Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El domingo me cogió la Gota en la autopista de Arganda, y a la hora en que los pinos carrascos de la Dehesa del Carrascal te abren el apetito como los pinos enanos del Valle de Viñales se lo abrían a Lezama Lima.
–¡Pino, Pino, Pinooo!... –gritaba el García bicicletero de nuestra juventud.
Un relámpago y, de pronto, la noche y un huir de ranas viajeras, como la rana de Camba, de rotonda en rotonda, por charcas de barro y olas. En la vega de San Martín un torrente cruza la carretera arrastrando la piñata de un vertedero ilegal. Desfilan una cocinita de juguete, sartas de zapatos y, más lento, con majestad de trono oriental, un tazón de wáter, absurdo como un zapato impar, encanto que no tiene el urinario de Duchamp.
–¡Hasta aquí hemos llegado!
Es la cultura española de la raya, que va de Pizarro, que trazó la raya de la fama en el Perú, a Morante, que pintó de rojo las rayas de Las Ventas, pasando por Camba, que pidió a los constitucioneros republicanos una Constitución con rayas en lugar de artículos; por Víctor de la Serna, que imaginó la raya que en Madrid (eje de las calles de Segovia y Atocha) separa los aldeanos del Norte de los paletos del Sur; o por Unamuno, que dividió España en dos vertientes por una raya transversal desde el centro del Pirineo hasta el cabo de San Vicente, con Madrid más bien al lado de Levante.
–A los que somos de la otra banda, el catalán tiene que aparecérsenos teatral, espectaculoso.
Un portugués dijo a Unamuno que el castellano es tragediante sin proponérselo (tal que uno, el domingo, ante el tazón de wáter flotante): la teatralidad del castellano es inconsciente, al contrario que la del catalán, que representa su papel complaciéndose en el espectáculo como tal espectáculo.
–Tienen un aniversario, un himno, una bandera. ¿Para qué más? El día del aniversario desfilan cantando el himno, enarbolando la bandera y lanzando vivas que a nadie resucitan.
Me quedo con la teoría del simio (y la simia) acuático de Elaine Morgan.