Javier Bilbao
Teoría de la conspiración: En este documento desclasificado de la CIA de 1967 podemos leer: «El objetivo de este despacho es proporcionar material para contrarrestar y desacreditar las afirmaciones de los teóricos de la conspiración». Tales «teóricos de la conspiración» sostenían que en el asesinato de Kennedy ocurrido unos años antes habría estado involucrada la propia agencia de inteligencia y ésta —qué otra cosa iba a decir— lo negaba. Al margen del asunto en sí, que el cineasta Oliver Stone tiene muy claro, tal expresión fue ganando protagonismo en el espacio público en las décadas siguientes hasta resultar ya omnipresente en nuestros días (junto a la de «conspiranoico») para señalar a quien sostenga alguna verdad diferente a la dictada por los medios. Dice Marcelo Gullo que toda política es conspiración y cualquiera de nosotros hemos podido presenciar retorcidas disputas por el poder hasta en las juntas de vecinos, clubes de rol o clases de zumba, pero por algún motivo es cosa de chiflados a los que no tomar en serio la sospecha de que las instituciones más importantes, los Gobiernos y las relaciones internacionales entre Estados tienen agendas ocultas o engañosas, luchas subterráneas bajo la opinión pública e intereses distintos a los oficialmente expresados.
Carril-bici: Eufemismo para referirse al empobrecimiento de las clases medias con la aquiescencia de estas bajo la coartada del alarmismo climático. Para el régimen anterior, recordemos, el SEAT 600 no era simplemente un coche, era el símbolo de un proyecto de industrialización nacional y del enriquecimiento de la clase trabajadora. Ahora estamos desandando ese camino, pero la manera de hacerlo consiste en fingir que la depauperación es progreso, «sostenibilidad» y ampliación de derechos. De manera que la renuncia a un coche propio a cambio de una bici o un patinete se plantea por los partidos ecoprogresistas mediante estampas idílicas de ciudades «de 15 minutos» y sin cuestas, eternamente soleadas y pobladas por gente sin hijos y de mediana edad. Abandonadas otras banderas, el urbanismo es la colina en la que quieren morir luchando.
Memoria: La memoria es individual, sentimental y subjetiva, inevitablemente reinterpreta los recuerdos según vivencias posteriores. Se entiende entonces por qué quien siguiendo el aforismo orwelliano pretende reescribir el pasado para controlar el futuro prefiera hablar de memoria (¡democrática, nada menos!) y no de historia, que es justo lo opuesto.
Condena: La Ley de Partidos con la que se procedió a ilegalizar a una formación política a la que, incomprensiblemente, se había permitido existir desde hacía más de dos décadas trajo consigo un efecto indeseado. Había que «condenar» y no «lamentar» un atentado terrorista y otros tardaron un pestañeo en reclamar que se condenasen también otras cosas. Se pasó a exigir la del franquismo, de cada crimen de violencia doméstica y, finalmente, de cada acontecimiento de alcance internacional: desde el pleno del ayuntamiento de Arganda del Rey condenando la invasión de Ucrania (Putin tomaría nota, suponemos), al de Estella condenando el fascismo, así en general, hasta la polémica en el de Madrid en torno a la Revolución rusa de 1917. Esa efervescencia reprobatoria terminó contagiándose a la ciudadanía y ahora vemos a cualquier comentarista en redes sociales condenando solemnemente las noticias de cada día (¡y exigiéndoselo a los demás!). Hay que posicionarse con vehemencia, aunque a menudo no se sepa muy bien contra qué.
Observatorio: Véase «chiringuito».
Chiringuito: Otra cosa no, pero las españolas deben sentirse muy observadas ante la cantidad de Observatorios de la Mujer que han florecido en los últimos años en cada autonomía, ayuntamiento y ministerio. Pero, como les gusta decir a las feministas, «aún queda mucho camino por recorrer». El objetivo quizá sea alcanzar a Argentina, nación hermana estupenda aunque algo manirrota teniendo en cuenta que, según el politólogo Marcelo Ramírez, el 3,4% del PIB argentino se destina a «perspectiva de género».
Independentismo (véase también «patriotismo»): Desde la misma promulgación de una Constitución que de forma extravagante distinguía entre «regiones y nacionalidades», España se ha visto sometida a un movimiento centrífugo amenazante para su propia existencia y buena parte de la culpa ha estado en el escaso bagaje teórico, conocimiento histórico y claridad en los planteamientos de quienes debían defenderla. La misma adopción del término «independentismo» ya juega en el terreno rival, al presuponer que entonces se defiende la «dependencia» del País Vasco o Cataluña respecto a España, como si fueran colonias de ésta. Además, ¿acaso alguien no desea como persona ser independiente? Recoge un campo semántico cargado de connotaciones positivas respecto a su opuesto, usado para referirse a las relaciones sentimentales dañinas, la adicción a las drogas o la incapacidad física («Ley de Dependencia»). Así que humildemente sugerimos desde aquí el uso en su lugar de «separatismo», más descriptivo pues desean separar lo unido.
Patriotismo: En la España posterior al 78 se empezó a hablar de patriotismo fuera de círculos militares cuando a Aznar en los 90 le dio por airear el concepto acompañándolo —para que no se nos hiciera bola al tragar ni se sofocasen las señoras— de otro término que lo volvía respetable: «patriotismo constitucional». Importaba así a Habermas y con él la mala conciencia alemana, que no tenía por qué ser la nuestra. Era un nacionalismo de abogados que ponía los ojos en blanco ante el BOE, porque todo lo que sea sentimental, cultural e identitario se ve que hay que dejárselo a los separatismos periféricos… y luego nos preguntaremos extrañados por qué tienen tal arrastre en la gente. Aún pervive en nuestros días en los discursos liberales centristas, mientras que la izquierda por su parte desdeña su representación simbólica («patriotismo de pulseritas y banderas»), simbolismo que en otros ámbitos les parece sagrado, al tiempo que aspiran a resignificar la palabra pretendiendo que aluda a los hospitales, escuelas y a nada más fuera de eso, no vayamos a venirnos arriba.
Centro/centrismo: Decía Heródoto, y raro sería pillarle en falta, que más allá del pueblo de los humanos de un solo ojo, llamados arimaspos, e incluso más allá de donde vivían los grifos, estaba la tierra de los hiperbóreos. Suponemos que ahí será donde se encuentre el verdadero centro, anhelo de nuestras mentes más ilustradas al que siempre intentan emprender la marcha sin que parezcan llegar nunca a su destino. El problema es que, en nuestro país, cuando la situación lo requiere, el PSOE puede situarse a la derecha del PP y el PP a la izquierda del PSOE, así que no es posible encontrar un punto intermedio entre dos partidos que como brillantemente apuntaba la tuitera Izzygirl recuerdan a Pimpinela, pues siendo hermanos cuando salen al escenario interpretan airadas discusiones de pareja, sin más fin que el distraernos mientras se perpetúa el actual estado de cosas. Otra cuestión sería la trasversalidad, abordando problemas concretos que pueden afectar a toda clase de votantes, y ya poniéndonos audaces, la superación misma del eje izquierda-derecha.
Leer en La Gaceta de la Iberosfera