hamás e Israel ha revelado algunas incoherencias en la izquierda y derecha españolas. Las de la derecha fueron glosadas brevemente en el artículo anterior; las de la izquierda en el del 10 de Octubre. Son, por lo demás, flagrantes. Se trata de una diferencia entre lo que venden y lo que de repente han defendido. Pongamos, por ejemplo, la preocupación de la izquierda por lo que ellos llaman «nazismo» y su justificación y contextualización de la matanza de Hamás.


Pero hay otra incoherencia de segundo grado. La que deriva de observar cómo a derecha e izquierda se desgañitan defendiendo a Estados extranjeros (el soñado de Palestina o el de Israel) con un ardor y una falta de límites que aquí no se les conoce en defensa de lo propio.


Que un país que ha sufrido sumisamente más de 800 asesinatos de ETA, la matanza de 200 personas en Atocha, que ve cuestionada su unidad e integridad, que ha sufrido un golpe de Estado separatista y una campaña internacional contraria, que ve amenazada las ciudades de Ceuta y Melilla, que tiene una colonia inglesa que crece a costa de sus aguas o que padece inquietantes tensiones migratorias en Canarias; que un país así, que además ha de sufrir todo esto aceptando la orden del enemigo, siendo incluso mandado por su enemigo, en las formas más humillantes y serviles, tenga que presenciar cómo su derecha y su izquierda, que lo han acostumbrado a la servidumbre, piden las más enérgicas acciones (el terrorismo, masivos bombardeos) para la salvaguarda de estados extranjeros resulta asombroso. Ver la cantidad de tiempo y energía que medios, políticos y analistas dedican, por ejemplo, a justificar las posiciones históricas de imperios ajenos o de gobiernos que difunden la más negra leyenda española resulta pasmoso.


En el caso de Israel y Palestina esto se hace aun más desesperante porque en esta división, en este desgañitarse con una pasión nunca demostrada para lo nacional, se incorpora la lógica irreconciliable de Oriente Medio. Como si no tuviéramos bastante con la polaridad guerracivilista, importamos la dialéctica de un conflicto quizás irresoluble.


Esto evidencia lo que se sospechaba: la inexistencia de una opinión pública española.


No sólo la acción política y el debate mismo están dominados por intereses extranjeros, por unos discursos prefabricados en el exterior que personas a sueldo o simplemente incautos distribuyen en España.


No sólo observamos un debate a menudo antinacional, sino un debate en abierta defensa de Estados ajenos. Normalmente, estas voces ocultan su filiación, aunque podamos sospechar de ellos por su transversalidad, por su estar en varios sitios. En ocasiones dan la cara y entonces llegamos al punto de ver asociaciones al servicio de intereses extranjeros, por legítimos que sean, tratando de imponer en España unos límites opinativos que ni siquiera existen en su país. 


Lobbies al servicio de Estados o aspiraciones extranjeras amedrentan a españoles y difunden, con estilo mamporreril y una especie de colonialismo moral, una propaganda que hasta en su lugar de origen admitiría matiz.


Somos, así, papagayos de lo foráneo. Y estas personas al servicio de intereses forasteros cuentan para ello con el apoyo de fautores españoles que suelen disfrazar su tráfico mercenario con alguna forma de justificación ideológica o dogmática. A unos y a otros habría que dedicarles unas últimas palabrillas.