lunes, 7 de agosto de 2023

Curtis Yarvin: Tanto el socialismo como el capitalismo son falsos


Curtis Yarvin


Curtis Yarvin

 

Una carta abierta tanto a los influencers posizquierdistas como a los profesionales de las finanzas.

Mis agentes, que están por todas partes, me han hecho saber que tengo un pequeño y bastante discreto grupo de seguidores entre la «posizquierda»: un puñado de jóvenes y difíciles intelectuales que, aunque plena y adecuadamente disgustados con el régimen estadounidense y todas sus obras, podrían seguir describiéndose a sí mismos como «socialistas» o incluso «marxistas».

Mirad, os quiero, chicos, pero hay que afrontarlo: en realidad no sois socialistas, sino nihilistas a medio cocer. Para haceros felices, pasaré la mitad de este ensayo desacreditando el capitalismo, confirmando la verdad que sabéis que sabéis. Pero no podéis ser socialistas.

No es sólo que el socialismo sea un error; es que ni siquiera existe. Es más: hoy en día, no puede existir. Y lo mismo puede decirse del capitalismo, aunque por razones muy, muy diferentes.

Lo que haré hoy es desmontar el socialismo históricamente y el capitalismo financieramente. El problema del socialismo es simple y fácil de entender. El problema del capitalismo es complejo desde el punto de vista humano, aunque sencillo desde el punto de vista financiero. También tengo unos pocos seguidores entre los profesionales de las finanzas.


El socialismo no existe ni puede existir

No puedes ser socialista, del mismo modo que los «nazis» de Internet tampoco pueden ser nazis de verdad. La oficina del partido ya no expide carnés. Puede haber falsos nazis, por supuesto: gente que se disfraza de nazi. Esto puede ser mejor o peor; pero para bien o para mal, es objetivamente algo distinto.

El socialismo no es un partido, sino una idea o un ideal. Sin embargo, la ideología socialista sigue implicando la pertenencia conceptual a algún movimiento. Un libertario solipsista tiene cierto sentido. Un socialista solipsista carece de sentido, al igual que carece de sentido ser «nazi» en un mundo en el que no existen ni el Partido ni el Führer.

¿Qué es el socialismo como movimiento? El socialismo es un movimiento de masas de la clase obrera para promover los intereses de la clase obrera.

Si esta definición es adecuada, y si en el mundo real actual no existe ni puede existir ningún movimiento que se ajuste a la definición, entonces no existe ni puede existir el socialismo. Si no existe ni puede existir tal cosa como el socialismo, cualquiera que afirme ser socialista sólo puede ser un falso socialista. Por lo tanto, el socialismo es y debe ser falso.

La mayoría de la «posizquierda» estaría de acuerdo con el es, pero no con el debe ser. Lo que dirían —si es que no estoy caricaturizándolo— es que el socialismo, que una vez fue un verdadero movimiento obrero, ahora se ha convertido en algo muy diferente: en la ideología oficial de la «clase directiva profesional» (PMC)[1]. Pero tenemos que arreglarlo y convertirlo de nuevo en un movimiento obrero, y podemos hacerlo. ¿Es eso cierto?
Casi, pero no del todo

Esta teoría de la «posizquierda», aunque casi correcta, no lo es suficientemente. Comete un error común, que consiste en corregir una narrativa falsa pero oficial en el presente, pero no en el pasado.

Como dijo Cicerón: quien no comprende el pasado está condenado a seguir siendo un niño. Así que cualquiera que consiga persuadirte de que no entiendes el pasado puede mantenerte en una esclavitud tutelar permanente, con independencia de tu inteligencia, educación, sabiduría o experiencia. Crees saber, así que ni siquiera intentas aprender.

Esta gente de la «PMC» es lo que yo he llamado alta burguesía, o armígeros, o brahmanes —básicamente son nobles, pero una nobleza clerical, no militar. Nada inusual en la historia. También son la clase directiva de James Burnham y la nueva clase de Milovan Djilas. Ahora todo el mundo puede ver con claridad esta cultura; es también mi cultura.

