jueves, 5 de noviembre de 2015

El divorcio



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Estábamos en el besamanos de Mariano, que se fuma un puro sentado sobre el “prusés” como se sentaba Bakunin a fumar sus cigarros sobre un barril de pólvora (para poner a prueba los nervios de sus visitantes), y aparece el cenizo de Pedro de la Preveyéndola (Rosa Belmonte) con su cara de Seal (Emilia Landaluce), a vendernos el “divorcio socialista”.

¡Es que yo tenía 9 años!
Hombre, Pdr, que a esa edad Guerra andaba con los limones sorianos de un patio machadiano (está en una tira de Gallego & Rey que les costó un disgusto). Si usted no sabe lo que no sabe, es por gandulería arrogante. O porque lo ha estudiado en la fabla culta (onomatopéyica) de las montañas de Aragón, como ordena el socialismo maño, y ahí querríamos ver “La pensée sauvage” de Lévi-Strauss.
El divorcio viene cuando las cosas del amor pasan de la fase poética a la fase médica, y ahí tenemos a Enrique VIII, que por un divorcio se hizo cargo de la jefatura de la iglesia (dígale usted, Pdr, a la Reina de Inglaterra esa majadería pijo-liberal de que la religión es privada), o a Napoleón, quien, harto de cuernos, entre discusiones de divorcio con Josefina, visitaba a la comisión redactora de su Código, salpimentado de recelos antifeministas.

Precedido de una campaña cultural de Ozores (la mujer no podía tener cuenta bancaria, pero, a cambio, el hombre podía ir al talego por adúltero), el “divorcio socialista” que nos vende Pedro de la Preveyéndola lo firma Suárez, que viene de la Falange, cuyo jefe lo combate como “una especie de corrupción, no menos vituperable que la organización por empresas sin conciencia para alcoholizar a los negros de África o a los isleños del Pacífico”, pues entiende la vida “como milicia y servicio”, y el matrimonio, como algo que “sólo debe desenlazarse en maravilla de gloria o en fracaso sufrido en severo silencio”.

Si nada es eterno, yo quiero ser tu nada –se dicen los novios de 9 años por wasap.
Ahí es nada, el enigma de la nada.