PEPE CAMPOS
Plaza de toros de Las Ventas. Jueves, 12 de octubre de 2023. Día de la Hispanidad. Lleno. Tarde espléndida. Volvía a Las Ventas Manuel Jesús «El Cid», que fue recibido con una gran ovación que recogió saludando desde el tercio.
Dos toros de Garcigrande (encaste Juan Pedro Domecq), lidiados como primero y segundo. Un toro de Cortés (procedencia Victoriano del Río) como tercero. Tres toros de Victoriano del Río (encaste Juan Pedro Domecq, con otros encastes Domecq)). Todos nobles y flojos. En especial, primero y segundo, inválidos. El primero, acochinado, el segundo, zambombo y aborricado. Tercero, ordinario. Cuarto feo y basto. Quinto, cornalón y tosco. Sexto, grandón. Todos, en cierto modo, en mayor o en menor grado, en sus viajes, fueron y vinieron, se dejaron. En conjunto una corrida mal presentada y de juego bobalicón como se estila en la ganadería brava española de procedencia Domecq.
Terna: Manuel Jesús «El Cid», de azul pavo y oro, con cabos blancos; palmas y silencio tras un aviso. Alejandro Talavante, de tabaco y oro, con cabos blancos; silencio y división de opiniones tras insuficiente petición de oreja, tras escuchar un aviso. Isaac Fonseca, de marfil y oro; silencio tras un aviso y ovación tras aviso.
Paseíllo de la Hispanidad
Estamos instalados en la mentira y la ignorancia. Los toros y la sociedad viven tiempos de falsificación y de desconocimiento. La corrida de ayer en Las Ventas fue un ejemplo perfecto del desastre que se cierne sobre el mundo de los toros en los últimos años. Es difícil realizar un análisis clarificador. Los males se manifiestan en todos los sectores que forman parte de la fiesta de los toros.
Para comenzar a enumerarlos y examinarlos, podríamos decir que ya no es una fiesta popular, sino una gala con exhibición de personas que acuden a la misma con la intención de pasarlo bien, bebiendo como cosacos, no obstante, sin saber qué están viendo, y sin poseer ningún agarradero teórico para discernir lo que sucede en el ruedo. Aquello de la tradición oral en lo taurino ha pasado a mejor vida.
Parece evidente que nadie enseña nada a los que se suman al espectáculo, y si se les explica algo es para equivocarles y hablarles de «este torero es una auténtica figura del toreo», o bien «hoy se torea mejor que nunca» o «el toro que sale en la actualidad es el animal más bravo de la historia». Si se acude a los cosos taurinos con estos parámetros en el magín —tópicos, pobres y superficiales— poco se podrá entender sobre un ritual complejo y rico como la corrida de toros. Aparte, es reconocible que el «nuevo público» no muestra interés por formarse, ni por instruirse, ni en querer introducirse con cierta garantía en los pormenores de lo que es una lidia de un toro y el toreo. Desde aquí recomendamos a los noveles aficionados que lean, ahí están a mano, sin tener que irse a la prehistoria, los libros de Federico M. Alcázar, Gregorio Corrochano, Antonio Díaz-Cañabate, Guillermo Sureda, Alfonso Navalón, Vicente Zabala (padre, no el hijo, ¡por favor!), Joaquín Vidal, Ramón Barga Bensusán, e incluso, por qué no, José Bergamín, Domingo Ortega, Rafael Ortega, etc. Hay que tener un poco de vergüenza intelectual y estar a la altura de la historia de la tauromaquia y adquirir cierto lustre cultural, para que no se piense que la universidad no sirve para nada (que es lo que nos tememos).
La mentira y la ignorancia, asimismo, la encontramos en el toro del lidia. Mentira porque, cada vez más, es un animal fabricado para beneficio de los toreros que alcanzan instalarse en los puestos altos del escalafón, de los «profesionales que torean» y que parecen tener muy poca afición, ya que lo que desean es enfrentarse a «borregos» colaboradores para que se produzcan triunfos hueros. La ignorancia es no tener noticia de esta verdad. El toro de lidia actual, salvo raras excepciones (el de las ganaderías duras y las encastadas: podemos imaginarnos cuáles son: aquellas que no torean las denominadas «figuras del toreo») es una animal previsible, con muy poquita fuerza, que nada más sentir una primera puya en su lomo, se tambalea y comienza a abrir la boca, que deambula por el ruedo pidiendo el sonido de la campana para llegar a la muleta moribundo, si bien muy obediente, y comenzar a seguir «el gran trapo» que le presentan los toreros, y seguirlo y escoltarlo y hacer como que lo busca, mientras da la impresión de que se va a derrumbar en la arena, en cualquier instante, todo lo largo que la naturaleza le ha obsequiado como cuadrúpedo. Sin embargo, no se cae, no se muere del todo durante la faena de muleta, a pesar de todas las apariencias, pues su sino es servir a la tauromaquia y perseguir esos muletones hasta el final, un trance que le llegará tras los avisos a sus toreadores. Un toro claudicante para una tauromaquia adocenada.
