Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El dilema ético de los hombres modernos lo descubrió Sloterdijk y radica en el hecho de que pensamos como vegetarianos y vivimos como carnívoros. Para entenderlo, invita a releer “El imperio de los terneros”, de Rifkin (calzo de la mesilla de noche del ministro Garzón), sobre “el monstruoso paralelismo” existente entre la historia humana y la cría de ganado al por mayor hasta “el capitalismo cárnico contemporáneo”.
El dilema ético de Sloterdijk es un dilema cornudo, como el dilema liberalio planteado por un tuitero (“el tercero de los Trastámara de toda la vida”):
–Si el problema real fuera sanitario, el mercado negro sería de vacunas. Que haya un mercado negro de pasaportes evidencia que el problema es de libertad.
Un dilema es cornudo cuando de tal suerte se disponen en él las puntas de la argumentación que quien de la una se libra, cae en la otra, llevándose la cornada. Cornudo fue el dilema en una cena diplomática del conde Ciano tapando la salida a Foxá (“Señor Foxá, la bebida acabará matándolo”), que tiró a matar: “Al menos a mí –contestó– no me matará Marcial Lalanda”. Y cornudo fue el dilema del “asociacionismo político” en el franquismo, con la “trampa saducea” de Fernández Miranda:
–Dije saducea por no decir farisaica. Los saduceos son más desconocidos, y así los procuradores se ofendían menos. Si te tienden una, ¿cómo actuar? Cristo pidió la moneda, miró la efigie y contestó más ambiguamente que yo, pues después de veinte siglos nadie sabe bien qué quiere decir “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
¿Al César la vacuna y a Dios la libertad, o al revés?
“No hay chico ni chica / venido con vida a este mundo / que no sea un poco liberal”, fue el “hit” victoriano de Gilbert y Sullivan, los Tim Rice y Lloyd Webber del liberalismo con librea. El liberalio actual reduce la política a la economía, como un socialista más, y sabemos que la marcha de la economía es inversamente proporcional al número de economistas en el gobierno.
[Sábado, 29 de Enero]