Es sin duda cierto que, en 2020, la justicia social es la ideología oficial de la «PMC». También es cierto que la «PMC» tal y como la conocemos es un desarrollo del siglo XX.

No es en absoluto cierto que el socialismo del siglo XX comenzara como un movimiento obrero. Y esta ficción no es sólo una curiosidad histórica; tiene una importancia crucial para el presente.
Los dos primeros pasos

El socialismo sensu lato —incluidos el comunismo, el progresismo, el liberalismo y todas las demás etiquetas del izquierdismo, ninguna de las cuales puede definirse objetivamente como distinta, ni social ni filosóficamente, de ninguna de las demás— siempre se origina como una secta intelectual. ¡Y eso no tiene nada de malo!

Como culto intelectual (puesto que está leyendo esto, usted ya está en uno, o más cerca de estarlo, al menos, a cada palabra que lee), sus creyentes naturales son eruditos desvinculados y desafectos. Para bien o para mal, siempre hay muchos. Tal vez usted sea uno de ellos. También lo era Pol Pot. También, por supuesto, Karl Marx. Yo también, por supuesto. Todo esto son cosas del siglo XIX y la mayoría de la gente lo sabe, pero la mayoría de la gente tiene una comprensión más endeble de lo que ocurre después.

Desde esta posición original, el socialismo (sin dejar de ser un culto intelectual) se convierte en un dictamen de moda. Como dictamen de moda, sus creyentes naturales son las personas más ricas y sofisticadas del país: la corteza superior de la corteza superior, el 1% del 1%. ¿Es extraño que estas personas tengan algo contra el 99% del 1%? ¿O es la naturaleza humana?

Por lo tanto, los líderes de cualquier movimiento socialista consisten naturalmente en una mezcla de los dos tipos: intelectuales y clase alta. Por supuesto, los sirvientes del movimiento —el gran número de personas que le dan el poder, bajo un sistema político que ha decidido que cantidades grandes de personas tienen un derecho inherente al poder— son justo a quienes reivindica el movimiento. (Y como es de rigor, los líderes dicen ser los sirvientes de los sirvientes).

Pero si «socialismo» es la palabra correcta para un movimiento de la clase obrera en nombre de la clase obrera, no puede ser la palabra correcta para un movimiento de la aristocracia en nombre de la clase obrera. Ambas cosas son obviamente diferentes.
El mecenazgo y sus sedientos esclavos de la moda

Tenemos una palabra mejor para designar este movimiento: clientelismo [patronaje]. El clientelismo es la creación y el mantenimiento sistemáticos de la dependencia económica a cambio de poder político.

Los aristócratas romanos —de donde procede la palabra mecenas [patrón]— medían el estatus de los demás en función del número y la calidad de sus clientes, los dependientes de su generosidad aristocrática. Lo mismo hacían los señores medievales con sus siervos: la palabra lord procede del sajón hlaford, que significa «dador de pan». Lo mismo ocurría, por supuesto, con los capataces de las plantaciones del Sur.

Nunca se debe suponer que la empatía del patrón por el cliente, del señor por el siervo, del propietario por el esclavo, o de la socialité por el carbonero, sea intrínsecamente falsa. ¡En absoluto! Normalmente es auténtica.

Sin embargo, no hay nada que la obligue a ser auténtica. Peor aún: aunque la intención sea auténtica, nada obliga a que lo sea en la práctica. Y cuanto más distante y abstracta es una relación directa, más débiles son los vínculos emocionales que podrían obligarla a ser auténtica. La socialité no sale bien parada de esta comparación.

Podemos decir que el «socialismo», en el siglo XX, es un movimiento aristocrático que pretende promover los intereses de la clase obrera. En el sentido de nuestra definición original, de un movimiento obrero que promueve los intereses de la clase obrera, no existe, y jamás existió en el siglo XX, movimiento semejante.

