Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Pedro Sánchez no ha roto la separación de poderes, juguete político que España no ha conocido jamás, y eso que quien mejor lo definió fue un español, Miranda, cuyo nombre figura en el Arco del Triunfo de París. Con sus andares de Tony Manero por los andenes del Ave, lo que ha hecho Sánchez es marcarse un Luis XIV (“la souveraineté c’est moi”), y con ello, poner al descubierto, incluso para los liberalios más simplitos, la inexistencia de la separación de poderes.
Sánchez no es soberano por la descortesía de entrar antes que el Rey al Ave de Murcia, del mismo modo que los cabestros de Florito no se convierten en toros por entrar antes que el toro al corral de Las Ventas. Sánchez es soberano por designio del Sistema, que se reduce a “una unidad de poder con división (reparto) de funciones”, como Franco definió al suyo. Pero los partidos, que viven de “okupas” del Estado, apelan a la “soberanía del pueblo”.
¿Qué es el pueblo? En los libros, un concepto de derecho público, y en la realidad continental, y dicho por el creador de la ciencia constitucional, “aquellos que tienen que pagar la cuenta, que tienen que pagar a los nuevos estafadores; ésa es la circulación de las elites y ésa es la identidad del pueblo”. Ser pueblo es instituir al soberano, y en España al mandamás (que eso es un soberano) no lo ha instituido el pueblo, sino los jefes de los partidos, con lo que, políticamente hablando, no tenemos pueblo, por mucho que los mamertos de la izquierda social, en juntándose cuatro por la calle (“corpus mysticum democraticum”), rompan a cantar aquello de “si esto no es el pueblo, el pueblo dónde está”.
¿Qué es la soberanía? En los libros, un objeto de la teología: “causante causa de incausado origen “, en adorno de Nicolás R. Rico, que nos hace ver cómo la soberanía se teologiza cuanto más se seculariza la teología. Bellísimo cuento, el de la soberanía, que comenzó con Bodino, que se devanó los sesos, el hombre, para hacer compatible “la poderosidad con la juridicidad del Estado”, y que acaba con Errejón, comunista abrazado al momio del Estado de Partidos y que la reduce a un “¡a mí que los jueces no me toquen el cocido!”
Los que hablan de “democracia liberal” como quien se come de golpe un huevo cocido, ellos sabrán qué quieren decir, pero pasan por alto que los americanos inventaron la “democracia representativa” contra el liberalismo (parlamentarismo) inglés, al tener comprobado que tanto despotismo había en un rey que mandaba en el nombre de Dios que en un Parlamento que mandaba en el nombre del Pueblo. Si “soberano es el poder que obtiene obediencia en concurrencia con otros poderes”, la garantía contra el despotismo es separar esos poderes en origen, que se maten entre ellos, para que el ciudadano pueda dormir tranquilo. Sin concurrencia de poderes, no hay soberanía, sino dominación. Sánchez (igual que quienes lo precedieron), pues, no es un soberano. Sánchez es un “puto amo”.
[Viernes, 23 de Diciembre]