lunes, 30 de noviembre de 2015

La tertulia, reina de la tele y de la política

Manolo Morán, patrono del charlatanerío hispánico (el indio es la audiencia)


Hughes
Abc

Los domingos el tertuliano descansa, con la paradójica excepción de 13TV. En «La marimorena», Javier Nart, recién llegado de Irak, aporta una exclusiva. «Nos emboscó el Daesh». El eurodiputado narra su experiencia. «Escuché un fiú, era una explosión. Pensé que era un mortero, diría que del 81, pero no había ráfagas, tenía que ser un 23 milímetros». Nart habla con conocimiento de causa de Irak, el Daesh, Cataluña, el multiculturalismo y Malí. No arregla España porque quizás arreglar España sea una vulgaridad, pero parece haber dedicado su vida a tener razón. En Nart, el salto de las tertulias a la política parece algo natural. Lo que ha pasado es algo así. Una erección de las tertulias, convertidas en escenario de la vida política.

El origen sociológico quizás esté en los cafés, ya moribundos. Se suele mencionar «La clave» de Balbín. También «La trastienda», una tertulia radiofónica de Ónega en la Ser.

Las tertulias nacen con la democracia. Idealmente, son la representación mediática del consenso, palabra clave durante la Transición. En consonancia, el formato se ha revitalizado en los últimos tiempos.

En televisión hay tertulias desde primera hora de la mañana. En «Los desayunos de TVE» el tono es tranquilo. Los tertulianos no están dispuestos en semicírculo, sino como un brazo de la presentadora.  Comentan, sin antagonismos, la entrevista al personaje de la actualidad. El tertuliano medio esgrime un «nosotros» misterioso. El nosotros de la comunidad internacional, Occidente, o la ciudadanía. Reclaman una unidad política, una unidad mundial ante los problemas. Simplifican la realidad, y eso no es del todo malo. El premio Nobel Daniel Kahneman ha señalado que opinar está en la naturaleza humana. «El estado normal de nuestra mente es tener opiniones ante cualquier cosa». La tertulia es la heurística política española, esto es, el modo de encontrar respuestas sencillas a preguntas difíciles mediante sesgos o estereotipos. A cierto nivel, la mente funciona igual. Podría decirse que las necesitamos.

En Antena 3, Susanna Griso dirige su tertulia con un bolígrafo entre los dedos, como si tuviera una falange entablillada. Como la situación mundial está agitada, llena una mesa con expertos estratégico-militares. No hay tertulia que no incorpore uno. Los tertulianos habituales, sin embargo, no se arredran y opinan con la habitual desenvoltura.

Al novato en tertulias es normal que le recomienden espabilar: «Tú habla, no te calles, que fulano dispara tres palabras por segundo».

La influencia de los expertos se empieza a notar. Daesh ya se pronuncia Dash, los turcos son turcomanos y se habla del Sahel con naturalidad.

Tanto Ana Rosa como Griso conectan repetidas veces con la actualidad. La tertulia espera en tensa expectativa opinativa. En un momento dado, Ana Rosa utiliza la expresión «pasar a cuchillo», y la palabra «buenismo» se repite lo suficiente para indicar un ligero predominio del centroderecha.

Algún tertuliano fue visto anoche opinando en otro lugar. ¿Cuántos hay? Parece funcionar una habilitación que permite entrar en el circuito y rotar incluso en grupos rivales. Resuenan las palabras que furtivamente grabaron a Carmona: «Hemos metido a gente en las teles».

En las tertulias casi no hay opiniones jurídicas, estéticas o religiosas, sino la reproducción de una lógica de partidos. Es una retórica de, por, para, y hacia los partidos, que las han ido invadiendo hasta trasladar allí el debate político.

La mañana prosigue con el programa de Isabel Durán en 13TV. Predominio de derechas, aunque aparezca el periodista Carlos Carnicero con una pajarita carmesí. En muchas tertulias es necesaria la figura del tertuliano sparring. El antagonista sobre el que rebotan, como punching ball, los comentarios de los demás. Se repite la frase «con la que está cayendo»; también «Si esto lo estuviera haciendo…». El victimismo ideológico es habitual.

Los programas matutinos tienen algo de magacín sedente. Antes, la reina era la tertulia del corazón, hasta que fue desprestigiada y asumida totalmente por Telecinco. La tertulia saltó entonces a deportes y política.