Esta ausencia no prueba que tal movimiento no pueda nacer en nuestro siglo. Pero elimina la justificación inductiva para pensar que tal cosa es posible.

El último paso de la evolución del socialismo es la difusión de las modas aristocráticas entre las clases medias: clases medias sociales, clases medias intelectuales, clases medias financieras. Esto crea la «PMC» aspiracional tal y como la conocemos.

Como la mayoría de las clases medias (utilizando el término en el sentido eufemístico actual, como «clase media alta», lo que significa realmente «baja clase alta», el 20% de la población como máximo), el PMC siente que lo está haciendo bien cada vez que imita a sus superiores.

Sin embargo, para esos superiores, los verdaderos aristócratas, la motivación de la ideología es tanto la ambición como la empatía. Además, la ambición tiende a expulsar la empatía, dejándola como una justificación fría y estéril de una necesidad nietzscheana de gobernar y ganar: de ser el hlaford, el dador de pan. Todo el mundo ha visto la fealdad de esta gente.

Uno cree que debe haber algo más, pero no, esto es todo lo que hay. Y esta fealdad también es imitada. En algún lugar, ahora mismo, en una escuela o en una oficina cerca de usted, alguien está siendo humillado y destruido a manos de almas pequeñas, crueles y sedientas, en beneficio del pueblo. ¿Tiene usted una lágrima para ellos? Por supuesto que no. Usted no puede sentir nada salvo el poder.

Además, una de las formas más comunes de afrontar esto entre la mejor gente de la izquierda es sentir que, aunque por supuesto esta mierda existe y es horrible, no representa el verdadero espíritu del movimiento. Ese verdadero espíritu, más bien, les pertenece a ellos. Su sueño no es matar al dragón, sino recapturar a esa bestia y comandarla como su legítimo dueño. ¿Podéis ver lo que estáis haciendo aquí, chavales? ¿Y creéis que sois los primeros en hacerlo?

La ambición es una emoción humana natural. Vive mejor si vive abiertamente como tal. Si te bebes una botella de vino al día, no lo haces sólo por el sabor. El efecto real del socialismo es siempre el clientelismo, que siempre crea poder. Tanto si pretendes drogarte con el poder como si no, acabarás haciéndolo. Procura que al menos sea poder real, y no un simulacro estéril y voyeurista del mismo.

La dependencia no es separable de la autoridad. Si le das a alguien el pan de cada día, eres su señor. Puede que ni siquiera le exijas que trabaje para ganárselo; puede que ése sea tu capricho señorial; puede que tu intención sea beneficiarle, tal vez pensando que la ociosidad es mejor que el trabajo; pero si mañana cambias de opinión, no tiene más remedio que cavar zanjas para ti.

Posiblemente lo único que quieras de él sea su voto, exactamente igual que un político romano alardeando en su porche de la cantidad de clientes que tiene. Al menos el patrón romano conocía a su cliente en persona, y a menudo dependía de él para su servicio. A ti el hombre ni siquiera te pertenece por su trabajo, sino sólo por su número, como una estadística andante. ¿Es esto deshumanizar demasiado?

Los politólogos indios tienen un término para esto: banco de votos. En este punto arañamos el fondo del rancio, sórdido e inhumano tinglado del clientelismo de masas, que es el único destino posible del socialismo, y de hecho de la propia democracia, en el siglo XXI.


Como realmente fue

El lector atento habrá observado que ninguna de estas afirmaciones históricas ha sido probada o justificada hasta ahora mediante pruebas históricas. Cierto. Nadie puede convencer a nadie de nada.

Si le interesa esta hipótesis, si cree que podría ser cierta pero no está seguro de ello, quizá le interese indagar su verdad o falsedad. Yo no puedo ayudarle a indagar su falsedad; sé que es cierta. He aquí algunas referencias que pueden ayudarle a convencerse de que lo es.

