Abc
Al piperío lo ha sorprendido el otoño con las tosecillas de la Dama de las Camelias, aunque el Bernabéu todavía parece lejos de ponerse a cantar “La traviata”.
Margarita Gautier tosía porque se sabía en su último otoño, y el piperío tose porque sabe que con Vinicius le han birlado la alegría del último verano, y todo con el cuento, tan de Samaniego (alavés de Laguardia), de que las uvas (las uvas de Vinicius) todavía no están maduras, cuando la delantera de Lopetegui está a dieta de pasas (las uvas pasas de Benzemá), siempre picoteadas al final (cada partido a la misma hora) por Lucas Vázquez, el Colibrí de Curtis, un “déjà vu” que sume al pipero en la Liga de la Marmota, o “Groundhog League”, por si la quisiera vender así Tebas en América, sólo que con Courtois en lugar de Bill Murray.
El sábado Courtois tuvo enfrente, por espejo, a Diego López, que ya pasó en el Madrid por la misma comedia francesa que ahora padece él, incluidos los traspiés a lo Louis de Funes (sevillano, al fin y al cabo: “Mon pote le gitan”) que a Sergio Ramos, de repente, le da por hacer. De Jean Girault, el Ozores que dirigía aquellos disparates funescos, hizo, con Diego López, Ancelotti, y con Courtois, Lopetegui, ambos de la “escuela diplomática” (pasteleo, para el pipero), como se vio en lo de Piqué con el Combinado Autonómico.
El ideólogo de la socialdemocracia (pasteleo) americana Richard Rorty se hizo filósofo para intentar fundir (sin éxito) en una sola imagen realidad (unas orquídeas silvestres de Nueva Jersey que le gustaban mucho) y justicia (el trotskismo como liberación de los débiles de la opresión de los fuertes). Ver a Ancelotti y Lopetegui trajinar con Casillas, Diego López, Courtois y Kéylor Navas es ver a Rorty haciendo ramos trotskistas con las orquídeas de Nueva Jersey. (En Valdebebas, Casillas, con el dorsal uno, estaba separado veinticuatro habitaciones de Diego López, que poseía el dorsal 25). Y encima, Vinicius.
Vinicius no está maduro porque tiene 18 años, pero Raúl tenía 17 cuando Valdano lo sacó en Zaragoza y acabó levantándole a Butragueño el “7”, dorsal por el que suspira Asensio, un delantero genial obligado a maniobrar como mozo de baúles con un “20” (número de autobús de línea) a la espalda.
–Nunca me ofrecieron el “7”.
El “7” ha ido a parar a los lomos de Mariano, que es un “9” de toda la vida, sólo que en el Madrid el “9” de toda la vida es Benzemá, que nació quizás para el “4” de Julio César Romero, Romerito, el tipo que el día de su debut, contra el Madrid, dejó a Lineker en el banquillo por obra y gracia de Cruyff. Con Benzemá, el fútbol de ataque del Madrid liguero vuelve a ser la corteza dando vueltas, de encía en encía, por la boca de un viejo. Y por eso se echa en falta a Vinicius. Se comprende el temor reverencial de la institución al “factor Robinho”, aquella gaseosa brasileña que pegó el estampido en Cádiz y se quedó sin burbujas. Pero la Liga en el Bernabéu es un muermo, y a Vinicius se lo espera como en los domingos londinenses esperaba Camba que al camarero se le cayera una bandeja, con tal de tener la sensación de que pasaba algo. Después de todo, igual que Griezmann se ve comiendo a la mesa de Messi y Cristiano, ¿qué cosa más natural que un pipero quiera ver a Vinicius sentado a la mesa de Benzemá?
––A los quince años escapé de los matones que me golpeaban regularmente en el patio del colegio: matones que yo asumía que de algún modo se desvanecerían una vez el capitalismo fuera superado –resumió Rorty su carrera en el campo de la filosofía política.
¿Deberá aguardar Vinicius a la superación del capitalismo (en España las bases ya están puestas) para que se desvanezcan los futbolistas que le muerden por esos andurriales de Segunda?
–Era un día marcado en rojo y supimos sufrir –resumió el partido del sábado Lopetegui, retóricamente lejos de Valdano (que ya no se sabe si es Ernesto Laclau o Enrique Rojas), pero cerca de Celaá, la ministra-bomba-inteligente.
El partido contra el Español, marcado en rojo. Vamos, que se lo tomaron como feriado.
LA EXPULSIÓN
Un quinto-árbitro, o árbitro de gol, sin nombre (¡ni siquiera se llamaba Mateu, el árbitro cuya bárbara autoestima le hace creer que los estadios se llenan para verlo a él!) expulsó a Cristiano en Valencia por un lance “nifú-nifá” durante un partido de Champions (¡tanto Händel y tanta gilipollez!) con la Juventus. El futbolista salió del campo llorando de impotencia, pero el quinto-árbitro, o árbitro de quinta, consiguió el minuto de celebridad que, transido de posmodernidad, Warhol prometió para todos los seres de la Tierra. A las expulsiones de Masaccio en Florencia y de Leonardo en Roma únese la expulsión de Cristiano en Valencia, que forma ya parte del museo de Turín.