miércoles, 9 de febrero de 2022

Castilla


 


 

Francisco Javier Gómez Izquierdo

        He estado unos días en Burgos y de regreso a Córdoba con la momentánea tranquilidad que da la falta de novedades en lo tocante a la salud de la familia me asalta cierta desazón en el coche por el blablablá de las votaciones que empuerca la convivencia de mis paisanos castellanoleoneses. El meollo del cogollo de esta edición de los votos se localiza al parecer en la "España vaciada" que servidor ve como un invento de aprovechados resueltos a vivir de un cuento que está por ver cuánto se alarga.
      

Soy de pueblo en el que había escuela de párvulos y de mayores. En la de mayores, la escuela de los chicos y otra escuela para las chicas en las que se podía acabar lo que se llamaba EGB. Asistí a ellas.  Si queríamos seguir con los dos bachilleres teníamos que irnos a los frailes o al Colegio Menor de Burgos... o nuestros padres dejar el arado y la yunta, colocarse en la Scala o Nicolás Correa, comprar un piso en Gamonal y a tirar p'alante. Hoy en mi pueblo no hay niños, ni jóvenes y casi ni mayores porque nos hemos ido y no vamos a volver. Por supuesto no queda escuela ninguna. Han cerrado cinco de los seis bares que había en los sesenta y el que queda se mantiene porque cura chorizo, jamones y una cecina insuperable que lleva casi un siglo entusiasmando a las gentes de la Demanda que paran a comprar una pieza al bajar o subir la Sierra. Nos gusta pasar un mes en el pueblo y por eso arreglamos las casas de los padres o las hicimos nuevas en lo que fueron cuadras y pajares y lo pasamos bien cantando las bondades de nuestra particular costa del oxígeno arrullados por el piar de cien especies de pájaros. De entre los que vamos a disfrutar en verano del pueblo han salido unos cuantos que han visto el filón de hablar del modo de arreglar lo que no tiene remedio. Les darán dineros para observatorios, institutos, seminarios, direcciones generales y hasta puede que torretas para el internet... pero esos pueblos seguirán vaciándose por una lógica matemática aplastante. No nacen niños, ¡ojo! ni siquiera en las ciudades. Está muriendo gente como en siglos nefastos de oscuridad medieval y ni siquiera con la golosina de casa y tierra gratis es atractiva la vida en un pueblo para estas generaciones que creen que la leche se rellena en el cartón de tetrabrick abriendo un grifo en una fábrica.
     

Que los pueblos de Castilla se vacían no sé si es un problema, una desgracia o la simple consecuencia de un abandono que han propiciado las Administraciones. Lo triste es que hasta las capitales como Soria, Palencia, Burgos... son despreciadas por los que viven en las Cortes y aledaños del poder y tenidas como pueblachos sin importancia en los que cada día, como en sus pueblecitos, hay menos vecinos, y a los que hay se les contenta con unas peladillas a la puerta del restorán. Al gran banquete de la España son sólo los más distinguidos polculeros los que merecen ser invitados.