viernes, 20 de noviembre de 2015

La guerra



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Unas palabras atribuidas a Putin y dignas de Clint Eastwood (“Perdonar a los terroristas es cosa de Dios, enviarlos con él es cosa mía”) son tan virales que otra vez se habla en España de echarse a la guerra.

Rivera, que no tiene pinta de haber hecho la mili, después de prometer leyes de excepción, se muestra dispuesto para enviar tropas a Siria, si lo manda el reglamento. Esto no lo convierte en un facha: Marx se pasó la vida enredando para hacer la guerra contra Rusia, otra guerra santa, para dar cuerpo a la insurrección europea, y pensaba que era “una tontería el querer hacer huelga contra la guerra”.

Visto el episodio del jefe municipal de Madrid afirmando su autoridad en una plaza pública (“Soy el número uno”, como Luis Miguel en Las Ventas) ante un agente de movilidad sin gorra por una dermatitis, no me parece España preparada para la guerra, palabra con que algunos tertulianos se repiten como un cuco, aunque la sueltan y salen corriendo, como los dentistas cuando te dejan tumbado en la silla con el dedo apretando la radiografía.

Felipe González, Gonzalón, que vuelve a ser una referencia ética para la generación de Rivera, dice que un soldado produce diez yihadistas, pero su experiencia bélica es pequeñita: cuando Reagan fue a Libia no le avisaron, y al Golfo envió a Marta Sánchez con un pelotón de conscriptos. Este hombre seguirá pensando que esta crisis la arreglaba él enviando a Amedo y Domínguez al bar de “Rick” en Raqqa.
Francia, Rusia… ¡Ufff! España vuelve a ser, como en el 14, una gran mesa de café, donde con bolitas de pan y terrones de azúcar se explican y “deciden” batallas, mientras un imbécil, cuenta Ruano, se hace rico con botones para las solapas que dicen: “No me hable usted de la guerra”.
No pierde uno de vista al carnero castrado de Santayana (es tiempo de volver al gran Santayana), tótem de nuestras vidas totalmente razonables, francas y mediocres.

Y, a la manera china, filosóficas y suficientes.