Martín-Miguel Rubio Esteban
Doctor en Filología Clásica
Ahora que Alberto Núñez Feijóo ha puesto de moda a Orwell por un pequeño despiste, que “hominis est errare”, y que nos encanta tirar piedras con los ojos vendados, podemos decir que la mayor parte de la obra orwelliana fue una crítica sin concesiones a los partidos políticos. Las diatribas de Orwell contra las lealtades partidistas son justas, y todos los que aceptan estas lealtades deben obligarse a un continuo examen de conciencia para estar seguros de que no están traicionando a la verdad, que exige aún mayor lealtad. Más aún, para Orwell es imposible la militancia de un creador en un partido político. “La aceptación de cualquier disciplina de Partido es incompatible con la integridad literaria”, nos dice en su England Your England. Orwell tenía muy claro –lo vio ya en la Cataluña roja– que la capacidad expresiva de un escritor sufre un grave quebranto si éste se ve obligado a censurar su propia producción, o limitarla a los márgenes estrechos de una política de partido. Está claro que el sentimiento de la filosofía trevijanista tiene mucho de orwelliano, pero véase bien que hablo de sentimiento, que no de intelecto. En Orwell lo emotivo tiene siempre más fuerza que lo racional. Orwell deseaba un mundo en el que nadie tuviera miedo de mostrarse tal como era, en el que nadie se viera obligado a mentir ni a rebajarse para conservar la vida, con praderas donde no pudiera edificarse, y ríos cuyas aguas no se vieran envenenadas por escorias industriales. Siempre le atrajo el laborismo inglés, pero le repelía la cultura de cromados que lleva consigo. “Los socialistas –escribe en The Road to Wigan Pier– nunca han expuesto con suficiente claridad que los fines primordiales del socialismo son la justicia y la libertad; obsesionados por los factores económicos, han olvidado que el hombre tiene un alma, de ahí que su meta sea una Utopía materialista”. Esta crítica orwelliana del socialismo viene a coincidir con la idea de Antonio que sostiene que la democracia material nunca se consigue si antes no se garantiza una democracia formal. También la personalidad de Antonio, como la de George Orwell, hubiera sido problemática en cualquier partido, empecinada siempre en buscar y defender la verdad. Cuando las circunstancias obligasen al partido comenzar el Credo por Poncio Pilato, sin comas: “Poncio Plilato fue crucificado, muerto y sepultado”, tanto el inglesísimo Orwell como el españolísimo Trevijano abandonarían el partido.
La anti-utopía de “1984” nos presenta algo peligrosamente probable a fin de que lo evitemos. Quería prevenir a la gente contra el peligro inherente a las aterradoras tendencias políticas actuales. No creía, sin embargo, que el individuo estuviese ya atado de pies y manos, y esperaba que Nineteen Eighty-Four le serviría de estímulo, obligándole a precaverse y actuar sin medias tintas. La tendencia moderna es presentar las utopías de forma novelada. Podemos citar los nombres de Huxley, Wells, Windham Lewis, Golding, Asimov, etc. Trevijano, que además de pensador era un excelente literato, pudo haber escrito El hombre del consenso, en donde el Winston Smith de Orwell reapareciese aquí aún más embotado. Pero desgraciadamente las ideas desplazan siempre a lo imaginativo. Orwell en su novela quería decir entonces tres cosas: que el laborismo inglés era un totalitarismo incipiente, que lo peor del totalitarismo es que no duda en penetrar hasta lo hondo del espíritu, para destruirlo desde allí, y que la forma de pensar de los totalitaristas acabará por corromperles totalmente. La lección que nos da Orwell es presentarnos a su “héroe” molesto por la incomodidad de sus ropas y el mal sabor de sus alimentos, cuando habría tantas cosas mucho más transcendentales e intrínsecamente humanas por las que sentirse, no ya molesto, sino angustiado. La degradación de estos seres del paraíso socialista es más molesta y fea que conmovedora.
Podemos decir que la obra de Trevijano fue toda una salvaguarda contra 1984, la única salvaguarda que tenemos contra la profecía de “1984”, que ya no distopía. En realidad todo contribuye a hacernos pensar que el futuro de Orwell no es otra cosa que el presente, visto a través de una lente de aumento aplicada a nuestras cadenas y a nuestros verdaderos amos. En Oceanía, como aquí, en España, se pretende borrar el pasado con la mentira, y las grandes monstruosidades burocráticas de Oceanía, como hoy nuestra LOMLOE, tienen todas las posibilidades de convertirse en realidad. También los españoles, como aquellos pobres habitantes de Oceanía, no parecen haber comprendido aún la deformación de que estamos siendo víctimas. Aquí, como en “1984”, ya se limita el pensamiento para extirpar toda posibilidad “crimental” –todo totalitarismo es una máquina de fabricar palabros agramaticales–. Orwell, como Trevijano en su Pasiones de servidumbre, demuestra un conocimiento profundo de la psicología humana. Quizás la Oceanía de Orwell ya sea hoy una realidad en España. No existe ya una verdad inmutable y objetiva. El Gobierno puede exigir que el pueblo crea que lo blanco es negro. El acto de creer es lo ortodoxo y lo legal; lo que se crea es indiferente. Nuestros conciudadanos son capaces de olvidar por completo las creencias de ayer para aceptar las de hoy. El hombre de España-Oceanía debe hacer una profesión de fe a diario, olvidándola al día siguiente en que tal vez deba creer lo contario si lo manda el Gobierno. Los españoles nos encontramos en las mejores condiciones para ser dirigidos como un rebaño de ovejas. Antonio siempre decía que España es el país más “gobernable” de Europa. Y tenía razón. Uno de los postulados de la oligarquía orwelliana dice: “Quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado”. Por ello para Trevijano si el poder controla no democráticamente el presente, controlará también tanto el pasado como el futuro. La forma elegida por el Gobierno para controlar el pasado es una alteración constante y sistemática de las pruebas escritas, de suerte que nunca puedan contradecir el presente. Es por ello que ya lleva a los libros escolares de la Historia el mundo imaginario que se forjó a su antojo. El terrorífico “Ministerio de la Verdad” de Orwell ya está funcionando en España, sin importarle para nada el hecho de que la falsificación del pasado sea el acto más inmoral.
Finalmente, podemos también decir que para Orwell, lo mismo que para Trevijano, el uso de la lengua es un elemento clave para la libertad o para la servidumbre. Newspeak es el idioma impuesto por el Partido totalitario que rige Oceanía. En líneas generales, se trata de una simplificación morfológica y sintáctica que permite reducir al mínimo los medios de expresión. Es el libro de estilo de nuestros hodiernos periódicos. Obviamente el efecto es la atrofia del pensamiento. Para que los oceánicos acepten que el concepto de libertad es un delito, se les ha hecho olvidar el auténtico significado del concepto de libertad, suprimiendo la palabra “libre” de su vocabulario. De modo mucho más profundo y científico expresó Antonio García-Trevijano este peligro totalitario en el Simposio Internacional, “El Consenso político degenera el idioma", celebrado en Santo Domingo de La Calzada entre el 21 y el 23 de julio de 2017.