sábado, 7 de septiembre de 2019

Joao



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Para aumentar las visitas los fines de semana sin Liga, el Prado ha llevado a Joao Félix a ver las Meninas, el cuadro ante el que se paraba mi amigo Bonifacio Alfonso para sacudirse la desgana los domingos de resaca.

    –After us the Savage God! –exclamó famosamente el irlandés Yeats al ver el “Ubú rey” del rey-payaso de los bohemios Alfred Jarry.
    
Después de nosotros, el Dios salvaje, que para Chaguaceda, dircom del museo, sería Joao, y lo explica con lógica de vendedor a plazos: “El espectador de fútbol no es ajeno a la cultura y el visitante de museo tampoco lo es al estadio”.

El Atlético cedió su estrella en homenaje al “200º bicentenario” (sic) del museo, al decir del periódico de las elites, que ya en su día, para ponderar la labor de su crítico Calvo Serraller en la dirección del Prado, puso sobre la mesa sus ocho exposiciones “para conmemorar el 1750 aniversario del museo” (sic).

    Calvo dimitió a los doscientos días: una revista de la que su mujer era consejera editorial hizo un reportaje de sillas de diseño donde las Meninas, “y quienes me nombraron (Carmen Alborch) me han entregado a las fieras”.
    
Y terminamos con un guiño al Atlético– termina, a lo Valerio Lazarov, Chaguaceda.
   
 El guiño consiste en retratar a Joao, diosazo del club del Manzanares, que ahora, con los birlibirloques de la globalización, se llama Wanda (los ríos chinos son muy largos), ante el “Baile a orillas del Manzanares”, un Goya del mismo precio de Joao: “majos y majas”, dice el cartón oficial, “bailando unas seguidillas, baile popular menos movido que el famoso fandango”, apreciación que dejo en manos de Ricardo Bada, autor de “Los mejores fandangos de la lengua castellana”, como éste de Unamuno: “¡Ay Dios! ¿Hay Dios? Cavilar / y cavilar, ¿vive Dios? / –como dudó Kierkegaard–, / y no poder desvelar / este arcano, ¡ay rediós!”
    
¡Musas y no museos!
   
 Un amante de la belleza, nos dice Santayana, dará la espalda a los museos y se dirigirá a los campos. Y él no había visto a Joao.