La mentira y la ignorancia se halla en el toreo. La mentira de los toreros que presentan los engaños (pensemos en la muleta, el uso del capote casi ha desaparecido) sin echarlos hacia adelante para llamar al toro, sin que esté planchada la muleta, ni cuadrada, de toreros que se sitúan de perfil en el cite —y en el núcleo del toreo— que llevan al toro en los pases con el pico de la muleta, lo más lejos posible de sus personas, con notorio hueco entre ellos y el toro, evitando todo peligro al esconder la pierna de salida en los pases, por retrasarla y rehuir el verdadero embroque. Eso sí, ligando los pases, alcayatado el cuerpo, aflamencado, postureada la figura. Y así, llevar una vez y otra al astado por el camino de las afueras. Sin mando, porque esos toros puede que no necesiten ningún mando. Sí, cierto es, con temple, o fabricando esa distancia convencional que se produce entre el trapo rojo y la cuerna de los toros, sin sólido imán, si no simulada obediencia. Porque la embestida del toro no es con fiera acometividad, sino con sumisa persecución de lo que se le muestre. De modo que surgen un sinfín de pases porque el toro va y viene, pasa y vuelve, y si regala al torero algunas embestidas curvas a la misma velocidad, sirve en bandeja el triunfo a ese paciente toreador que no ceja en su labor de sumar pases, cuantos más mejor. Porque sabe que llegará ese momento y con poco: llevar al toro con cierta suavidad, el triunfo está en la mano. Pues la estocada no importa, da igual por dónde se le introduzca el acero al astado. Pero si es por lugares bajos, mejor, pues se asegura la muerte del toro y el corte de orejas. Toda esta mentira está permitida por la ignorancia del público (no del aficionado). Una ignorancia de la que no se permite salir.
Sería interminable la exposición de tanta mentira aposentada en la fiesta de toros de hoy. Ayer en Las Ventas fuimos testigos de mucha mentira y demasiada ignorancia. Repasemos lo sucedido. Enorme decepción la sufrida viendo tan convencional y tan ventajista a El Cid. Un gran torero que fue y que ha vuelto para no decir nada nuevo. Una pena verle superficial y sin compromiso. De esta manera poco recorrido tiene su retorno al circuito de las corridas de toros. Le vimos presentando la muleta en arco, en uve, no plana y frontal. Él, de perfil, toreando hacia las afueras y hacia atrás, retrasando el engaño, escondiendo la pierna. Mucho temple, mas un temple falso, falaz, de rutina. Sus dos enemigos fueron nobles y se dejaron. No les cogió ni siquiera ese aire de hacer como que se hace. Recetó dos estocadas bajas. Una a cada uno de sus toros. Una reaparición inoperante. Y nos duele decirlo porque es un torero al que admiramos.
Lo de Alejandro Talavante ayer fue puro simulacro de lo que debe ser el toreo. A su primer toro lo mató de un infame bajonazo, al quinto de la tarde de estocada baja y dando a entender al respetable que había matado como Pedro Romero. Aspavientos para lograr el corte de la oreja del toro. La faena fue ridícula, plagada de toreo insulso de perfil, con el pico, hacia las afueras, con enganchones y flamenquerías de escuela de baile, le faltó poco para bailarse una sevillana delante del quinto. En el segundo de la tarde se puso cursi, sin aburrirse, ante un toro inválido que no podía con su esqueleto. Dio la impresión que Talavante pensaba que estaba inventando el toreo, cuando estuvo en realidad esperpéntico. Esto da que pensar. Muchos toreros igual viven en una cápsula y no son capaces de levantar la cabeza y ver si hay una verdad.
Isaac Fonseca, estuvo animoso y desacertado. Toreó con excesivas ventajas, pasándose a los toros muy lejos. Lo más positivo, que dio distancia a sus dos toros. Lo negativo es que transmitió la sensación de haber tocado techo en su evolución como matador de toros. También, una pena pues habíamos pensado que era un torero que podía abrirse camino. Mató de bajonazo, y de estocada caída.