Una buena forma de demostrar que algo es falso es encontrar lo real y luego compararlo con lo falso. Para encontrar un movimiento obrero estadounidense auténticamente endógeno, sin vínculos intelectuales o aristocráticos, tenemos que remontarnos hasta antes del siglo XX. Tanto los Caballeros del Trabajo como su líder, Terence Powderly, tienen excelentes páginas en Wikipedia. Obsérvese también la masacre de Rock Springs.

Aunque en el siglo XX los sindicatos conservaban líderes con auténticos antecedentes laborales, este movimiento obrero antaño endógeno no evolucionó hacia el movimiento socialista. Más bien quedó ideológicamente capturado por el movimiento socialista, a cuyo programa político y candidatos pronto llegó a servir con lealtad perruna e incuestionable. Al fin y al cabo, el trabajo de la clase dominante consiste en mandar.


La primitiva clase dirigente

Aunque la mayoría de los intelectuales conocen la etapa intelectual de ese movimiento en el siglo XIX, pocos saben cómo era en realidad a principios del XX. En esa época, sus centros eran la capital de invierno y la capital de verano de la joven aristocracia estadounidense: Greenwich Village y Provincetown.

Para leer sobre el tipo de gente que participaba en este temprano mundo bohemio (si tiene prisa, haga clic en «Early Life»), lea sobre John Reed o Walter Lippmann o Lincoln Steffens; o sobre las mujeres, como Mabel Dodge o Mary Heaton Vorse o incluso Gertrude Stein; o sobre instituciones como la Intercollegiate Socialist Society (ISS). O vea la realista aunque hagiográfica película de los ochenta Reds, con Warren Beatty como John Reed.

Mientras navega por esas páginas, imagine que teletransporta a cualquiera de esas personas directamente al Burning Man. Se dará cuenta de que, salvo por su ropa, encajarían perfectamente. Eso es porque son de la misma clase social, aunque no de la misma clase económica. Bueno, no siempre. Ahora, trate de imaginar a Terence Powderly en el salón de Mabel Dodge. Si Terence Powderly viviera hoy, conduciría una camioneta F150 con pegatinas de Trump.

De hecho, es posible que la DSA sea la organización legítima sucesora de la ISS. Y, curiosamente, tiene exactamente el mismo tipo de miembros, aunque en su mayoría no tan ricos.

Los bohemios de aquella época tampoco eran siempre ricos. Eran ricos o brillantes, aunque la mayoría de las veces eran ambas cosas. A pesar del enorme daño que hicieron al mundo, tenían buenas intenciones y también hicieron algún bien.

Esto es el «socialismo» en vida de los que hoy viven. Es una ideología de clientelismo aristocrática y oligárquica. Nunca ha sido otra cosa. La vanidad, el estatus y la ambición son parte crucial de su atractivo. Aunque a veces haga cosas buenas, nada le obliga a hacer cosas buenas, y todo le tienta a parecer bueno, en lugar de ser bueno. Con qué resultados, ya lo veremos.

Y no se parece en nada a un movimiento obrero para promover los intereses de la clase obrera, como los Caballeros del Trabajo, que promovieron los intereses de la clase obrera… masacrando a la competencia china. No es que quieras identificarte con eso. En cualquier caso, fue hace 150 años, en una América más ajena a nosotros que cualquier país actual.

Y hasta aquí sobre el «socialismo». Es ciertamente posible imaginar una tradición de gobierno para el bien de la clase trabajadora, y también de todas las demás clases. Pero esa tradición tendría que ser nueva; tendría que centrarse en los resultados, no en los objetivos; y no podría mancharse, moral o intelectualmente, con ninguna conexión con el «socialismo» del siglo XX, ni con ninguna otra farsa del estilo. Como el capitalismo…


El capitalismo no existe y no puede existir

La definición de capitalismo es un libre mercado de capitales. [Pausa incómodamente larga aquí, quizás hasta que alguien del público se ría].

No, en serio. El capitalismo no es sólo «tener empresas que fabrican cosas». Alemania del Este tenía empresas que fabricaban cosas. Capitalismo es «tener un libre mercado de capitales».

