martes, 29 de agosto de 2023

La naumaquia de los Dolores Aguirre en Bilbao. Crónica de Márquez

Fotos: Hermann Tertsch

 

José Ramón Márquez

 

Es que te tienes que poner a escribir, después de ver lo que anota un célebre mamarracho de la prensa escrita a sueldo del famoso crítico del pelo teñido, respecto del corridón de ayer en Bilbao. Última corrida de las Corridas Generales 2023, toros de Dolores Aguirre para Antonio Ferrera, Domingo López Chaves y Damián Castaño.


Con el antecedente de la lluvia caída y la firme promesa de la que iba a caer, cuando Matías sacó el moquero blanco asomaron por la Puerta de Cuadrillas dos señorines, el del chistu y el de blanco, con la misión de hacerle el aurrescu de homenaje a López Chaves en su despedida como torero de la Plaza de Vista Alegre. Eso mismo le hicieron a Julián el otro día, con la diferencia de que a Julián volveremos a verle en esta Plaza (y en las demás) a poco que pase un año o dos de su “retirada” y al salmantino no. La buena noticia es que durante los tres tiempos del aurrescu no llovió.


Cuando sale Cantinillo, número 49, muchos se asustan, al ver salir de chiqueros a un toro. No una mona, no un escarabajo, no una cucaracha ni una cabra, ni un caracol. Nada de materia artística para esculpir sueños de toreo monflorita, sino un señor toro con cuajo, presencia, arrobas, trapío y en sus 582 kilos de seriedad de Guardia Civil de tricornio de charol. El toro fue saludado por la afición a base de aplausos, no podía ser de otra forma, y se dio una vuelta por el redondel arrimándose a los burladeros, sin rematar. Los primeros pitones íntegros de la Feria acababan de salir a Vista Alegre y era una belleza ver esas puntas afiladas e íntegras. Ferrera sacó el capote de seda ése que lleva de color verde, capote de cortina como de casa de abogado decimonónico y recibió al toro con oficio, rematando los lances por arriba, a la antigua, eficazmente. Cuando salió Lorente encaramado al penco ya se imaginaba la afición que las espaldas de Cantinillo iban a convertirse en una mina de wolframio a cielo abierto. Apañó la cosa con un lanzazo bajo y otro más bien trasero en los que se dejó el bíceps. Se lució Otero en banderillas, tan eficaz y valiente como siempre, y Ferreira bregó las oleadas del toro. El ruedo lleno de agua, charcos y barro es el escenario sobre el que Ferrera viene a hacer su obra, que consiste en ser toreado por el de Dolores Aguirre en las tres veces que lo intentó. El toro era el amo y los recursos de dominio que había que poner no asomaron. Más bien quedó patente la urgencia de Antonio Ferrera por enviar la apostura del toro al Valle de Josafat más pronto que tarde, cosa que hizo entre las protestas del respetable. Aplausos para el toro en el arrastre.


Sale Botero, número 15, largo, hondo, cuajado, con 619 kilos de toro encima, un atleta, y recibe los aplausos del sanedrín por su impecable presentación. López Chaves lleva peor cuadrilla que sus compañeros y en trances como éste de hoy eso marca bastante la diferencia, que con las monas da igual. Botero recibe muchos capotazos sin sentido y sin un plan eficaz y el animal va desarrollando su personalidad, que tiende a la mansedumbre encastada, con esos arreones que mete al caballo de Rafael Agudo y con ese desparramar la vista e irse de la suerte. Brinda López Chaves desde el tercio de la piscina de barro y se dispone a fajarse con el toro en una faena por la derecha en la que le va robando los muletazos a base de arrojo y, cuando agarra la zurda, en seguida le dice el toro que por ahí ni uno. Valiente y decidido, con el ruedo imposible y frente a semejante adversario, le falta dar el paso adelante, pero ahí ya hablaríamos de un superhombre. Termina con estocada y descabello y recibe los aplausos de la afición. El toro, también.


