lunes, 21 de diciembre de 2015

Domingo, 20




Francisco Javier Gómez Izquierdo
     
          A punto de cumplir 57 años jamás me había hecho una analítica. No he acudido nunca a las revisiones que nos facilita la Administración. No conozco la sensación de fiebre, mareo, desfallecimientos, etc. Con casi 35 años de vida laboral no conozco una baja, por lo que mis papeles de recetas y partes por enfermedad de la Muface llevaban caducados la tira de años... pero tengo que reconocer que mi temor a los médicos es tan irracional como crónico. De broma, echo mano de Quevedo y les digo que no quiero cuentas con ellos por ser gente que vive del mal ajeno, pero mire usted por dónde, y no me explico cómo diablos, mi chico se aficionó a la Medicina y en ella anda ya para cuatro años. Los dos últimos estoy sometido al padecimiento de inquietantes charlas en las cenas y no hay almuerzo en el que no se escondan bacterias que atacan al descuido.

       Total, que bajo presión familiar de madre e hijo, de compañeros y demás gentes que creo me quieren, en el mes de septiembre empecé a visitar los templos de las batas blancas. Dicen que tengo azúcar, un poco de colesterol y un tiroides muy gordo -bocio- que me tengo que quitar. Nada importante me dicen, sin que puedan imaginar los malos ratos que paso en ese  potro de tortura donde una amable y delicada enfermera saca sangre de mis venas. Para lo del azúcar tengo que andar todos los días y ayer domingo lo dejé para la tarde. Para después de ver al Madrid. Tras el arrebato de Tito, la incapacidad del árbitro y los dos menos del Rayo no consideré necesaria la segunda parte y a las cinco cogí a mi doña -ésto de “cogí a mi doña” dicen los sicólogos que es de un machismo feroz- y dimos la vuelta a Córdoba.

       Estaba el día raro. Mucha gente en la calle descargando la compra del Carrefour y sin dar importancia a las votaciones en mi barrio de Levante. Por la parte de la Fuensanta, con mucho terreno llano,  unas señoras gorditas  empujaban carros de niños y se animaban por si ganaba el Pablo Iglesias porque les iba a perdonar pagar la luz y el agua. En los alrededores de la Mezquita no había turistas, ni casi cordobeses. La judería también estaba rara y desierta. Por el Vial, al que los cordobeses con mala baba llaman el Paseo Marítimo, iba abarrotado de gente que imagino con problemas de azúcar porque todos andan deprisa como dijo el endocrino que hiciera un servidor.  El personal va en grupos, en tríos, parejas y sobre todo solos con auriculares en las orejas. Los grupos, tríos y parejas hablaban del temor a que llegara a presidente el “de la coleta que está tó el día en la tele” porque a la juventud y a los que nada tienen que perder les da igual lo que pase mañana.
      Ya de noche, escuché a Pablo Iglesias el discurso a sus fieles y me pareció que hablaba como si hubiera ganado las elecciones. Se ve que me pasa como con la Medicina y no entendí nada de lo que oía.

   Lo que sí me parece ver es que llegan tiempos de odios irracionales que amenazan convertirse en crónicos entre españoles. Odios de ignorantes, racistas y sobre todo estafadores. Como en tiempos que mi familia ya tenía olvidados.