martes, 15 de diciembre de 2015

Las amanitas faloides, las amanitas virosas

EL TIGRE DE GUADARRAMA
Vainica Doble





Rodé haciendo la croqueta 
por una larga pendiente,
 alegremente, 
consciente de que mi meta 
era al fin hallar la muerte. 

Se abrazaron los helechos a mi pecho, 
obstáculo ligero a lo inminente. 
Por si acaso,
 a mi paso y con los dientes, 
iba arrancando setas, 
eligiendo cuidadosa 
aquéllas más venenosas: 
las amanitas faloides, 
las amanitas virosas. 

Varias veces dio mi frente 
contra el duro granito jaspeado 
disfrazado con verde sombrerito 
de musgo floreado,
apariencia inocente 
que oculta cuarzo, mica y fesdelpato, 
también perdí un zapato. 

Luego, de bruces, 
fui a dar en el arroyo 
"ploc, ploc, ploc", 
alegres montañeros federados 
entonaban los aires del Tirol: 
"iulereiriu...". 

Cegáronme las luces 
que pone el sol en lomos de bermejas, 
humildes pececillos de secano; 
la campana del pueblo más cercano 
convocaba a las viejas. 

Todo el arroyo serrano 
se introdujo por mi boca de repente; 
colgado de una roca, 
un barbo me observaba indiferente. 

Recibí la visita del milano, 
del buitre carroñero 
y su hermano menor don alimoche, 
rapaces en sus gustos muy exigentes. 

Me aliñaron con exceso 
tomillo, salvia y cantueso; 
luego en mí se hizo la noche. 

Un dominguero cantaba una canción 
mientras lavaba el coche. 

Antares del Escorpión 
me hacía guiños rojizos, 
la Polar me reclamaba 
a la región de los fríos. 

Del fuego del corazón 
huía la débil llama, 
yo no entendía por qué 
dormía en el río aquél 
sin camisón ni pijama. 

El Tigre del Guadarrama, 
silencioso y a paso lento, lento 
se acercó hasta mí 
husmeando el viento.

Y bebió de la corriente en mi cama, 
en reposo, suavemente, 
y luego se alejó, con sumo tiento, 
blandas zarpas de algodón en rama.
Yo no le vi 
Mas sentí su aliento.