Enrique Gómez Carrillo / Toño Salazar
ABC AL PASO
La agonía más hermosa
ENRIQUE GÓMEZ CARRILLO, EL PERIODISTA QUE AMÓ (Y ENTREGÓ) A MATA-HARI
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Enrique Gómez Carrillo, Príncipe de los Cronistas, es el señuelo que el periodismo pone a los incautos que se aproximan al oficio: nace en Guatemala, hijo de español y belga, y muere, acribillado por el Pernod (“no creo en la literatura seca, es un crimen estar en París y beber siempre café con leche”), luego de una docena de desafíos, como un emperador de la China, llorado a pie de cama por las mujeres (todas de alto copete) que ha amado.
Las damas, en un elegante pugilato, evocan recuerdos de Carrillo, anota el Caballero Audaz,
testigo de la agonía: elogian, unánimes, sus arrogancias, sus locuras,
sus galanterías. “Y en la alcoba contigua, en los momentos de pausa, se
oyen los estertores del agonizante, macabro estribillo al más raro,
galante y fascinador canto funeral que jamás se haya dedicado a un
hombre”.
–Varias fueron sus esposas. Llega un telegrama angustiado de Raquel Meller, que por la noche debuta en Lyon.
La prensa del corazón, que viene de Suetonio, corona la turbulenta relación del cronista y la cupletista achacándoles la entrega de Mata Hari, la espía que le amó, a los franceses, que la fusilan (“Rechaza la venda y cae de rodillas: era la primera vez que aquella mujer, que había ‘rodado tanto’, se arrodillaba delante de los hombres”). Ruano duda que Mata Hari y Carrillo (“un hombre que empeñaba con frecuencia el reloj de bolsillo”) se conocieran siquiera:
–Mata Hari no era mujer que perdiese el tiempo con relaciones de poca
monta, y vamos a ser sinceros: un cronista español no es la aspiración,
en ningún sentido, de una aventurera de la clase de Mata Hari.
Ruano conoce a Carrillo en el París del 25 y ya le ve aspecto de tigre
cansado: mucho encanto físico y un descuido muy cuidado. Se ha afeitado
sus bigotes desflecados y, al hacérselo notar, le contesta una
“divertida barbaridad”:
–Se me han debido de caer apolillados ya de tanto…
Es el amo de París (“una recomendación de Carrillo abre en París todas las puertas”), y alterna con Verlaine, Laconte, Wilde y Rubén. Escribe crónicas para Blanco y Negro y ABC. No cree en el peligro. “El verdadero peligro es vivir: la vida es una dama coqueta que no sonríe a los débiles”.
Como buen esgrimidor, despacha una docena de duelos. Durante la gran guerra se pasea por las líneas de fuego. Y confiesa ante Carretero las tres cosas que no quiere ser por nada del mundo: diputado, actor y torero. Su sueño es llegar a empresario del Folies Bergères.
La noche de su muerte, Ruano, por encargo, escribe de un tirón su biografía.
–Iba dedicado a don Torcuato Luca de Tena, y la dedicatoria no trajo, por cierto, ningún provecho.
Sin estudios de ninguna clase (“¡No soy ni siquiera bachiller!”),
Carrillo ha sabido buscarse la leyenda que tanto recomendaría el
colombiano Vargas Vila: ser orgulloso y sembrar odios, pues el odio, a su entender, da vida al que es odiado.
Odiado por los periodistas, pero amado por las mujeres.