Hughes
Abc
En su debate de ayer con Pablo Iglesias, Albet Rivera reconoció no haber leído a Kant: «Yo no he leído a Kant un libro concreto».
Se les había presentado a los dos una oportunidad histórica para salir como Faemino y Cansado con Kierkegaard: qué va, qué va, qué va, yo leo a Immanuel Kant. Pero no. Aunque leer a Kant empieza a ser menos importante que no haberlo leído. A partir de cierto momento, somos los libros que no hemos abierto. Quizás lo más importante de nosotros es lo que desconocemos. Porque lo que sabemos no está muy claro, pero lo que no sabemos lo ignoramos con seguridad. El problema es que a Rivera, como a una miss, le pidieron que recomendara un libro. Y Rivera no es que no haya leído a Kant, es que no lo ha leído «en concreto». Porque en líneas generales es otra cosa. De algún modo, todos hemos leído a Kant. Igual que todos hemos escuchado a Mozart.
A Kant se le ha leído mucho, bastante, algo, poco o nada. Es un filósofo adverbial. Otra cosa es haber leído sus libros. Nadie que no fuera filósofo, hasta Pablo Iglesias ayer, había confesado la lectura de uno.
Baroja dijo: «Soy un fauno reumático que ha leído un poco a Kant». Pero un poco. Ramoncín, una vez, pidió respeto para sí en una entrevista radiofónica: «Ojo, que yo he leído a Kant».
Porque a Kant se le ha leído como se compraban antes las telas. Es más, el sistema educativo estaba orientado a leerlo así. Un trozo de Kant. Como si fuera una magnitud continua. Eso nos daban en el bachillerato: unos centímetros de Kant, unos párrafos de la Crítica de la Razón que nosotros convertíamos en Abstrusa. Y era perfecto, porque con eso ya teníamos título bastante para decir: he leído a Kant.
Como la Biblia, pero con el problema de no medirse en versículos.
Por eso Rivera, al recomendarlo, dice que «cualquiera de sus obras le sirve». Porque Kant, a esos efectos, lo cojas por donde lo cojas admite ser leído.
Peor quedó Iglesias, que presumió de haber terminado la «Ética de la Razón Pura». Eso no es haber leído a Kant, eso es haber leído un libro que, claro está, no existe.