miércoles, 7 de diciembre de 2022

Mundial. No es lo mismo un club que la Selección


 

 

Francisco Javier Gómez Izquierdo


       Confieso que creí que Luis Enrique se bajaría del caballo y pisaría los campos del Mundial como debe hacerlo un seleccionador de fútbol que no es un entrenador de club como lamentablemente se ha empecinado el asturiano. A mi parecer, Luis Enrique se cree tan moderno y avanzado que está convencido de haber descubierto el Mediterráneo y así como Sacchi y Cruyff revitalizaron el fútbol con sistemas e ideas tan innovadoras como espectaculares, nuestro seleccionador, envidioso de aquellos profetas y con desprecio a la razón, experiencia y conocimientos de todo el mundo del fútbol ha querido convertir en geniales, como es costumbre en el siglo, demasiados despropósitos. Un seleccionador, además de confiar en sus jugadores, debe estudiar a los rivales y llevar barajadas varias opciones para poder batirlos. La posesión, como la defensa adelantada de Sacchi en el medio campo, puede que sea un buen método, pero así como a Sacchi le empezaron a destrozar la estrategia con balones largos, el "sistema innegociable" de la española lleva tiempo con resultados intrascendentes además de monótono porque los jugadores no lo hacen ya con velocidad -lo de Costa Rica ha quedado como raya en el agua, como nuestros otros dos únicos triunfos en los dos anteriores mundiales: Australia e Irán- y está demostrado que con esperarnos cerrados es suficiente. El contrario siempre tiene alguna, y si no es capaz de crearla se la regalamos jugueteando con el portero. ¡Un juguete! Eso parece que ha sido la selección en manos de Luis Enrique. Un juguete de ésos de videoconsola "megaguay" que se nos hace tan inasequible como incomprensible a los que llevamos bastante más de medio siglo sufriendo con el fútbol.


      Sí. Luis Enrique tendría que haber llevado otro delantero centro nato, Borja, para partidos más que probables a priori como el de Japón, Marruecos o Croacia, selecciones que se iban a cerrar a cal y canto y previsiblemente necesitarían balones al área, que es un modo de ataque tan respetable como efectivo. El hombre, en su cerrazón, se ríe de los que apuntaron la necesidad porque cree que sólo él sabe del fútbol y sus ramificaciones. Para lo bueno y para lo malo la selección española era un equipo de autor, y el autor, fanático como él solo, ha quedado retratado tras su mundial vulgaridad. No le deben echar sino que debe dimitir. Más por coherencia que por dignidad, que también. Y por favor que venga gente práctica, como el añorado Luis Aragonés porque a la selección debe llevarla alguien sensato que estudie a Alemania, a Francia y también al Japón, a Marruecos y hasta las Islas Feroe. Y seguir moviéndola. Sí, mover la pelota, que no es lo mismo que magrearla. Lo primero fue una gozada multitudinaria; lo segundo, en lo que estamos, resulta ya de una rijosidad casi vomitiva y nos coloca en calidad a la altura de Japón, Corea, el Senegal... y sí, por debajo de Marruecos.


      ¡Con Dios, Luis Enrique!


      ¡Ah! A cuartos llegan los buenos de siempre, menos quizás Alemania, que se nos está empezando a parecer. Permitan que tuerza por Holanda, donde hay un entrenador de club y de selección.