Al llegar el mediodía, hay un cambio de tono. Javier Ruiz en Cuatro y Ferreras en La Sexta introducen un estilo menos relajado, muy enfático, de constante conexión con la actualidad. Hasta el momento se ha comentado lo que viene en los periódicos, pero ellos tratan la actualidad candente, quieren fabricarla. Es parte del éxito de La Sexta. Ferreras hace un programa mixto de información y opinión, muy vivo. Pone un vídeo de Felipe González que dice «conexión inmediata e inmediática», y da paso a los tertulianos como el director de orquesta a la sección de cuerdas. A esta hora, el tono es claramente de izquierdas.

La Sexta prolonga la política por la tarde en «Más vale tarde». Ni mañana ni noche, la tarde es para ellos. De nuevo, noticias y opinión. Aquí, la mesa se sustituye por unos taburetes altos, como de after work.

La Sexta es protagonista de este boom tertuliano. Una de las emocio-
nes fundamentales de toda tertulia es la indignación. Por eso en tiempos de Zapatero las tertulias de la TDT (se habló de TDT Party) canalizaron el descontento. Después, el 15M y las disfunciones de la crisis han tenido altavoz en La Sexta. Primero con el desahucio y el drama humano, después los partidos emergentes. Pero hay cierta continuidad: Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Rivera fueron tertulianos de Intereconomía. Se pasa de un ámbito ideológico a otro, de la TDT a las privadas postZP.

Las tertulias clásicas de predominio derechista sobreviven en la noche. «El cascabel» en 13TV, y «El gato al agua» en Intereconomía. La derecha se solaza en lo que Foster Wallace llamó «el regocijo apocalíptico», repetido con la crisis por los economistas de izquierdas, alguno de los cuales llegó a profetizar la vuelta al trueque. Funciona también algo así como la polifonía de la convicción, el placer de escuchar nuevos puntos de vista con los que estar de acuerdo.

La última tertulia del día es «La noche en 24 horas». El predominio es suavemente conservador, pero sin confrontación. Periodistas veteranos y mayor profundidad. Quizás sea la mejor de todas. El asalto del formato al prime time del fin de semana ha sido una de las novedades de los últimos años. Cuatro y La Sexta programan tertulias en sábado noche. «La Sexta noche» fue lanzadera de los tertulianos a las Europeas. La razón de que conozcamos a Tania Sánchez; púlpito para la tecnodemagogia de Revilla. Eso coincidió con el silencio comunicativo del PP, reconocido implícitamente al enviar a Maroto, Casado y Levy a los platós.

El juicio a estas fórmulas de comunicación suele ser positivo. Se asocian con la cercanía, el contacto, la repolitización post 15M, la transparencia, y el control ciudadano, pero también con el populismo, la informalidad política y cierta degradación del debate. Estos programas se caracterizan por la contienda espectacular. El prime time hace surgir la necesidad del personaje, el opinador que despierta adhesiones y rechazo.

Porque estas tertulias no derivan tanto del modelo excelente de «La clave» como de figuras televisivas cercanas a lo que se llamó telebasura. Por ejemplo, «Moros y cristianos» de Sardá, de Gestmusic (del independentista Mainat). De ahí se pasa a «Salsa rosa» y posteriormente a «La noria» de Jordi González, híbrido de corazón y política (memorables duelos de María Antonia Iglesias y audiencias de un 20%). Tras el rechazo publicitario por la entrevista a la madre de «El Cuco», mutó maquillado en «El gran debate», que finaliza en 2013, el mismo año en que La Sexta estrena «La Sexta noche». Su directora será fichada después para hacer «Un tiempo nuevo» en Cuatro, apoteosis del género, pues funciona como una matrioska de tertulias. Una va saliendo de la otra.

La tertulia es la tele más parecida a la radio, la habitual forma de directo en el medio. La explosión del formato ha de buscarse también en la época de la TDT y sus programas de bajo coste. Es un fenómeno complejo, pues, en el que aparece el ideal modelo de consenso comunicativo tras el 78, el dominio de la política de partidos, la influencia de la televisión italiana de los 90 (europopulismo) o el formato propio de la TDT en tiempos reactivos de Zapatero. La tertulia parece ya un género tan español como la zarzuela.

En una semana de tertulias, Marhuenda ha aparecido en cuatro cadenas distintas. Imposible recordar, a estas alturas, dónde llegó a hacer precisiones técnicas sobre cómo se realiza un bombardeo.