Después de la actuación de Castaño el año pasado en Bilbao también con los Dolores Aguirre, apetecía repetir. Su primer oponente, un chorreado en morcillo que parecía vestido de camuflage con el barro del ruedo que atiende por Clavijero, su número el 23. Un rato se tiran los peones que si voy, que si tú, que si mejor tú y al final se va a él, Damián Castaño a pararlo con impecable oficio, bregando con eficacia y perfección, sin recibir un solo enganchón, sacando al toro al centro del pantanal y rematando toreramente con una recia media verónica. El toro lo pica con vigor de minero de Villablino  Juan Francisco Peña y lo brega con su acreditado conocimiento Marco Galán, para quien es un tormento manejar el capote mojado y embarrado. El toro canta su condición mansa, una delicia para los que amamos los toros mansos, e impone el rigor de su seriedad y de su gravedad ante la que Castaño pone su firmeza, su valor y su oficio. Cuando consigue ligar tres derechazos hondos, todo colocación, la Plaza se le entrega y luego él se dedica a adornarse con trincheras y pases del desprecio muy jaleados. La faena está hecha y el torero no se decide: ¿suerte natural, suerte contraria? Parece que la condición mansa del toro demanda lo segundo y cuando se echa a matarle, pincha. Luego, otro pinchazo, otro, otro… Se va a por el decabello y en cuanto puede el toro le echa mano propinándole un fuerte golpe que le deja sin sentido. Se llevan al torero a la enfermería y remata la cosa Ferrrera con el verduguillo. Cada vez que Juan Cantora se aproxima a decabellar al toro, se persigna, sirva esto para que se calibre el peligro que se percibía. Aplausos para el toro en el arrastre.


No quiere Ferrera dejar su cartel maltrecho y sale a parar al cuarto, Yeguazo, número 10. Cuando arrecia el monzón, asoman los 678 kilos de toro de lidia entre aplausos a su cuajo y a su presencia. Se abalanza el toro al jamelgo de Jesús Vicente con toda su potencia y ahí tenemos una emocionante vara de poder a poder con el toro empujando a base de riñones, que echa al caballo contra las tablas y, mientras Vicente defiende vigorosamente su cabalgadura, el toro le toma por los pechos y va ganando la pugna sin que el picador dé la posición por perdida, peleando bravamente, hasta que Yeguazo acaba echando al suelo al caballo y al jinete. Emocionante belleza del tercio de varas con un toro bravo y un picador con arrestos. En la segunda vara el toro se va suelto. Antes de que arrecie aún más la lluvia, Otero brega eficazmente y Joao Ferreira deja dos soberbios pares por los que se le aplaude con justicia. Cuando Ferrera se dispone a comenzar su faena la cortina de agua es descomunal. El veterano diestro se dispone a torear, caiga lo que caiga, y verdaderamente es una locura estar ante ese toro con esa muleta embarrada y empapada. Una cosa de esas para contar a los nietos. Aplausos para Ferrera y para el  toro.


Como cosa estética sale el sol y un par de arco iris, antes de que asome Comadroso, número 42, de capa melocotón. En su última tarde bilbaína López Chaves se empeña en conseguir muletazos en el barrizal, entre los charcos. Cambia de muleta por el peso que debe tomar la tela empapada y embarrada y trata de torear a la media altura sobre los charcos. Cobra una estocada bastante baja. Aplausos para el toro en el arrastre.


Sale Damián Castaño de la enfermería dispuesto a vérselas con Cigarrero (¿homenaje al toro que jamás verá Morante enfrente?), su número, el 38. Otro melocotón que es recibido con aplausos y ante el que Castaño, con la montera calada, ha cuajado una sólida faena, concisa y poderosa, en la que ha buscado siempre la posición ortodoxa, ha conseguido enhebrar los muletazos en series cortas de gran intensidad y de enorme verdad. Castaño prosigue su senda ascendente con los toros de respeto y hoy, en Bilbao, le ha faltado un estoconazo arriba para abrir la puerta grande con todo merecimiento. Nadie supo si los toros de doña Isabel tenían lengua. No se dignaron mostrarla al público, cosa que agradecemos, así como la limpieza de esos pitones, la esmerada presentación del ganado y su impredecible personalidad. Cuando hay toro nadie se aburre.







FIN