jueves, 19 de noviembre de 2015

Saint Denis



Jean Palette-Cazajus

Ante todo, recordar que estoy en Burdeos, convaleciendo de mi operación en el hombro, el pasado viernes, con el brazo derecho inútil al menos por un mes. O sea que me arrastro escribiendo con la izquierda, bien llamada "sinistra" por la latinidad.

A rastras, os contaré cuatro cosas sobre Saint Denis, lugar siniestramente "trending" estos días. Hay quien le suena por la presencia allí del Stade de France. Menos son los que saben algo de esta población, paredaña con el norte de París, justo al otro lado del boulevard periférico, con cien mil habitantes y ayuntamiento comunista desde el final de la Segunda Guerra Mundial. De los pocos supervivientes del llamado "cinturón rojo", hoy de capa caída.

Actualmente sería más justo hablar de “cinturón musulmán” para aquellos municipios, con cerca de noventa por ciento de población de origen inmigrado.

Pero resulta que esta "banlieue" fea, destartalada, quitando cuatro calles céntricas, es históricamente el lugar más simbólico de la monarquía francesa. En su abadía estaba depositado el rojo pendón de guerra de la inicial dinastía de los Capetos, tremolado al grito de "Montjoie Saint Denis", equivalente gabacho del castellano "Santiago y cierra España". Allí sigue, en la hermosa basílica, improbablemente salvado de los estragos de la Revolución.

Unos cuantos sabréis también, y si no, para algo está Internet, que la actual basílica es cuna del arte gótico. El famoso Abad Suger mandó construir el coro en el nuevo estilo ya en 1135. El resto del edificio, a partir de 1231, es el modelo canónico del "Opus Francigenum", del gótico "rayonnant", el que encontramos en León.

Os halagaré la identidad recordando el papel motor de Blanca de Castilla, madre del joven San Luis, en la erección de la nueva basílica.

San Luis es quien la transforma en definitiva necrópolis real. Y esto es lo que sigue siendo, abarrotadas sus naves por los panteones reales, muchos bellísimos, auténtico "recorrido por la historia del arte", como dicen las guías rutinarias.

El caso es que en Julio de 1789, "el pueblo", según la izquierda, las "turbas" según la derecha,  arrasaron la necrópolis. Ambas hemiplejías siguen sin enterarse de que la jodida condición humana no admite mentes simplonas. Ni la población ni la basílica se repusieron del trauma.

Posteriormente, la República pasó olímpicamente de Saint Denis. Esta República laica, a cuyos valores, ¡ojo!, me adhiero, diría que fervorosamente. Que los tiempos no están para tibiezas.

Ahora bien, yo, como el gran historiador Marc Bloch, considero que "hay dos categorías de franceses que no comprenderán jamás la historia de Francia, aquellos que se niegan a vibrar con el recuerdo de las coronaciones en Reims y aquellos que no se emocionan con el recuerdo de la Fiesta de la Federación, el 14 de Julio de 1790".

Porque, dicho sea de paso, el 14 de Julio actual no conmemora la zaragata de la Bastilla, sino aquella Fiesta de la Federación, el año siguiente, donde se celebró el paso de súbditos a "ciudadanos" y la unidad de la nación. Perdón por el arrebato pedagógico.

Volvamos a Saint Denis. La fachada perdió su torre norte, la más alta y elegante, fragilizada por el rayo y desmontada, en 1847, por Viollet le Duc que le auguraba pocos telediarios. Hoy resulta francamente deslucida. Pero, hace meses, el alcalde actual, comunista, recuerdo, ha lanzado un proyecto para reconstruir la torre. Hay que decir que el gran Viollet le Duc almacenó las piedras y las numeró. Los bobós cosmopolitas y posmodernos de la Dirección de Monumentos Históricos se oponen, claro. Yo estoy cien por cien a favor.

Por dentro la Basílica es sobrecogedora, emocionante. El edificio gótico más ramplón me resulta siempre admirable. El gótico es mi droga con el Sauternes y el Saint Estèphe. Pero las naves de Saint Denis son pura armonía y proporción, luminosa dulzura francesa, si se me permite un segundo de cursileria chauvinista.

Llevaba muchos años sin ir. Estuve a finales de Febrero. Me pasé toda la mañana deambulando entre los panteones reales. Muerto de frío y con la mirada húmeda. La República no acaba de desbloquear créditos para calefacción. Éramos pocos. Los autobuses de turistas no paran allí. ¡Estupendo! Pero tampoco, o poco, van los franceses.

A mediodía salí a la gran explanada destartalada, delante de las bellas portadas. Fue estrellarme la nariz sobre la historia última de Francia, sus errores suicidas, su destino definitivamente hipotecado. Por el lúgubre cemento deambulaban decenas de presuntas mujeres, oscuramente veladas, con su numerosa prole...