Francisco Javier Gómez Izquierdo
Cuando don Marlaska llevó a finales del 18 a la vera del Ministerio de Interior a Ángel Luis Ortíz, juez asesor de la alcaldesa de Madrid, aquella señora que jugó con la condición de ganar y que como no ganó se apartó de los problemas de los madrileños, todo quedó entre colegas, pensábamos que con propósitos honorables. D. Ángel Luis se nos presentó al gremio de funcionarios de prisiones -servidor aún estaba en activo- con un retrato entre piadoso de rama laica y clásico como es tradición entre los titulares del cargo, devotos todos ellos de Santa Victoria Kent y componedores siempre a base de circulares y directrices con destino a los barandas de cada talego. Estas directrices se convierten con aparataje de calzadores en normativa entre los Equipos de Tratamiento, ilusos estos con la firmeza y rigor de sus decisiones sobre permisos y progresiones de grado para los "internos primaveras" y estupefactos ante los nuevos criterios para con los presos refractarios a cumplir las normas del establecimiento.
Barrer y fregar los "tigres" comunes por ejemplo; negarse a hacerlo acarrea sanción disciplinaria y persistir en la negativa regresión de grado. ¡Vergüenza tengo de las decisiones que miembros de esos equipos puedan tomar, si las toman, más por prosperar en sus carreras administrativas que por lo que pone en la LOGP y el Reglamento Penitenciario!
Don Ángel Luis, como digo, se hizo un retrato muy aparente junto a un cuadro que supongo tendrá de cabecera en su despacho y en el que se leía de un discurso de Cicerón nada menos, Sobre los deberes, que "hay dos clases de Justicia: una, la de aquellos que la llevan a cabo; otra, la de quienes pudiendo, no evitan que la padezcan otros". Ahí queda el campaneo del hombre. Don Ángel era al parecer muy amigo de Doña Carmena, y como ella, ejerció de Juez de Vigilancia. Doña Carmena permitió que los internos de ETA no se levantaran al recuento y con mover un brazo desde la cama se daba por cumplida la obligación del interno para con las normas penitenciarias sobre el recuento y relevo de las ocho menos cuarto de la mañana. El resto de los presos se aplicó el cuento y como no podía ser de otro modo se generalizó la pereza entre la población reclusa.
Don Ángel Luis, conforme a su declaración de intenciones cuando se presentó en el Ministerio, no estaba dispuesto a que "otros padezcan injusticia" si pudiese evitarlo en lo que le toca, pero dicen los papeles estos días que el hombre anda enredando con su jefe y amigo don Marlaska el modo de sortear el Reglamento Penitenciario saltando de nuevo la valla de los equipos de Tratamiento como se lleva haciendo desde que son ellos, jueces nada menos, los que deciden en los asuntos de las cárceles. También dicen los papeles que trata mucho con gentes expertas en chantajes a los que atiende con bastante más deferencia que a los empleados públicos que dependen de su, en teoría, leal saber y entender.
Si les digo la verdad, lo que este hombre sea capaz de hacer, no me pilla desprevenido. De sus jesuíticas maneras y de los insólitos e injustificados ninguneos para con los funcionarios de prisiones a los que en vez de defender y proteger, desprecia como el más indomable primer grado, ya dí cuenta al poco de su nombramiento. Firmó un acuerdo tal que hoy y lo rompió tal que pasado mañana. Me da que sigue como hace tres años: fuerte, fortísimo con los débiles que cumplen a pulso un año de condena, y obediente y sumiso con la canalla, esa peste acomodada en la Beneficencia del Estado a la que puede salirle en este tiempo de rebajas a dos o tres años el muerto.