ahistórico
Hughes
El actor Carlos Bardem ha dicho en una entrevista que «el Imperio español no existió». Nada sorprendente es esto. Como hombre de cultura, y un actor lo es per se, lo normal es que se siga el más estricto itinerario negrolegendario y que España sea, a la vez, terrible e inexistente.
Aunque se nos hace raro escuchar a un Bardem decir que algo es «ahistórico», esto es lo habitual.
España no existió, existió Castilla, y como Castilla queda descuartizada en el 78, entonces lo que fue no existe y lo que existe no fue.
Carlos Bardem, que fisionómicamente está especializado en hacer papeles de precolombino, quizás se viera obligado a cargar la mano con lo del Imperio, aunque también pesó su condición, por mí ignorada hasta ayer, de «historiador». Hay que aplaudir a Bardem porque siendo actor ya era suficiente, ya podía opinar con contundencia, de modo que siendo historiador alcanza una autoridad que ni Sánchez Albornoz.
España no existió hasta anteayer y en lo que existe es bastante discutible, pero sin embargo algo como «el cine español» es absolutamente incuestionable. El mundo del cine se la coge con papel de fumar en lo tocante a «Este país», pero es categórico al hablar, sobre todo en los Goya, del «cine español» e incluso de «nuestro cine».
El Imperio español no existió pero existieron sus horrores y España no existe del todo pero sí existe el «cine español», que no solo es una realidad sino un sujeto, una especie de ente histórico y cultural que ha de sobrevivirnos a todos y que conecta con lo más granado de nuestra cultura como Goya y… Goya: hay que ver cinespañol, el cinespañol vive un buen momento, hay que ayudar al cinespañol, España no puede perder su cinespañol…
La existencia indudable del cine español es admirable y se parece un poco a otra: la del vino español. «Al finalizar un acto, se ofrecerá un vino español» y sabemos ya que alguna bandeja deambulatoria habrá. Parece un milagro que a eso no se le esté llamando vino estatal o algo así, aunque la supervivencia del concepto vino español tiene para nuestros oídos algo artificial, foráneo o folclórico, como cuando se habla de la gripe española o la capa española.
«Al acabar la emisión de cine español habrá un vino español». Sería una frase muy posible y sorprendentemente poco polémica. ¿Cómo han logrado esos dos conceptos de españolidad sobrevivir?
Algunos dirán, en relación al cine, que como con Franco, «no metiéndose en política». Por «politizar el cine» han echado a Vox del gobierno de Gijón. El cine, tal cual es, resulta bastante político, pero ellos no lo consideran así. Politizarlo sería separarlo del poder, que es donde ha venido estando antes y después. Politizarlo siempre será intentar orientarlo hacia otro lado. Lo mismo sucede con el fútbol. Décadas se pasaron diciendo que no se podía mezclar política y deporte cuando politizar era hacer un minuto de silencio por los muertos de ETA. Ahora se admite toda reivindicación feminista o woke y cualquier objeción sería política o censura. Entonces, con las cosas así dadas, que no admiten discusión, ya solo cabe hacer una cosa: cinespañol.
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