Julio Camba
Madrid, 17 de Julio (1934)
¿Conocen ustedes El periodismo en veinte lecciones, de Robert de Jouvenel? Es un opúsculo delicioso, en el que, bajo una apariencia didáctica, se ponen al descubierto todos los trucos, artimañas y martingalas del arte de escribir periódicos. Veamos, para muestra, la lección destinada al periodismo polémico: “En el periodismo polémico –dice Jouvenel– no hay que andarse con remilgos. ¿Que Tartempion no ha pagado todavía esta semana la nota de su lavandera? Pues no vaciléis en llamarle Tartempion el ladrón. ¿Que el desdichado vive pobremente en una buhardilla? Pues afirmad que se oculta en una madriguera”...
Madrid, 17 de Julio (1934)
¿Conocen ustedes El periodismo en veinte lecciones, de Robert de Jouvenel? Es un opúsculo delicioso, en el que, bajo una apariencia didáctica, se ponen al descubierto todos los trucos, artimañas y martingalas del arte de escribir periódicos. Veamos, para muestra, la lección destinada al periodismo polémico: “En el periodismo polémico –dice Jouvenel– no hay que andarse con remilgos. ¿Que Tartempion no ha pagado todavía esta semana la nota de su lavandera? Pues no vaciléis en llamarle Tartempion el ladrón. ¿Que el desdichado vive pobremente en una buhardilla? Pues afirmad que se oculta en una madriguera”...
Naturalmente, El periodismo en veinte lecciones es un libro satírico, pero, como su autor no se ha creído en el caso de manifestarlo así, ¿qué tiene de particular el que El Socialista
lo haya tomado al pie de la letra y haya estudiado en él su técnica
polemística? La cosa, sin embargo, es sumamente curiosa. No hay ya nadie
en el mundo que imite directamente la literatura de los libros de
caballería, pero son muchos, en cambio, los que, tomando el rábano por
las hojas imitan de buena fe aquella parodia con que Cervantes la
dejó en ridículo para siempre: “Apenas había el rubicundo Febo tendido
por la faz de la ancha y espaciosa tierra..., etc., etc.” Tampoco hay ya
nadie que cultive el periodismo polémico en esa forma de la que
Jouvenel se burla tan donosamente; pero cae un día el libro de Jouvenel
en poder de El Socialista y, desde entonces, cuando El Socialista
quiere polemizar con alguien, toma como modelo del género lo que es su
más cómica y divertida reducción al absurdo, con un resultado mucho más
divertido y mucho más cómico todavía.
¿Que yo, por ejemplo –modesto Tartempion español–, paseando un día por la calle Alcalá, me tropiezo con mi ilustre amigo D. Melquiades Álvarez, y me voy con él a tomar un vaso de horchata? Pues, al día siguiente, El Socialista me pondrá como no digan dueñas anunciando a los cuatro vientos mi ingreso en el Partido Liberal Demócrata. ¿Qué otro día, jugando en el Círculo de Bellas Artes mi partida habitual de dominó con D. Fidel, le ahorco al hombre el seis doble tres o cuatro veces seguidas? Pues no tardaré más que horas en ser denunciado ante la opinión pública como un profesional del juego. ¿Que en una discusión de café se me ocurre afirmar que España es un país de formación católica? Pues la cosa está clarísima: es que pertenezco a la Adoración Nocturna. ¿Que, un poco fatigado, en fin, de la vida de Madrid, me voy a pasar una semana a la finca de algún amigo? Pues, no cabe duda. Soy un parásito y vivo a expensas de numerosos mecenas... Todo esto, en efecto, me suele decir El Socialista en artículos rabiosos que generalmente no ocupan menos de una columna de su primera plana, y que me harían concebir una idea exagerada de la importancia que me concede el diario obrero si, al mismo tiempo que este diario me cubre de injurias, no se cuidase de advertir que yo no tengo para él importancia alguna, que mis artículos sobre los magnates de su partido no le dan frío ni calor y que le produzco verdadera pena, porque no le causo el menor daño, y él quisiera, al parecer, que le causara un daño muy grande...
Últimamente, y después de llamarme ex humorista –con lo que demuestra
bien a las claras que, si mis artículos le hacían antes alguna gracia,
lo que es ahora le hacen muy poca–, el órgano de las clases trabajadoras
afirma que, al atacar a los líderes
socialistas, lo hago para asegurarme una colaboración en ABC, halagando
los sentimientos monárquicos de su director. ¿Qué tal? Si El Socialista
me acusara de haber empeñado el reloj de Gobernación para no tener que
escribir durante una temporada en ningún periódico, es posible que
alguien se lo creyese, pero ¿quién que me conozca, por lo menos de
oídas, se va a tragar eso de que yo haga tal o cual cosa, ni digna ni
indigna, a fin de garantizarme una vida sin trabajo? ¡Halagar los
sentimientos monárquicos de una empresa periodística para asegurarme
una colaboración en sus publicaciones!... ¿No me confundirá El Socialista con su distinguido correligionario D. Luis Araquistáin?
Pero no es mi propósito rechazar las pintorescas imputaciones de El Socialista,
sino, al contrario, suponer que son ciertas. Supongamos, pues, que yo
vivo del juego, de los mecenas y de los monárquicos, y que, al mismo
tiempo, me estoy muriendo de hambre, según afirma también el diario
obrero. Supongamos que pertenezco al Partido Liberal Demócrata y a la
Adoración Nocturna. Supongamos, en fin, ya que El Socialista
tiene tan poca imaginación, que me como a los niños crudos, o, por lo
menos, asados con unas patatitas. ¿Y qué? Yo no soy una entidad política
ni una organización social, sino un señor particular y no hay paridad
posible entre el Partido Socialista y yo para que, si yo afirmo, por
ejemplo, que el Partido Socialista está arruinando a España, vaya el
Partido Socialista y me conteste diciendo:
–Pues usted, que habla tanto, se pasa todas las noches en el cabaret,
con unas pelanduscas, bebiendo whisky hasta las mil y quinientas...
La cosa sería bastante cómica; pero esto, al fin y al cabo, podría
pasar. Lo que no puede pasar, de ninguna manera, es que los dirigentes
del Partido Socialista quieran convertirse en acusadores de nadie. Su
papel es el de acusados y, mal que les pese, tendrán que resignarse a
él.
HACIENDO DE REPÚBLICA
EDICIONES LUCA DE TENA, 2006