Pepe Campos
Taiwán
Lo poco que queda del periodismo español se ha refugiado, para dar la monserga, en el mundo del fútbol. Nada más terminada la final del mundial de Qatar ya comienzan, los periodistas progresistas, a hablar de la mejor final de la historia. Esto de señalar que todo lo que ocurre en la actualidad es lo mejor de todos los tiempos, viene a ser una manera de hacer tabla rasa revolucionaria. Lo antiguo huele mal, no merece la pena, seguramente aquello (que se dice fue notable y auténtico) sucedió en tiempos dictatoriales cuando no existía la democracia plebiscitaria que actualmente lucha contra el cambio climático. Además, en aquellas etapas de antaño, de poco confort —digamos, cuando no se podía hacer turismo masivo—, el machismo estaba presente, lo que propiciaba la mitología con existencia de héroes, de férreos hombres románticos, no tatuados, no depilados, ni con corte de pelo diario de diseño.
Siguiendo esas líneas del discurso no pararíamos de hablar de una nueva política en la opinión futbolística que nos quiere llevar a que creamos que lo que vemos en el momento actual es lo mejor de la historia. Así, siempre, para quien desconoce lo anterior, lo último es lo mejor de la historia. Y ahora mismo, ya, eso que se ansía por todos (por el periodismo buenista y por el público obediente) que debe ser lo mejor, en el territorio del deporte rey, es Messi. La traca ya venía de cuando jugaba en el Barcelona y se trasladaba, a su vez, a la selección de fútbol de Argentina, cuando comparecía en ella. Y de dar tanto con el martillo en el mismo clavo, parece que ahora todo encaja y queda bien remachado. Messi, que ha ganado el mundial de Qatar, es el mejor jugador de fútbol de la historia. Y el que lo discuta no sabe y hay que reeducarle con cifras, con estadísticas, con datos, con opiniones de quienes quieren que las cosas bailen a su favor. Que es llevar la razón. Estar en lo guay. Es la doctrina de que lo único válido es «ganar» y «el ganador de hoy».
Al mejor del presente, Messi, le ha tocado vivir una etapa dorada en el fútbol. La época en la que no existen los marcajes individuales dentro del campo a lo largo de los partidos. Unos tiempos en los que cualquier roce dentro del área, con VAR o sin VAR, se señala como pena máxima (penalti). Una etapa de estrategias con las tarjetas y las faltas, según y cómo. Un tiempo, más cercano, con numerosos cambios de jugadores para refrescar a los equipos para que no exista el cansancio. Cuando comenzó a jugar al fútbol Messi fueron los momentos de la eliminación de los marcajes (había que premiar lo excelente en el fútbol). Estuvo acompañado de grandes jugadores que él nunca «calificó». Si bien, por todos lados fue tratado con esmero. Luego cuando no tuvo esos grandes jugadores alrededor (caso de la Argentina actual), y la edad se le echaba encima, sacó (ha sacado) su verdadera versión, tal vez, la auténticamente originaria, la de líder de un «grupo de combate» que muere a muerte por el «jefe supremo». Esto lo estuvo buscando en la selección argentina durante muchos años y no lo alcanzaba. En este instante le vino. Ha sido un logro.
Ahora para poder arrasar con todas las estadísticas a nivel de clubes debe volver a un equipo con estrellas, y las tendrá que convencer, con bastón de mando, que le sigan y le abran el camino del nuevo éxito que se merece. Veremos si esto lo consigue. La monserga del periodismo se lanzará a hacerle la campaña. Estaremos entretenidos durante un tiempo. Pues no sabemos si quiere superar los dos retos que le quedan: más Copas de Europa que Francisco Gento jugando la final como titular (seis/Messi tiene tres) y más Campeonatos del Mundo como titular y metiendo goles donde se topa con Pelé (dos/Messi tiene uno). Y aunque aquellos logros de antaño de otros jugadores huelen a cuestiones de poco valor; ¿cómo se puede reescribir la historia y borrarlo? Es posible, entonces, que sólo le quede como solución seguir jugando al fútbol durante unos cuantos años más, para alegría del buenismo progre, que le seguirá fiel. Y para desgracia del fútbol de antaño que existió, pero cuya memoria hay que desplazar, para darle paso, en un eterno todavía, a un ancianito que merita.