Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Un fotógrafo captó a Donald Trump subiendo al Air Force One con un billete de 20 dólares asomando por el bolsillo derecho de la americana. El presidente le pidió una copia (“Chico, ésa es una buena foto”) y atendió, como es costumbre en América, a su curiosidad:
–Me gusta llevar algo pequeño. Tal vez un presidente no deba hacerlo, pero me gusta dejar propina en el hotel.
Ah, el dinero de bolsillo. “In God we trust!”
Cuenta Sebastián Miranda que, estando todos los amigotes de gorroneo en la finca de Belmonte, Camba andaba serio y el torero le preguntó si ocurría algo. “No, todo está bien”. “¿Entonces?” “Hombre –contestó el gallego–, ¡si tuviera algún dinero de bolsillo!...”
Ahora que vuelven los rusonianos con el tabarrón del buen salvaje, recordamos que Carlyle estableció la única diferencia entre el hombre civilizado y el buen salvaje: los bolsillos. Precisamente con la metáfora del dinero de bolsillo tumbó nuestro Santayana la lógica de Hegel:
–Supongamos que abstraigo una moneda del bolsillo de otro hombre: con la lógica de Hegel se prueba con facilidad que tal abstracción es mera apariencia.
Pero del bolsillo de Trump sale un billete. Ese billete da para muchos artículos de fondo de nuestros Gramscis de los chinos y también para algún mitin del orate belga Verhofstadt, que verá ahí la prueba de que Trump y Boris traman una jugada de libre comercio contra la UE. ¿Acaso no tuvo Churchill en la cabeza la idea de unir la libra y el dólar como moneda de “los pueblos de habla inglesa”?
Trump es hijo de su época: el último hombre, y por tanto, el hombre que apaga la luz del siglo XX. Trump, como Warhol, no siente que pueda contagiarse de gérmenes al tocar el dinero.
–El dinero –escribió Warhol– posee una cierta forma de amnistía. Siento, al tocar el dinero, que los billetes de dólar se vuelven para mí perfectamente limpios. No sé dónde han estado, quién los tocó y con qué. Todo eso se borra en el momento en que los toco.
“Money Talks!”
“Money Talks!”