Levante la mano si cree que tenemos un libre mercado de capitales. Si no ha levantado la mano, busque papel y bolígrafo y escriba dos fechas. La primera fecha es el último año en que tuvimos un libre mercado de capitales. La segunda fecha es el próximo año en que lo tendremos.

Si puede, pruebe este ejercicio en una sala llena de profesionales de las finanzas. Predigo que sus resultados serán muy dispares. (Si la sala es lo bastante grande, puede que la primera fecha se remonte al Banco de Ámsterdam). Lo que esto le dice es que nadie tiene ni puñetera idea.

Sea lo que sea que tenemos, es para el capitalismo —un libre mercado de capitales— lo que el Cuadrante Delta es para la Federación. Apenas tenemos idea de cómo llegamos aquí. No tenemos ni idea de cómo volver. De hecho, sospechamos que es imposible, y así es.

He aquí un breve resumen del sistema financiero estadounidense. Funciona perdiendo dinero. Dado que el dólar es la moneda de reserva mundial, puede perder tanto como quiera. Pierde dinero de muchas maneras, pero principalmente dando dinero gratis a los ricos.

He aquí un resumen un poco más largo. El sistema financiero estadounidense funciona manipulando los tipos de interés para aumentar los precios de los activos. Durante muchas décadas, la Reserva Federal sólo manipuló los tipos de interés a corto plazo y dejó que los «vigilantes de los bonos» fijaran los tipos de interés a largo plazo. No se trataba de un libre mercado de capitales, pero se le parecía más, y ese antiguo mercado de bonos creó una verdadera responsabilidad fiscal, incluso para Estados Unidos. Ni que decir tiene que los vigilantes de los bonos han ido a parar a donde desapareció la Comisión de Vigilancia.

Ahora la Reserva Federal compra 120.000 millones de dólares de bonos del Tesoro al mes, lo que sitúa el tipo de descuento sin riesgo a 10 años por debajo del 1%. El precio de un activo de capital es función de esta cifra. Si el tipo es 0, el valor actual de un flujo de ingresos constante y permanente es infinito. Gestionar los tipos de interés significa manipular el precio del capital. Así que no hay nada ni remotamente «natural» en la perpetua subida de la bolsa y del mercado inmobiliario. Corte el goteo de heroína y esteroides y verá lo que «valen» realmente esos activos.

La inflación de los precios de los activos es un estímulo regresivo: equivale lógicamente a dar enormes cantidades de dinero-helicóptero a los ricos. Es pura «economía de goteo». ¿Podemos llegar a llamarlo antisocialismo? Además, existe una palabra sencilla en inglés para referirse a un «estímulo permanente».

La economía estadounidense es completamente adicta a este estímulo regresivo increíblemente jodido, que es mucho menos eficaz en cuanto a producir gasto que el estímulo progresivo: dar dinero gratis a los que no son ricos. También crea mucha menos utilidad, porque la utilidad marginal de un dólar para una persona rica es mucho menor.

Esto no es capitalismo. Esto es una caricatura de los Simpsons del capitalismo. Cualquier persona razonable que viera este sistema tal y como es lo encontraría horrendo. Pero a ninguna persona razonable se le ocurre ninguna forma de rescatarlo. No hay forma, o al menos ninguna forma razonable.

Una vez más, hemos presentado un argumento sin fundamento. Analicémoslo con más detalle —puesto que incluso la mayoría de los profesionales de las finanzas tienen algún problema con estas ideas— utilizando los métodos clásicos del siglo XIX de la «economía literaria». Genios de las mates, chitón. (Eh, genios de las mates: vosotros nos disteis este monstruo. O al menos, no os quejasteis de él, ¿verdad?)

Y si el punto no ha quedado suficientemente claro, lo asentaremos diseñando una transformación desde este monstruo hacia un libre mercado de capitales. Esta transformación no será posible, y por eso el capitalismo no existe y no puede existir...

 

Leer en La Gaceta de la Iberosfera