lunes, 17 de septiembre de 2018

Viteri

 El Gaitu y Rafael Viteri, en el centro, camino, el sábado, de San Mamés


Francisco Javier Gómez Izquierdo

 He comenzado la temporada de fútbol un poco en fuera de juego. No recuerdo ninguna igual. No he visto al Córdoba hasta el miércoles en Copa. Tampoco partidos de Primera en las dos primeras jornadas, aunque en mi pueblo y en la cadena Gol vi al Málaga del unocerista Muñiz ganar en Almería, pareciéndome los costasoleños  firmes candidatos al ascenso como ponían en el antiguo Don Balón que el Gaitu y un servidor coleccionábamos. En el Málaga, que ayer nos hizo un 3-0 a los cordobeses, juega un tal Jack Harper canterano de padres escoceses, que empezó a jugar en el Deportivo Los Boliches, el primer equipo del gran Juan Gómez González, por el que los burgaleses, más que el madridismo, aún seguimos de luto. Estuve a punto de acercarme al pueblo de Juanito, poco más de una hora desde Córdoba, pero preferí ir a Cádiz en busca de paz. No era necesario que el Kichi dijera a los españoles que los gaditanos no declaran las guerras para entender que no es lo mismo predicar que dar trigo, pero allí, en Cádiz llegaban a mi doña noticias de Gaitu el amigo que tiene a Juanito como imagen identificativa en eso del wasapp y que andaba por Bilbao para ver al Madrid en San Mamés con esa necesidad que ambos tenemos de ver los partidos como hay que verlos. Por medio de una peña del Athletic en Burgos se concertó una comida en la que apareció ¡válgame Dios!, VITERI, el futbolista al que más he querido y al que más he defendido.  El Gaitu, ¡claro está! quedó impactado y le faltó tiempo para transmitir por teléfono su emoción y nerviosismo que yo recibí en “El Sitio” de Gabriel ante  unas huevas aliñás  y un poquejo de atún justo cuando la tele enfocaba a Courtois y Muniáin.
     
Viteri fue un delantero tan genial como intermitente, con tantos críticos como rendidos admiradores (en Burgos estuvo durante casi toda su carrera) y con un talento descomunal que ya insinuó el corresponsal del AS Color en Bilbao cuando detrás del póster de un Atheltic de 1972 aparecía una mala foto del veinteañero Rafael -estoy en que no era él- llamado a sustituir a Arieta. Viteri fue un incomprendido en Bilbao y se tuvo que venir al Burgos en vida aún de Franco (1973) para convertirse en un Curro Romero del fútbol y para que un servidor sacara la cara por el ídolo en todos las tertulias de Gamonal. Tan grande era mi admiración por el 9 “blanquillo” (éramos y somos blanquillos) y la vehemencia en su defensa que pasé a ser conocido yo también como Viteri y hoy en los bares del barrio si preguntan por Viteri le darán razón de los dos. Del futbolista y de un servidor.
     
Juanito, Garrido, Viteri, Ferrero y Juanjo es nuestro quinteto de arriba que recitamos aún de carrerilla los nostálgicos que quedamos de aquéllos 70. ¿Y Quini?, me dice Taladrid, un portero que vivió con el 7, el 9 y el 11 en El Abuelo, al comienzo de las Mil Viviendas ¿Te acuerdas de Quini? Sí, le digo, pero del que más, de Viteri. Más que de Juanito.
     
Viteri... ¡hombre!, no era Romario, pero tenía cosas más geniales aún que las del brasileño. Viteri recibía el balón, lo paraba, clavaba los dos pies en el suelo y conseguía inmovilizar el balón, a los defensas rivales y a los propios compañeros; todos hechos estatua -Butragueño plagió a Viteri-  sin que ninguno adivinara por donde les iba a salir. Viteri tenía un movimiento de cintura con los pies quietos que por lo menos a mi en El Plantío me sacaba cosquillas en la tripa y en campo ajeno levantaba murmullos más de miedo que de admiración, como puede dar fe la gloriosa tarde del 0-3 el Vicente Calderón.

     He disfrutado mucho... mucho, requetemucho... con Viteri. Kresic y Juanito: casi todo lo hacían bien. Tan bien que a veces no eran entendidos por los compañeros, pero Viteri era, para mí, la inspiración que se espera, la inconcebible dejada, el disparo genial, el sombrero al portero, el tercer e innecesario regate en el área, esa abulia que se achaca hoy a Benzema, otro genio mal entendido por muchos madridistas, y de la que los señalados por los dioses no pueden desprenderse y sobre todo el número 9 que me decepcionaba cuando se lo daban al difunto Burguete, un goleador nato, la verdad, o Machicha  al principio, y luego a Patrizio Cos Luján o aquel uruguayo enjuto conocido por Omar Rey con aquellas “tenidas” que se gastaba con entrenadores “de raza” como Naya o Marcel Domingo y educados como Muller. Los dos franceses, los que mejor le comprendieron.
   
En fin, que me he alegrado mucho este fin de semana al saber que Rafael Viteri está bien, que es posible que pueda verlo no tardando mucho y que me he atrevido a poner estas cuatro letras para dar cuenta a los amigos de que Viteri es eterno.

Los 70 en Burgos
(Rafael Viteri fue la Ginger Rogers de Juan Gómez,
que era el Fred Astaire)

De pie: Gómez, Romero, Ferrero, Navarro II, Ruiz-Igartúa y Palmer
Agachados: Juanito, Tito Valdés, VITERI, Navarro I y Adzic